Últimas noticias sobre tu muerte
Todos los entrenadores, y a veces algún miembro de la junta directiva, han leído el Ulises. Es algo más o menos conocido, empezando por David Vidal. En el fútbol los días son muy largos y el tiempo se queda pegado a los dientes, como un caramelo de menta. Gracias a Joyce saben que los equipos predestinados a descender de categoría algunas veces no descienden. Cuando te defenestran, si tienes mucha suerte, puedes caer sobre los tendales de la ropa, precipitarte con suavidad al toldo de un bar, y finalmente aterrizar sobre una silla, en la terraza, donde aprovechas para pedir al camarero una cerveza fría y unas aceitunas. Los entrenadores tienen muy presente ese pasaje en el que Leopold Bloom recomienda «leer tu propia esquela; dicen que vives más. Te da nueva sabia. Un nuevo contrato social». Saber que estás muerto, y que el año que viene jugarás contra el Eibar en Ipurúa, raramente te deja indiferente, y te revelas desde tu propia tumba. Basta que aseguren que estás acabado, y que harás de sparring toda la temporada, para cogerle gusto a la primera división. Inexplicablemente, te emperras en demostrar a todos esos agoreros que han escrito tu obituario en el oscuro callejón de un periódico, que la muerte no está tan mal. Y que incluso cuando estás muerto puedes seguir haciendo vida normal: desayunar, pasear al perro, conducir el Audi A5 hasta el campo de entrenamiento, y el domingo ganar 1-2 en el Sánchez Pizjuán. Es especialmente gozoso porque le jodes la quiniela a muchos enterradores.
«La muerte aún no ha matado a nadie», le explica el entrenador a los muchachos en el vestuario, mientras se visten para el entierro contra el Real Madrid. No se trata sino de una versión accesible del Ulises para deportistas que, como es sabido, no necesitan la literatura para triangular y tirar paredes. Johan Cruyff era de los que, antes de salir al campo y destrozar a las defensas, sólo necesitaba aplicarse unos aceites para oler bien, más o menos religiosamente, y echarse un cigarrillo en la ducha. La literatura quedaba para el entrenador. O como mucho, para el vicepresidente. En su día, durante la presentación de la biografía de Raúl, Guti dijo lo que pensaban muchos compañeros de profesión: «Yo es que no soy muy partidario de leer libros».
Nunca hay que descartar a un equipo desahuciado, por pobre que parezca. En el momento menos pensando se mete en puestos de Liga Europea, haciéndose un traje con la muerte que le habían pronosticado. «¿La muerte? Estoy encantado con ella», te dirán en un momento de ebullición. Se cuenta que el poeta británico Stephen Spender pasaba unos días en casa de W.H. Auden cuando éste recibió una invitación del Times para escribir la necrológica de Spender. Al principio se sintió desconcertado, y no durmió demasiado bien esa noche. Cuando se encontraron a la hora del desayuno, le reveló a su amigo el encargo que le había hecho el Times. «¿Hay alguna cosa en la que te gustaría que pusiese énfasis?», preguntó ya con cierto desenfado. Spender no destacó nada, envuelto en un abrigoso silencio, mientras pensaba que tal vez ese no era el mejor momento para confesarle a Auden que él ya había escrito su necrológica para el editor del mismo periódico. Así que siguieron desayunando como si nada, como si los obituarios no tuviesen demasiado que ver con la muerte, que, en última instancia, siempre puede superarse.
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