El salto de altura femenino, el limbo de los aeropuertos
La espera en un aeropuerto es muy dura; absurda más bien. Llegas con un tiempo de antelación que ronda la hora o las dos horas, según cada uno quiera quiera descansar sobre el duro plástico, hasta hacer la aún más ilógica cola para coger un asiento horas antes asignado por Internet ––¡qué no te lo van a quitar!. Todos los viajes acaban siendo igual: durante unos minutos te tratan como si fueses un terrorista, la Ak-47 la dejas en casa para que no pite en el control de seguridad y luego te sientas a esperar que abran el embarque. Después, otra vez, a esperar. El aeropuerto es una gran sala de espera que solo cambia de tamaño según sus espacios. Luego surge la excepción. Tienes el día grande, puede que sea el momento de jugar a la lotería o a una noche eterna de póquer. O más bien disfrutar. No en todos los viajes esa televisión publicitaria está emitiendo la prueba de salto de altura femenino de un Mundial de Atletismo.
Unas vacaciones que comienzan con flechazos sobre la pista de los Mundiales de Atletismo de Moscú prometen. Es el momento de conectar con mujeres que cinco minutos antes, con el policía haciéndote el cariñoso cacheo de seguridad, ni siquiera conocías. Y no importa. No todo tiene que ser para toda la vida. Los tres intentos para lograr la gloria son tiempo suficiente para dotar a la fantasía efímera de la motivación suficiente para apoyar a una u otra atleta.
El llamado romance de verano depende del realizador. A él te sometes implorando una cámara lenta más detenida, un mayor número de repeticiones para apreciar con toda la belleza el salto como si fueses un entrenador de la fría estepa rusa y llevases viendo toda la vida el salto entre los tres palos y no lo contrario, con un balón golpeando la red. Da igual, en ese momento estás esperando en un aeropuerto muerto de asco pero podrías estar entrenando a la próxima campeona al oro mundial.
Ese flechazo se da en pocos pasos. Unos saltitos entre llamadas a vuelos y retrasos esperados. Te conviertes en un entrenador cuya alegría se mezcla con la pena si ves que tu atleta salta a la primera. ¿Y las otras dos oportunidades? Disfrutemos de la espera. Claro que luego pasa a la siguiente altura, el espectáculo sigue. Emoción sobre el plástico al ver que la barra no cae y ella bota sobre la colchoneta. Tristeza ante el rostro de la rival por no hacer lo mismo. El buen espíritu deportivo impera. No vas con una sino con tres o más. Todo sea apoyar.
Apoyo a las músicas del mundo, a las campañas de Benetton y a cualquier rasgo de mestizaje posible. Yo iba con Bélgica, Holanda, Canadá, Ucrania, Estados Unidos… Todo sea por descubrir mundo. Brianne Theisen-Eaton cayó pronto, según indicaba su rostro. Hanna Melnychenko lo hizo después, Nadine Broersen seguía en la lucha pero la belga Nafissatou Thiam saltaba sola, como si volase y se llevó el triunfo.
Hoy, siete días más tarde de la prueba, me entero que el salto de altura iba dentro de las pruebas del Heptatlón femenino que al final ganó Melnychenko, con Theisen-Eaton segunda y Dafne Schippers tercera. En aquella sala de espera el espontáneo tirillas convertido en entrenador ruso solo pedía más repeticiones.
Fotos | Yahoo Sport
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