Experiencias por vivir

No más versiones de nada

Si se fijan bien, en esta imagen no aparece ninguna obra de arte.

Hay quien no duda en afirmar que la historia del arte ha quedado prácticamente en suspenso en las últimas décadas. La blitzkrieg vanguardista dejó tras de sí un yermo páramo sembrado de minas por el que miles de artistas todavía discurren en nuestros días, en su mayor parte con un éxito bastante bajo. Durante los sesenta empezaron a sonar los primeros réquiems por el arte libre —los tocaban entre Andy Warhol y sus secuaces—, la siguiente década vivió el esplendor del espectáculo escatológico desde el propio cuerpo, y desde que la democratización tecnológica empezó a destruir las barreras entre creador y espectador y a difuminar los límites —aún más— entre creación artística y objeto cultural ya no sabemos ni adónde mirar, no sea que el horror termine por ser insoportable.

Hasta el casi sesenta por ciento de españoles que no va ni una vez al año al cine, según los datos de 2012, sabe que la avalancha de remakes, quintas partes y precuelas es un asunto que huele. Por desgracia, el cine sólo es la punta del iceberg de un fenómeno que está canibalizando a gran velocidad a todas las formas de arte: libros basados en películas basadas en tebeos basadas en otros libros. Álbumes enteros de remixes de una canción, bootlegs de esos remixes, remixes de esos bootlegs. Géneros enteros —ironic house— dedicados a la parodia, como un homenaje al cliché. Seguro que pueden imaginarse algunos ejemplos más. Los videojuegos apenas han tenido vida útil sin este estigma, por desgracia; como era de esperar, aquellos años fueron los más fructíferos, mientras que los actuales son mucho más rentables. La palabra mágica.

La industria cultural ha acabado por convertirse en una suerte de tragicómico y aberrante “homenaje” a sí misma. Buena parte de los observadores culturales comparten una cierta nostalgia por el pulp, la serie b y el extrarradio industrial de bajo coste, a menudo claves para entender la sensibilidad popular de la época. La excusa favorita de distribuidoras y productoras es tan divertida como corta de miras: la entrópica —por tender a expandirse— incertidumbre de los directivos de la industria cultural con respecto a los gustos del público. Como no pueden saber a ciencia cierta qué es lo que le va a gustar a la audiencia, su solución es volver a darle —previo paso por la sala de maquillaje, quiero decir, efectos especiales— lo que les gustó en los ochenta. “Va, seguro que todavía estarán dispuestos a tragarse otra de Star Wars”. Como siempre, Los Simpson ya lo resumieron todo en esa escena de Homer con Mel Gibson donde discuten proyectos para futuras películas: “¿Qué me dices de una precuela de algo? A todo el mundo le gustan las precuelas. ¿Y qué tal Indiana Jones? ¿Tiene alguien los derechos de eso?”.

Cuánto talento en un solo fotograma.

La situación que ha generado la vemos todos: un panorama cultural para las masas desolador y un puñado de propuestas interesantes completamente fuera del circuito y con poquísimas posibilidades de salir del underground más recóndito, entregados al juicio del tiempo y a la autolimitación del hobby. Lo más grave de todo parece ser, sin embargo, que la nueva generación de artistas (o más bien creadores culturales) está decidiendo sin aparentes problemas jugar al Jumanji abocado a la destrucción que le ha propuesto en las dos últimas décadas la industria cultural.

Pero es una trampa. Si algo aprendió la industria del entretenimiento, y la publicidad también es un obvio ejemplo de ello, es que no hay mejor manera de estar siempre a la última que fagocitar a quienes quieren destruirte, consiguiendo así, por efecto de la disonancia cognitiva, que el muro de contención económico y cultural que construyen estos consorcios empresariales tenga cada vez menos fisuras. Por otra parte, esta situación cristaliza en un malestar general, asociado a la sensación de ocaso cultural, cuando es probable que la realidad sea que quienes están en pleno ocaso son los directivos de las grandes compañías dedicadas al negocio de la cultura —que no a la cultura, y menos aún al arte, claro—. Lo que sí es cierto es que el sentimiento de ocaso cultural tiene mucha relación mucho con el estado de agotamiento histórico en el que vive buena parte de la población occidental, pero ése es otro asunto.

¿Dónde quedaron las ideas originales? ¿Dónde los planteamientos estéticos y filosóficos que no sean reformulaciones de otras teorías, o revisiones de otros movimientos, o un enfoque transdisciplinar de algo? ¿Superaremos alguna vez el hecho de haber aprendido a reconocer y valorar la intertextualidad en –casi– toda su extensión? Probablemente sí, puesto que no hay nada que parezca indicar lo contrario, aunque a veces pueda ser complicado ver la luz al final del túnel del producto aburrido y deleznable. Algunas plataformas en Internet, como Soundcloud o Kick Starter, están ayudando a que algunas de estas propuestas circulen en el espacio cultural público, puesto que la crisis de legitimidad y modelo de negocio de los consorcios audiovisuales ha hecho que dejen de apostar por cualquier cosa que no sea un valor seguro o algo que de facto hayan fabricado ellos mismos (ejemplo: el 80% de música que ustedes pueden oír en una cadena generalista de música actual).

Todavía está por ver, sin embargo, en qué momento el público entenderá que, en realidad, el único poder que tiene dentro de una sociedad de consumo es el de no comprar (más sobre este asunto otro día). Y cuándo entenderán los creadores amateur que es necesario dejar de jugar a este juego. Que en sus cabezas ­—nuestras cabezas— hay ideas valiosas para hacer obras completamente propias, y que dedicarse a la parodia o referencia constante o al remix no es más que trabajar gratis para la industria que no te permite participar de ella y vivir de aquello que es, en muchos casos, una vocación para siempre. No necesitamos más Star Wars, ni más Indiana Jones, por mucho que haya gente dispuesta a pagar por ello. Necesitamos ideas nuevas y gente valiente. Como en tantos otros contextos.

En 1001 Experiencias | Ese oscuro objeto del consumo
En 1001 Experiencias | «Sé hablar, pero pensar no»

Comentarios

  1. Comentario by Fran - abril 16, 2013 08:19 pm

    Me llama la atencion eso del “agotamiento historico”, ¿a que te refieres exactamente? Un saludo y, por cierto, buen articulo.

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  2. Comentario by Bukowski - abril 16, 2013 08:20 pm

    Fran: ese tema también da para un artículo, o para varios. Nota mental: recordarlo.

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  3. Comentario by L. - abril 17, 2013 04:42 pm

    La hegemonía de la autorreferencia cultural (sobretodo televisiva) como práctica comunicactiva ya lo hablaba U. Eco en “La estrategia de las ilusiones” (1986), si no recuerdo mal.

    Gran artículo.

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  4. Comentario by Bukowski - abril 17, 2013 05:36 pm

    L.: buen autor e interesante obra. Gracias por leer.

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  5. Comentario by Sofía - abril 19, 2013 09:19 pm

    quiero saber quién eres tú? me interesas demasiado.

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  6. Comentario by Bukowski - abril 19, 2013 09:20 pm

    ¿Cuál es el interés? Sólo soy un tipo normal que intenta pensar y escribir por sí mismo.

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  7. Comentario by Sofía - abril 20, 2013 02:44 am

    me interesa un tipo que se hace llamar bukowski, también tu foto.

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  8. Comentario by Judith - abril 21, 2013 05:57 pm

    Llevo toda la tarde leyendo artículos, a cual peor. El tuyo ya lo leí hace unos días, pero me apetece volver y decirte que es un gustazo leer los tuyos. Gracias por hacer pensar y expresarte tan bien, que parece que para muchos es una tarea imposible.

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  9. Comentario by Abolir el tiempo: cine y videojuegos - abril 23, 2013 09:35 am

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