El testamento de Superman, el Mesías
Yo, Kal-El de Krypton, en pleno uso de mis facultades mentales… declaro esto como mi última dispensa… las últimas voluntades y testamento de Superman.
Superman se muere. Y, además, se muere por la gran C. Nada de una épica batalla, esa que tuvo contra Juicio Final allá por 1992, esa que resultó en una Metrópolis destrozada no sólo físicamente sino anímicamente, esa que terminó con Lois Lane sujetando el cuerpo inerte de Superman cuan virgen María sujetando a su hijo bajo la cruz. De hecho solo faltaba que alguien cantara Stabat Mater Lois dolorosa, iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat fili Kal-El para redondear más si cabe la analogía con la muerte del mesías judeocristiano.
Nada de batallas. Superman se muere de cáncer. Un cáncer provocado por una sobreexposición al mismo sol amarillo que le otorga los poderes. Al salvar la primera misión tripulada al Sol de un monstruo controlado remotamente por un Luthor enchironado, el último superviviente de Krypton sobrecargó “sus baterías”. Era más poderoso, sí. Pero abocado a su destrucción. Así pues, eres Superman, sabes que te quedan dos telediarios entre los que más amas y te aman ¿qué harías? Esa es la pregunta que buscó explorar Grant Morrison y Frank Quitely en una de las mejores obras jamás escritas con y sobre el personaje: ‘All-Star Superman‘ (editado en España por ECC Ediciones).
Pasamos por la premisa de que Superman es un dios. Una de esas ideas/interpretaciones del personaje con las que yo personalmente no termino de comulgar a pesar de ser tan intrínseca (en según qué autores, todo hay que decirlo): Superman como Mesías. Un papelón metido en la consciencia universal gracias a las películas. No en vano es el tema principal de ‘Superman’ de Richard Donner. Todas las escenas en las que está metido un comeescenas Marlon Brando como Jor-El, el padre de Kal aka Superman, van sobre el papel de su hijo sobre la Tierra. Jor-El es el padre. Kal-El es el hijo que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo tal como reza el Credo niceno-constantinopolitano.
Superman asume en ‘All-Star Superman’ su papel de salvador. Ese “y se hizo hombre” encarnando al tímido y patoso Clark Kent. La transformación que hace el superhéroe en manos de Quitely es asombrosa. De ser toda una mole atlética pasa a ser alguien fofo, miope e incapaz de dar más de dos pasos sin tropezarse o de sujetar algo sin que se le caiga. Tal es la metamorfosis que Lois Lane no termina de creérsela “¿Todo este tiempo has sido tú?”. Que un ser tan poderoso como Superman proceda a su kénosis, convirtiéndose en el terremoto ambulante de Clark Kent, es algo que no logra concebir nadie. Ni siquiera su mayor enemigo, Lex Luthor, para el que alguien que tuviera sus poderes jamás se humillaría hasta ese punto.
Pero Morrison no se queda sólo en el paralelismo con Jesucristo, sino que aboga por presentarnos al superhéroe moderno y lo compara con el héroe clásico por excelencia: Hércules (o Heracles si eres más de Grecia que de Roma). Superman realiza doce grandes hazañas a lo largo de los doce capítulos de esta obra. En vez de leones indómitos, Superman encadenará al Cronóvoro, un ser que se alimenta de tiempo. Las hazañas de Superman no son “penitencias” ni pruebas hechas a mala leche por algún dios rencoroso (bueno, al menos no todas).
Algunas son directamente para el beneficio de la humanidad como proporcionar la cura contra el cáncer del que él mismo no puede librarse. Superman, en un atisbo de ingenio, llegará a crear vida. Un universo entero de un par de metros cúbicos de tamaño que sería su mayor experimento. Cómo sería una Tierra sin él. Esta Tierra-Q tendría una historia similar a la de nuestro planeta. Y en menos de 24 horas de su acelerada historia, en un apartamento, una mano anónima (la de Joe Shuster-Q) dibujaría la versión definitiva del Superman de 1938, “el que lo cambiará todo”. O lo que es lo mismo, en un ejercicio de “metaficción” Superman crea a sus propios creadores.
Superman es Hércules. Superman es Cristo. Superman es el Salvador de nuestra era. A él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Una figura mesiánica que si no existiera, alguien se dedicaría a crearlo.
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