A Paul Newman. Eso es lo que estáis pensando: ‘Este tipo se parece mucho a alguien’. El suyo es el físico de un Newman de gimnasio. Su intensidad frente a la cámara es la de un joven Marlon Brando. Y su historial con las drogas y el alcohol le emparentan con el Robert Downey Jr más pasado de vueltas. Así, con tres trazos gruesos, ya hemos etiquetado la última gran estrella descubierta por Hollywood, Tom Hardy. Exacto. Rapadle al cero y ponedle una máscara: es Bane, el rival más duro con el que Batman se ha enfrentado nunca, el tipo que le rompe en dos.

Este verano Hardy está en todas partes. El estreno del blockbuster del año –‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’- le ha convertido en uno de los actores de moda. El Ryan Gosling de turno. El Michael Fassbender recomendado por el chef. Pero, como las dos supernovas que cito, Tom Hardy hace tiempo que se parte la espalda en esto del cine. Y lo ha hecho, muchas veces, luchando contra el estereotipo del actor rebelde. ¿Cómo? Abrazando –estrujando– el tópico hasta estrangularlo.

Y es que su sentido del timing roza limita peligrosamente la frontera del lugar común: a los 13 se emborracha por primera vez. Tarde, diréis algunos. Tranquilos que la cosa se pone caliente. A los 15 roba un Mercedes y le expulsan de la escuela por llevar encima un arma. Después vendrían sus problemas con el crack, el alcohol y otra vez el crack, un matrimonio fallido, un hijo y otra separación. Pero también el éxito, los primeros papeles… Y las primeras polémicas. Hardy declara en un periódico que bebe y se mete de todo, que es actor y que se tira todo lo que se mueve sin importar sexo, edad o inclinación política. Y se monta. A los 25 años Hardy tenía las cicatrices de un cuarentón. Nada raro si eres basura blanca y te has criado en un aparcamiento de remolques de Albuquerque pero algo más extraño si naces en un barrio de Londres ni pijo ni peligroso como Hammersmith, eres hijo de un escritor y te paran por la calle para ofrecerte ser modelo.

Tom Hardy es Handsome Bob en 'RocknRolla'.

Porque el chaval, además de duro, se sabe guapo. Por eso Guy Ritchie le dio el papel de Handsome Bob en ‘Rocknrolla’, que tendrá los problemas que queráis pero resucitó la carrera del ex de Madonna y descubrió para el cine a Tom Hardy. No es cierto, me diréis. A Hardy le descubrimos en ‘Bronson’ y fue gracias a Nicolas Winding Refn –exacto, el director de ‘Drive’–. Y yo os lo rebatiré argumentando que Ritchie le vio antes, rodó antes y confió antes en este bocazas que, hasta bailar ese agarrao con Gerard Butler, había hecho tele (mucha), teatro (del bueno) y había ejercido de robaplanos en un buen puñado de películas que, vistas hoy otra vez, nos hacen levantar la ceja y exclamar ‘Este tipo se parece mucho a alguien… Se parece a Tom Hardy’.

Tiene narices que un bocazas como Hardy entre en el imaginario colectivo con una mordaza como la que luce encarnando a Bane en ‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’. No es que le vaya mal, parece un bozal que evita que ladre más de la cuenta y, sobre todo, muerda. Es una bestia. Lo mostró en ‘Bronson’ y lo confirmó en ‘Warrior’, una cinta de boxeo en la que Rocky Balboa no habría durado ni medio asalto. Vaya, que no es de los que se les va la fuerza por la boca, aunque a bravuconadas le ganan pocos. Que si no ha visto ‘El Padrino’. Que si es un canijo. Que si sus modelos son Cesar Millan –exacto, el hombre que susurraba a los perros– y Chuck Norris. Que si no le gusta leer y decide qué hacer según si le cae bien o no el director...  Por eso tiene bemoles que sean cintas tan densas como ‘Origen’, también de Christopher Nolan, o ‘El topo’, la brillante adaptación de la novela de John le Carré de Tomas Alfredson, las que le hayan confirmado como actor. Y como bocazas.

Porque si tiramos de tópico, Hardy es de esos actores que desaparecen en el personaje. Su capacidad de transformación es espectacular. Gana músculo –14 kilos de bíceps y abdominales para el último Batman–, pierde pelo, gana barba, se tiñe… Solo cuando tiene que ser él lo vemos perdido. Como en las entrevistas –cuando saca a paseo su yo dobermán–, las alfombras rojas –ahí exhibe al caniche– o en engendros como ‘Esto es la guerra’ en la que, para seducir a ¡Reese Witherspoon! se dedica a menear la cola junto a Chris Pine –el capitán Kirk, tiene gracia que en uno de sus primeros papeles se enfrentara al Jean-Luc Picard de Patrick Stewart–. Un mal día lo tiene cualquiera y Hardy, en uno de esos, le dijo que sí a McG. Qué le vamos a hacer. Una mancha más en el mantel. Pero qué comida.

Ricki Tarr, agente destinado a Estambul en 'El topo'. Otro registro más de Tom Hardy, aquí duro y rubio setentero.

Si las cosas no se tuercen. Si evita la senda de colegas como Gerard Butler, Shia LeBeuf u Orlando Bloom y se decide seguir a otros compañeros con los que ha trabajado, los Daniel Craig, Leonardo DiCaprio o Gary Oldman, hay Hardy para rato. Ahí está, destrozando Gotham City y rompiéndole la bat-cara a Batman. Y en septiembre romperá la ley seca en ‘Lawless’, que pasó por Cannes sin perder parte del halo de grandeza que se le presuponía al último film de John Hillcoat. Pero yo le espero el año que viene en ‘Mad Max: Fury Road’. Aunque entonces sea Charlize Theron la que le rompa a él la cara y George Miller nos haya hecho esperar lo indecible. Ya está bien, George, le diría. Empieza ya a rodarla y no te metas con Tom… Porque además de todo esto, de duro, guapo, intenso y peligroso, Tom Hardy está un poco loco. Y eso está muy bien.

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