Superheroínas o divas del cine de Hitchcock, papeles para mitos intocables del cine como Woody Allen o futuros talentos cada vez más asentados, como Joseph Gordon-Levitt. Scarlett Johansson va mezclando sus taquillazos queridos (y rentables para su cartera) con películas en las que cosechar los típicos elogios y premios. De aquel paraguas transparente en Tokio, o de aquella peluca rosa sobre los hombros de Bill Murray a estos trajes de cómic con o sin Capitán América.

Al final Scarlett Johansson nos acaba conquistando igual. Esto lo lograría hasta con un plano de breakdance sin trípode por parte de algún danés loco buscando su anticristo y diciendo: ¡nuevo cine, nuevo cine, nuevo cine! Lo mismo Scarlett Johansson sustituye en un futuro a Kirsten Dunst bajo las órdenes de Lars von Trier. En cuanto se haga un hueco entre sus aventuras de mallas y personajes voladores.

Al contrario del talento de Carey Mulligan o de Leonardo Di Caprio a la hora de seleccionar proyectos, Scarlett Johansson tiene el don del blockbuster, igual de respetable que cualquier otro don, claro, pero igual de prescindibible por más que Woody Allen la ponga unas gafas de empollona, la meta en la piscina y haga que nade un rato, aunque siempre es mejor eso que cuando hace de compañera de cartel y de amor de Penélope Cruz y Javier Bardem. Ante tales ejercicios de agacharse a tocar el fondo de la carrera de uno para lograr una mayor elasticidad en la elección de los guiones a ver qué proyecto masivo de taquilla es rechazado. Lo peor ya está grabado, ahora solo queda mejorarse.

Scarlett Johansson tiene el talento del blockbuster y de estar en el top de las actrices mejor pagadas sin grandes películas detrás. Eso no es fácil.

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