Roy Batty: el replicante que se atrevió a sentir
El 25 de junio se cumplieron 30 años del estreno USA de ‘Blade Runner’, una película difícil desde su mismo rodaje, que pasó con más pena que gloria en la taquilla y recibió algunos de los ataques más sanguinarios que uno recuerde por parte de la crítica pero que hoy, tres décadas después, ha conseguido un status de film de culto al alcance de solo un puñado de cintas. Y no es por la ingente cantidad de acérrimos seguidores que la defienden, que tenerlos, los tiene. Ni por su alucinante capacidad profética, que también. Lo es sobre todo por su legado, por redefinir un género tomando prestado elementos clave de otros y por su influencia: después del 25 de junio de 1982, el cine de ciencia-ficción puede que no soñara con ovejas eléctricas pero fantaseó en un mundo lleno de replicantes, de lluvias perpetuas y lenguas mestizas, con Marlowes del futuro con el rostro de Harrison Ford que preferían ignorar quién (o qué) eran realmente.
A estas alturas ya tenemos claro que no podemos confiar en nuestros recuerdos (si es que realmente son nuestros), así que tiraremos de hemeroteca: ‘Blade Runner’ se la pegó en taquilla porque tuvo la mala fortuna de estrenarse en uno de los veranos más fértiles del fantástico USA. ‘E.T. El extraterrestre’, ‘La cosa’ de John Carpenter, ‘Star Trek II: La ira de Khan’ o ‘Conan el Bárbaro’ la arrinconaron en el Box Office. Roger Ebert, una de las voces de la crítica estadounidense más popular y de más peso en la industria, dijo que “Blade Runner’ tiene los mismos problemas que sus replicantes: era el producto del sueño de máquinas más que de hombres”. Toma ya. O que “su mayor debilidad es que la historia se subordina a los efectos especiales”. Años después, puede que después de asistir al nacimiento de otra saga mecánica, los Transformers de Micahel Bay, Ebert corregiría su opinión. Un poco tarde, ¿no?
En 1982 el cyberpunk aún no había explotado, yo aún no conocía a Philip K. Dick y tampoco tenía la edad suficiente para ver el cine de Ridley Scott. Hoy, echando la vista atrás, me siguen asombrando sus tres primeras películas. Scott parecía que iba a comerse el mundo. Menuda manera de empezar una carrera: ‘Los duelistas’, ‘Alien, el octavo pasajero’ y ‘Blade Runner’. Una triada maestra, un trío que ha lastrado el resto de su filmografía, puesto que nunca ha llegado a ese nivel (una de mis boutades favoritas era declarar a su hermano Tony, el director de ‘Top Gun’ o ‘Amor a quemarropa’, como el cineasta con más talento de la familia Scott). Fuera como fuere, ‘Blade Runner’ tiene esa magia que distingue a las películas diferentes. Un halo que consiguió sobreponiendose a un cásting difícil (Dustin Hoffman y no Harrison Ford era el preferido para encarnar a Deckard), un rodaje caótico (con el director enfrentado a todo su equipo técnico) y un guión basado en una historia cuya narración original ni el director ni el guionista había leído y que, tras finalizar el primer montaje, no entendían. Su editor, Terry Rawlings, recuerda que cuando le pasó la primera versión a Scott este le dijo: “God, it’s marvelous. What the f— does it all mean?”. Pero si hay algo maravilloso y fascinante en ‘Blade Runner’ es esto:
Un monólogo sublime. Perfecto. Improvisado. Y es que Rutger Hauer decidió que el texto final era demasiado largo, que lastraba el clímax y reducía su impacto y decidió cortarlo. Tomó lo que le interesaba, prescindió de la paja y añadió las dos últimas frases: “Todo esto se perderá, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Su Nexus 6 es la máquina perfecta –o puede que no si hacemos caso a la teoría, confirmada por el mismo Hauer y desmentida por Ford, que Deckard es la culminación de los productos Weyland, el inmortal Nexus 7–, un robot, un humanoide, un ciborg que encabeza la lista de mis 5 replicantes preferidos del cine. Los cuatro que le siguen son estos:
1. David (Michael Fassbender) – ‘Prometheus’ (Ridley Scott, 2012).
Con un procesador similar al del Hal 900 de ‘2001: Una odisea en el espacio’ y un look entre David Bowie y Peter O’Toole, del que su ‘Lawrence de Arabia’ lo tiene fascinado, David es uno de los primeros prototipos de Weyland Industries, la corporación que fletó primero el Prometheus y, años después (o antes), la Nostromo en la que navegó la teniente Ripley. El David de Michael Fassbender es quizás el más humano de los tripulantes que habitan esta precuela de la saga ‘Alien’, un regreso de Ridley Scott al género y a las preguntas que se formulan los replicantes de ‘Blade Runner’. El nexo de unión entre dos de las piedras fundacionales de la ciencia-ficción.
2. Bishop (Lance Henriksen) – ‘Aliens’ (James Cameron, 1986).
Perturbador casi siempre –ojalá algún día Chris Carter acabe llevando al cine la serie de TV que escribió para él, ‘Millennium’–, el Bishop de Henriksen consigue algo impensable: hacer cambiar a Ripley de opinión sobre los humanoides. Años después nos cruzaremos de nuevo con este personaje: en ‘Aliens vs. Predators’, una aberración en toda regla.
3. El Terminator (Arnold Schwarzenegger) – ‘Terminator’ (James Cameron, 1984).
18 frases. Ese es todo el arsenal verbal que suelta Arnold en la primera (y mejor) entrega de la saga. El otro, el de verdad, es otra cosa. Si los dos anteriores ciborgs son robots con estudios, de ciencia, en principio al servicio de los humanos, el Terminator de Schwarzenegger es una máquina de matar.
4. El pistolero (Yul Brynner) – ‘Almas de metal’ (Michael Crichton, 1973).
Antes de escribir el guión de ‘Parque Jurasico’ o sacarse de la manga series de TV como ‘Urgencias’, Michael Crichton escribió y dirigió cine. Una de sus películas más interesantes es su debut: ‘Almas de metal’ –la más divertida, ‘El primer gran asalto al tren’, con Donald Sutherland y Sean Connery–. En ella, un robot que se cuelga destroza las vacaciones de una pareja de hombretones en un futurista parque de atracciones. Antecedente claro del Terminator de Arnie y con un claro sabor steampunk, el Pistolero de Yul Brynner es un humanoide cabrón como pocos pero con corazón cinéfilo: su vestimenta es la misma que lucía en ‘Los Siete Magníficos’.
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