Lo que me gusta de Tarantino
Cualquiera que me conozca por mi labor en Blogdecine y lea este titular pensará que me he emborrachado más que nunca o que simplemente me he vuelto loco. Algunos incluso pensarán que he entrado en razón o que he caído de la burra. Nada más lejos de la realidad, el señor Quentin Tarantino me parece uno de los directores más sobrevalorados de toda la historia del cine, que es mucha —no, el cine no se inventó en 1994, sino mucho antes—, y puestos a escribir sobre el director de películas como ‘Reservoir Dogs’ o ‘Pulp Fiction’, ya estoy harto de arremeter contra un director que ha hecho de la cinefilia y las horas y horas de cine tragado durante años una profesión por la que ya ha recibido dos sendos Oscars al mejor guionista —‘Pulp Fiction’ y ‘Django desencadenado’ (‘Django Unchained’, 2012) respectivamente—, a todas luces exagerado para el que suscribe, puesto que de todas las facetas de Tarantino, la de escritor es la peor de todas.
Como piensa el historiador Román Gubern, el cine de Tarantino es redundante y sometido a fórmulas previsibles vistas en miles de películas. El que tenga unos mínimos conocimientos de historia del cine, en las imágenes de este controvertido realizador se pueden localizar elementos del cine de André de Toth, Michael Powell o, cómo no, Sergio Leone, entre otros muchos. Para algunos será plagio, y para otros homenaje, pero lejos de establecer la típica discusión sobre qué es una cosa u otra, esta vez, y una vez aclarada mi opinión sobre Tarantino, no voy a echar pestes contra su cine, y con sumo cuidado citaré todo aquello que me gusta de él, que en ocasiones, oh, sorpresa, no es poco, sobre todo si hablamos de sus dos mejores trabajos: su ópera prima y ‘Malditos bastardos’ (‘Inglourious Basterds’, 2009).
‘Reservoir Dogs’ (id, 1991) es un calco de ‘City on Fire’ (id, Ringo Lam, 1987) en muchos de sus elementos, pero hete aquí que al que todo esto suscribe el primer film dirigido por Tarantino le encantó. Y me sigue encantando porque me parece el perfecto ejercicico cinéfilo que asimila a la perfección sus influencias y, sin dejar que estas ahogen el resto del film, se crea algo con vida propia más allá del refrito, el mal en el que caen sus posteriores films. Detalles como el de la oreja cortada pueden venir de cierta película de Sergio Corbucci, pero en manos de Tarantino alcanza una mayor dimensión al poner a un cachondo Michael Madsen tarareando una canción mientras ejecuta la escena. Su ópera prima además posee algo que las demás cintas de su director no tienen: una encomiable capacidad de síntesis, probablemente herededada de gente como De Toth, y que de seguir por ese camino, yo estaría ahora mismo arrodillándome ante este señor. Reconozcámoslo, sus películas son demasiado largas.
Si pienso en ‘Malditos bastardos’, film que hizo que cerrara la boca porque los disfruté como un enano, me doy cuenta que el mayor mal del cine de Tarantino —el realizar a saber por qué, sus películas a base de bloques bien diferenciados, algunos de mucho interés, la mayoría aburrimientos soberanos en los que canta su intención de querer rizar el rizo— cobra cierto sentido enesta cinta menos bélica de lo que prometía. Y es que ese inicio, con el homenaje a ‘Centauros del desierto’ (‘The Searchers’, 1956), es toda una gozada, por no hablar de la escena en la taberna, prodigio de dilatación del tiempo y un uso del suspense cautivador. El film que culmina con un Brad Pitt mirando a la cámara y sentenciando, cual alter ego del realizador, que esta es su obra maestra, es el que mejor presenta las virtudes de su director, que esta vez encuentra el equilibrio necesario a su manía de hacer films fragmentados.
Pero claro, hablar de las películas que me gustan de Quentin Tarantino pues es, hasta cierto punto, fácil. Sin embargo, a este señor, que en muchas de sus escenas me invita al bostezo, le agradeceré eternamente por convertir en varias ocasiones a Uma Thurman en la ninfa de mis sueños eróticos, ya sea bailando frente a un pasado John Travolta, o embutida en amarillo a golpe de katana, o escuchando ridículas reflexiones sobre el personaje de Supermán —la verborrea, otro de los males de Tarantino, que hace que eche de menos a Mankiewicz— me olvido por completo de todo lo que detesto de este director y casi soy capaz de amarle. Si a eso sumamos que la elección musical de sus films es indiscutiblemente una de sus virtudes, sobre todo porque hurga en los recuerdos cinéfilos como nadie al establecer un vínculo entre la música y la memoria. ¿Quién es capaz de resistirse al uso de la música de Gheorghe Zamfit cuando la novia recibe la espada?
¿A quién no se le ponen los pelos de punta con esta secuencia? Pues el valor de la misma no se encuentra ni en el montaje, ni en los actores, ni en el guión, ni en la dirección, sino en el poder sugestivo de la maravillosa pieza musical de Zamfir, el flautista que utilizó Ennio Morricone en ‘Érase una vez en América’ (‘Once Upon a Time in America’, Sergio Leone, 1983), y sí, la utilización de la música es tan efectista y tramposa como puedan serlo sus imágenes recicladas, pero al escuchar esa melodía a uno se le retuerce algo por dentro, tal vez la añoranza de tiempos mejores tanto en el séptimo arte como en otras cosas, o se piensa en el destino fatal que a todos nos acompaña —¿algún iluso que piensa que nuestras vidas tendrán un final feliz?—, un último llanto de nostalgia, antes de la lucha diaria. No me gusta Quentin Tarantino, ya lo he dicho antes, pero necesito repetirlo, porque en algún lugar donde los sueños del celuloide se encuentran, me doy con narices con el hecho de que parte de mis recuerdos también son los suyos.
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