Beber un vino con más años que tú
Acabábamos de entregar la dissertation del master. Eso significa que esas veinte mil palabras con las que habíamos estado luchando durante meses y que determinarían el éxito académico o no de nuestro esfuerzo ya no estaban en nuestro poder. Noches sin dormir y de leer, de escribir, de pensar y sacar conclusiones para expresarlas habían acabado. Tocaba celebrarlo.
Sucedió que un amigo húngaro tenía previsto este momento desde hacía meses. La última vez que pasó por su casa había recogido una botella de Tokaji, un vino húngaro de la región de Tokaj-Hegyalia, que daba la casualidad que había sido cosechado un año antes de que yo naciera. Su suelo volcánico, sus variedades de uvas autóctonas, sus bodegas subterráneas y su procedimiento de elaboración en barricas cubiertas por un tipo de moho que se alimenta del alcohol evaporado hacen que el vino producido en la denominación de origen más antigua del mundo sea especial y distinto de cualquier otro.
Javier Navarro escribe habitualmente en El Blog Salmón, pero la economía no es su única pasión, los viajes y los coches también requieren su tiempo. Ha vivido en Inglaterra, en Berlín y en varios puntos de la geografía española. Siempre intenta hacer un poco más especial el día en el que vive.
Aquella era la última noche que el grupo de amigos pasaría junto después de haber compartido tantas alegrías y horas de esfuerzo haciendo trabajos en grupo a las tres de la mañana. Parecíamos un chiste de esos de un español, un inglés y un francés; creo que los ocho sumábamos tres continentes y siete nacionalidades en la sala recreativa de una residencia universitaria cuando descorchamos. Sólo estábamos nosotros, así que las (un poco polvorientas) mesas de billar inglés y futbolín estuvieron a nuestra disposición toda la noche.
El vino tenía un aspecto oscuro, casi no dejaba pasar la luz. La última vez que la botella había estado destapada había sido en un país comunista. Antes del primer sorbo pensé que un trocito de historia iba a desaparecer en mi estómago. El olor no penetró en mi nariz hasta cuando estuve a punto de beberlo (nunca tuve buen olfato, pero recuerdo alguna nota de azufre). El sabor era fuerte, se notaba el origen volcánico y el cuerpo proporcionado por los años. Creo que estuve alrededor de media hora degustándolo.
La fiesta siguió y por supuesto bebimos otras cosas con muchos menos años, porque aunque habíamos acabado no dejábamos de ser estudiantes. Al día siguiente algunos volveríamos a nuestros países y el contacto se mantendría principalmente por Facebook. Por supuesto, luego tuvimos una graduación con el sombrero y demás parafernalia, pero no estuvimos todos los del grupo. Pero sí que acordamos algo esa noche, el primero en hacer su primer millón tendría que invitar a los demás a un vino equivalente. Estoy deseando que alguno de mis amigos empiece a hacerse rico ya, aunque signifique otra pequeña pérdida para la historia enológica ¿un Borgoña para la próxima, tal vez?
Imagen | Ján Sokoly
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