En quad por las dunas de Erg Chebbi, Marruecos
Tras realizar nuestro primer gran viaje hasta Mongolia en coche, las ganas de viajar no paraban de crecer. Tenía la firme intención de visitar Marruecos en moto en algún momento en 2011, y finalmente pude hacerlo realidad en setiembre, de nuevo junto a Marc, compañero de aventuras en el Mongol Rally. Esta vez realizariamos el viaje en moto, a bordo de una BMW F650GS equipada para la ocasión. Seria el primer viaje largo en este medio de transporte e iba a ser seguro una excelente pero dura experiencia. La premisa era sencilla: pisar el desierto. Y sin más, nos embarcamos en el ferry de Barcelona a Tanger un sábado de finales de setiembre, una de las mejores épocas para visitar el país vecino.
Ignasi Calvo es Músico y diseñador web a partes iguales. Nacido en Barcelona el 1982, es titulado en técnico de sonido y trabaja como freelance desarrollando proyectos web. Otra de sus grandes pasiones es viajar, contando con numerosos kilómetros en sus espaldas.
De noche entre lo desconocido
Llegamos a Tanger a las siete hora española, las cinco marroquíes. El sol empezaba a bajar y aún teníamos que cruzar la frontera. Tuvimos suerte de poder hacer los trámites relativamente rápidos y a las seis de la tarde locales ya estábamos surcando la autovía destino a Larache. Los primeros contrastes empezaban a aparecer: las casas, la gente andando por los alrededores, incluso una gallina que cruzó la autovía justo delante nuestro. Seguimos nuestra marcha por la autopista azotados por un fortísimo viento con la intención de llegar a Meknès, donde teníamos reservado hotel.
Ya de noche salimos de la autopista para enlazar con la carretera nacional hasta Sidi Kacem. En esa ciudad debíamos desviarnos hacia el sur para llegar a Meknès, pero por error nos desviamos antes al ver el nombre de nuestro destino en otro desvío. Por ahí también se podía llegar… pero por una carretera en construcción. Si queríamos aventura, la teníamos ante nosotros sin desearlo. Cruzamos un puerto de montaña sin asfaltar, sobre tierra, desprovisto de iluminación y cruzando poblados aislados durante un par de horas en las que aprendí más que en cualquier curso de conducción off-road en moto posible. Agotados y polvorientos, finalmente llegamos a Meknès a las una de la madrugada, y dormimos como troncos.
De noche, recién llegados a Meknès
Camino a Erfoud
Al día siguiente visitamos Meknès y seguimos nuestra ruta hacia el sur, cruzando el medio Atlas. El paisaje empezó a cambiar drásticamente a medida que circulábamos hacia el sur y cruzábamos las montañas. La aridez ganó terreno y el desierto empezaba a intuirse. A media tarde nos adentramos en el valle del Ziz. Este increíble y estrecho valle es un palmeral que se extiende más de 20 kilómetros, y la carretera que lo recorre pasa por diferentes localidades, repleta de personas y bicicletas. Al anochecer llegamos a Erfoud, donde nos instalamos en una kasbah excelente y a un muy buen precio.
Pequeño descanso ante el inicio del valle del río Ziz
En quad por las dunas de Erg Chebbi (Merzouga)
Al día siguiente recorrimos los sesenta kilómetros que nos separaban de Merzouga, localidad frente a la gran duna de Erg Chebbi, una de las más famosas de Marruecos, por donde pasaba históricamente el rally Dakar. De camino cruzamos muchas localidades y la tónica general era una carretera repleta de personas andando por los laterales: mujeres cargadas con enseres, hombres caminando, niños yendo o volviendo del colegio con sus mochilas a cuestas… muchos de ellos nos saludaban a nuestro paso.
Las dunas de Erg Chebbi, de fondo
En Merzuoga contratamos unos quads para recorrer las dunas. Lentamente nos adentramos a través del desierto de tierra y las casas de adobe cercanas a las dunas. Éstas empezaron a cubrir el terreno hasta que, en pocos minutos, nos encontramos rodando por la arena que nos rodeaba por todas partes. Siempre a la estela del guía, fuimos surfeando por las dunas, algo sumamente entretenido y que requiere de técnica en la manera de atacar las subidas y bajadas (siempre de frente). Poco a poco fuimos ganando confianza y habilidad, y el guía se percató. Paramos a comprar aguas y a visitar un pequeño oasis a pié de la gran duna, una enorme y altísima acumulación de arena que destaca sobre el resto. Tras la parada, el guía nos puso a prueba y comprobó que las habilidades adquiridas en el viaje de ida eran suficientes para surfear las dunas a la velocidad de la luz. Fué un viaje de vuelta divertido y trepidante, donde pudimos experimentar la conducción sobre arena en quad en todo su esplendor. Tras llegar de nuevo al garage, nos despedimos de nuestro guía prometiendo vernos en viajes futuros.
Oasis a pié de la gran duna
Fes, capital del islam en Marruecos
Esa tarde descansamos largo y tendido en la kasbah, para reponernos del duro viaje en moto hasta aquí. Un poco de piscina, lectura, paseo por Erfuod y a dormir. Al día siguiente, ya de vuelta hacia el norte, volvimos a cruzar el medio Atlas con destino a Fes, con la medina más grande del mundo y Patrimonio de la Humanidad. En el camino nos detuvimos en el bosque de cedros de Ifrane, donde los macacos de berbería campan a sus anchas ante el regocijo de los turistas y los pasantes. Las cuatro fotos de rigor y seguimos nuestro camino.
Macacos en el bosque de cedros de Ifrane
Llegamos a Fes al mediodía y fuimos interceptados por un marroquí en Mobilette que nos guió hasta un hotel de buen precio. A cambio, simplemente quería que contratásemos la visita a la medina con su hermano, guía turístico oficial (existe una fuerte regulación en Fes para evitar guías falsos). El precio era muy razonable, así que nos fuimos con su hermano a ver caer la tarde por las callejuelas de la famosa medina de esta ciudad. Dejando al margen las tiendas de souvenirs, en las que tuvimos que pasar para cumplir el expediente, los demás comercios de Fes conservaban el aire ancestral tanto en sus formas como en su actividad. Las tiendas eran pequeños recintos adosados de muy pequeño espacio donde se amontonaban las herramientas, ropas, frutas o verduras, en función de lo que vendieran. A la vista, los orfebres realizaban sus creaciones, los reparadores arreglaban al aire libre en la calle y los caballos y burros transportando mercancía pedían paso por las estrechísimas calles laberínticas de la medina. Visitamos los famosos tintes desde la terraza de un comercio, con poca actividad debido a la tardía hora. De vuelta a las calles, muchos comercios empezaban a cerrar, así que decidimos comprar comida para cenar. Las calles empezaban a llenarse de ciudadanos que asistían a festejar por la medina, en vez de a comprar. Nosotros nos retiramos al hotel a dormir porque al día siguiente el ferry nos esperaba. Esa noche nos despertamos de madrugada al sonido de las oraciones por los altavoces dispuestos por todo Fes.
Tintes en la medina de Fes
Calles en la medina de Fes
Fin del viaje
Nuestra siguiente para en ruta fue Martil, una localidad costera cercana a Tetuán, con claros aires de Marbella. La costa mediterránea hasta Ceuta está siendo transformada y urbanizada como se hizo años antes en España en cientos de lugares bañados por el mar. La historia se repite y, para más inri, con las mismas formas y colores que en España. En Ceuta, ante la aduana española, nos desviamos hacia Tánger para llegar al puerto y embarcar. Tras un día entero de viaje, llegamos a Barcelona y a casa, tras 1.600 kilómetros por Marruecos, un divertido paseo por las dunas y una primera y positiva impresión sobre nuestro país vecino. ¡Volveremos seguro!
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