No es habitual encontrar lugares azules por el mundo, a no ser que optemos por echarnos al mar. Sin embargo, en tierra firme podemos toparnos con determinados lugares que son azules, como el pueblo de Júzcar, en España, que fue pintado de ese color a propósito de la promoción de la película de los Pitufos, y así se quedó tras un referendo popular: al parecer les va muy bien para el turismo.

Pero lo verdaderamente meritorio es encontrar un lugar natural azul en la Tierra (en Pandora, el planeta de Avatar, no tendría demasiado mérito). Para ello, el mejor lugar son las Blue Mountains de Nueva Gales del Sur, en Australia. En el área de Montañas Azules se incluyen los gobiernos locales de City of Blue Mountains, City of Hawkesbury, City of Lithgow y Oberon. La Región de las Montañas Azules fue nombrada como Patrimonio de la Humanidad en 2000.

En realidad, dichas montañas no son azules de verdad, sino que el azul emana de la propia atmósfera, tiñiéndolas. El efecto es particularmente espectacular en las primeras y últimas horas del día, pues entonces es cuando se despliegan más tonos de azul: los más intensos para las montañas más próximas, y los más tenues para las más alejadas.

Tal y como explica José Miguel Viñas en su libro Curiosidades meteorológicas:

La dispersión de la luz solar por parte de las moléculas gaseosas que componen el aire es la responsable del color azul del cielo. Dicha radiación luminosa difusa es la responsable de la tonalidad marcadamente azulada que impregna los elementos del paisaje, en especial las montañas.

Además, el hecho de que el azul se vaya degradando en las montañas más alejadas permite a nuestro cerebro construir la percepción de profundidad. En cualquier caso, si no tenéis la oportunidad de visitar Australia, el efecto que han hecho célebres las Blue Mountains también es observable en otras montañas del mundo, aunque sea en menor medida.

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