Experiencias míticas

El salvaje Atlético

Diego Costa

El gol de Diego Costa ante el Getafe es de pistolero del oeste. Sus movimientos en gravedad cero insinúan que jugar al fútbol, en el fondo, es desenfundar vertiginosamente y apretar el gatillo. Te conviene llevar siempre pistola. Si todo va bien, el balón se recuesta en la red, y tú, camino del centro del campo, te recolocas el sombrero, para cobrar la recompensa. Porque eres eso, un fulano errante y solitario en busca de goles en mitad del desierto. No matas al tipo de las escaleras, al de la puerta, al que está al lado del piano y al que juega al póker al fondo, si no eres Doc Holliday o Billy ‘El Niño’, y descubres que ellos quieren matarte a ti. Todo parece conspirar en tu contra. Te superan en número. Tienen más munición y una mejor posición. Han cenado un cabrito a media tarde. No temen al sheriff. En realidad, la ley la han estado reescribiendo ellos mismos últimamente. En la calle llueve y hace viento. Tú estás solo, como Solbes. Has bebido tres whiskies de una sentada, para sacudirte el aburrimiento. Meditabundo, tienes la cabeza en otro lugar. Tal vez en un poema de Anne Sexton, que se te resiste. Si no fuese bastante desventaja, además estás de espalda, acodado en la barra.

Por suerte, tienes tu olfato. Él te guía por la noche y las calles peligrosas. Nunca te falla. Un segundo antes de que el tipo de la puerta eche mano de su pistola, y sus socios lo secunden, como en el coro de los esclavos de Nabucco, tu olfato te tira de una manga. Es la hora. Te vuelves, rápida y efusivamente. Cuentas los rivales de cabeza. Son cuatro. Uno en la escalera, otro al lado del piano, otro en la puerta, otro en la partida de póker. No te fías demasiado del camarero, así que, por si acaso, sumas cinco. No tienes tiempo que perder, pues el invierno llegará pronto, y desenfundas. Pum. Pum. Pum. Pum. Y como no te fías, pum otra vez. Cada disparo se desnuda lentamente, como cuando te bañas en sales, y te muestra su eco. En ese impasse, aprovechas para redactar una breve necrológica. Te gusta honrar a tus rivales mientras caen como hojas de un árbol, otoñalmente, y el viento las arrastra de alcantarilla en alcantarilla.

Así construyó Diego Costa su gol de chilena. El centro llegó apenas cocinado, al baño maría, digamos, desde la banda derecha, como si el lateral sólo estuviese dibujando una parábola en el encerado, para explicar algo de geometría, que ni él mismo entiende. Todo parecía en calma, como en esos planos de Sergio Leone, donde apenas anda un perro por la calle y a lo lejos, se oye crepitar una mecedora, que baila sola, tristemente. Es el tipo de paz que antecede a una refriega. Te conviene desperezarte, o morirás. Eso le ocurrió a la defensa del Getafe. Se confió. «Duérmete, yo vigilo», le dijo un central a otro. Supongo que, porque eran superiores en número, acumulaban balas y habían merendado a conciencia, creyeron que nada malo podría ocurrirles. Pero el olfato de Diego Costa le tiró de la manga, y lo advirtió de que lo iban a matar. Entonces, el delantero se revolvió como Doc Holliday en Duelo de Titanes, borracho y todo, y oscuramente envió el balón al infierno. The end.

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Comentarios

  1. Comentario by Mario - noviembre 27, 2013 03:21 pm

    Diego Costa es un crack!!

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