Experiencias por vivir

Réquiem por unos cascos muertos en combate

Auricular roto

Inventamos de todo. Desde unas gafas que nos venden como si fuesen a revolucionar nuestra vida hasta ropa interior para tener sexo a distancia. Inventos inútiles tenemos a patadas, más que los útiles. Será por necesidades creadas. ¿Pero y las insatisfechas? ¿Cuándo algún iluminado de la vida se concentrará en mejorar los auriculares de música? No pedimos tanto, solo unas pequeñas mejoras. En toda vida de unos cascos hay dos momentos muy duros que no es agradable pasar: que suene su réquiem en mono o que directamente ni suenen porque a saber dónde se han escondido. Porque sí, los cascos tienen vida propia. Igual que las llaves de casa (otro invento sin explotar).

El momento réquiem en mono es el más duro para todo casco. Es el momento que sabes que llegará pero te resistes a admitirlo. Suele ser un réquiem que en vez de sonar en crescendo se va desvaneciendo al mismo ritmo que la capacidad sonora de los cascos. Un día los vuelves a enchufar al invento de turno, en este momento un móvil último modelo al que le falta saber afeitarte, y comienzan los problemas. Aquel ruidito inexistente frente a la sonrisa del primer día al abrir el paquete. Aquel contacto que ya no hace tan bien en la base, aquella ausencia progresiva de sonido por el casco derecho…

El casco está a punto de morir, tú lo sabes, él lo sabe y Rick Astley lo sabe mientras canta su himno acorde al momento. ‘Never Gonna Give You Up’ le cantas al casco. Esa joya que ya es una parte de ti más que algunos de tus familiares lejanos. Todo lo que has pasado junto a esos cascos. Ese viaje, ese trabajo, ese examen, esa novia, esa conversación con la suegra sin escucharla… Pero el réquiem debe sonar. Cada vez con más frecuencia. Lo hacen por nosotros, para que no cojamos cariño a los cascos y no le cantemos la tonadilla del pesado de Astley. Por nosotros, sí. Incluso Mozart pensaba en unos cascos de música al componer su Réquiem en Re menor. Fundido a negro, casco muerto. Nunca te olvidaremos.

A veces el réquiem no tiene porque tener un cadáver. A veces el réquiem suena en nuestra cabeza porque nos lo sabemos de memoria de tantas ocasiones vividas, tanto sufrimiento, tantos cascos caídos en combate. A veces el réquiem honra a aquel soldado desconocido que nadie sabe porqué tiene una tumba en medio de la ciudad, una tumba horrible. Aquel soldado también se lo merece igual que nuestros cascos perdidos en medio de la nada.

En un mundo paralelo los cascos viven felices en bolsillos en silencio, en recónditos lugares de la casa, de cajones nunca abiertos, de alcantarillas húmedas, de coches sin limpiar o de metros abandonados. Ese es el universo de los cascos. Donde el Réquiem de Mozart no suena en mono sino en estéreo, pero no por ellos, sino por nosotros, nos han perdido y están felices.

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