En parapente por el corazón de los Alpes
El hombre siempre ha buscado la sensación de volar. Desde siempre ha habido intentos de volar y observar el mundo desde arriba, por curiosidad, necesidad o por otras razones. El desarrollo de la aviación ha permitido al hombre surcar los cielos y ver así su sueño cumplido. Eso sí: bien protegido en un armazón, sin contacto directo con el exterior, como debe ser. Pero… ¿y si deseas experimentar la sensación pura de volar, estando ahí fuera flotando, siendo un punto en el aire? Si deseas eso y no tienes un traje de alas, entonces el parapente es lo tuyo. ¿Y qué mejor lugar para practicarlo que en Interlaken, en el corazón de los Alpes suizos?
Ignasi Calvo es Músico y diseñador web a partes iguales. Nacido en Barcelona el 1982, es titulado en técnico de sonido y trabaja como freelance desarrollando proyectos web. Otra de sus grandes pasiones es viajar, contando con numerosos kilómetros en sus espaldas.
Desde la misma plaza central de esta turística localidad suiza se pueden contratar saltos en parapente en varias empresas. Una soleada mañana de setiembre no dudamos en aventurarnos a surcar los cristalinos cielos suizos. Así que contratamos un viaje con una de estas empresas. ¡A volar!
En el ascenso en jeep hacia el punto de despegue, en una ladera de la montaña colindante, nos asignaron a cada uno un instructor para saltar acompañados y nos explicaron cuatro nociones básicas del vuelo. No faltaron las bromas, el buen humor y la pregunta sorpresa: ¿quién quería que el vuelo fuera “algo más” que un simple salto? Sin especificarnos qué, unos cuantos aceptamos el reto.
Llegamos al punto de despegue y los instructores estiraron los parapentes por la ladera, procurando dejar bien desenredados todos los hilos entre la vela y el arnés que nos pusimos. El instructor iba enganchado al parapente y nosotros a él mediante un arnés especial en forma de sofá, realmente cómodo. Poco a poco fueron despegando, y llegó el momento.
Corrimos ladera abajo tan rápido como pudimos hasta que los pies simplemente se alejaron del suelo. Superamos en un momento las copas de los árboles y, sin darme cuenta, ya estaba reposado en mi arnés-sofá rodeado de aire. Sin coraza, sin alas, sin flaps ni alerones: al descubierto. Volando como un pájaro en busca de las corrientes térmicas para ascender. Cuando localizamos la primera, la vela del parapente nos empujó con fuerza hacia arriba. El susto fué de órdago y las risas del instructor aún resuenan por el valle.
Así se desarrolló el vuelo durante unos veinte minutos, en los que fuimos de un lado al otro del valle buscando térmicas, rozando laderas, haciéndo fotos, saludando a los otros parapentistas y disfrutando del vuelo y de la sensación de estar sentado sin absolutamente nada debajo. Desde el aire las distancias se acortan y en un momento vas de una ladera a la otra. El instructor me dejó tomar el control durante unos minutos, y aunque fue un vuelo prácticamente recto y nivelado, es un momento especial el poder dirigir tus propios pasos en el aire. Le pregunté si eso era el “algo más” que nos comentó en el jeep. Dijo que no. Acto seguido, ya sobre Interlaken, tomó el control y me preguntó si estaba preparado. Le pregunté que para qué. Respondió: ¡para esto!
De repente, tiró del asa derecha del parapente con fuerza y viramos a toda velocidad hacia ese lado. Pasamos de ver el horizonte a ver el suelo ante nosotros, cientos de metros más abajo. Estábamos cayendo en una espiral controlada a toda velocidad. Grité de emoción y le hice saber que no estaba asustado, así que se animó. Ahora hacia la izquierda. Cambio de posición y seguimos en espiral hacia el suelo. Derecha de nuevo, y alternando todo el rato durante unos sesenta vertiginosos segundos. El viento azotaba fuerte en la cara y los tejados se acercaban a toda velocidad. A una distancia prudente, retomamos la horizontalidad y aterrizamos suavemente, no sin antes realizar un giro cerrado y agresivo, en el parque central de Interlaken, para encarar la toma de tierra.
A bajar me preguntó que cómo estaba. Estaba encantado, deseando volver arriba para bajar de nuevo. Él también: como me comentó, les encanta poder dar un poco de marcha a los turistas más “lanzados”. Tras unas fotos con todo el grupo, nos despedimos prometiendo repetir la increíble experiencia de volar en parapente.
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