Experiencias por vivir

Quizá Pronto

Ese oscuro objeto del deseo

Esta semana, la revista Pronto regala a sus lectores, junto a suculentas noticias de alcance mundial sobre Isabel Pantoja y Marta Sánchez, un pack con once reivindicativas pegatinas para, según la misma portada, “sumarte a la campaña” STOP Desahucios. Asimismo, anuncia la creación de una nueva sección, un “consultorio” sobre temas de vivienda al que respondería Ada Colau, la cara más visible de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. El hecho de que “la revista más vendida de España” se sume sin ambages a una iniciativa como ésta es síntoma de varias cosas. La primera, quizá el matiz positivo: todo apoyo a un movimiento social como éste, enfrentado a una ley hipotecaria no sólo inmoral sino también injusta (hasta el punto de que otros países, como Ecuador, lleguen a llevar a España a Estrasburgo a cuenta de la misma), puede y debe ser acogido con los brazos abiertos. Y ahora, la parte mala: no deja de ser una demostración de que España, este pueblo que ha pecado desde siempre de exceso de paciencia, es incapaz de ver más allá de la cadena suave de unas instituciones podridas hasta el tuétano. Déjenme explicarme.

Todos recordamos el infame tratamiento que la mayoría de medios masivos hizo del movimiento 15-M en período de tiempo en que la principal preocupación nacional era deshacerse de un Presidente percibido mayoritariamente como un bobalicón poco capaz de enfrentarse a una situación tan compleja como la que (aún) vivimos. El movimiento fue descalificado de todas las maneras posibles: desde el eterno clásico del perroflauta y el vago, hasta las acusaciones directas de ser antisistema o antidemocrático y de «estar perjudicando al pequeño comercio» del centro de Madrid. Hoy, casi dos años después, buena parte de la población española está entendiendo que los «indignados» no sólo tenían razón en muchas de las reivindicaciones y protestas que proponían, sino que en muchos casos se quedaron cortos. Las columnas y los editoriales de periódicos lamentándose y pidiendo disculpas por el tratamiento de aquellos hechos se han venido sucediendo en los últimos meses, sin que mucho de ello sirva ya para nada.

Quizá pudiéramos analizar la situación partiendo de uno de los lemas que se popularizaron durante aquella primera acampada, que incluso tiene su propio grupo de Facebook (ese medidor de la relevancia contemporánea): «No somos antisistema, el sistema es antinosotros».  Creo que es precisamente este eslogan el que convierte al 15-M en un movimiento a la española. Como afirma Carlos Granés en su imprescindible obra El puño invisible, le otorga un carácter en cierto sentido conservador —cuando no reaccionario— que contrasta de forma drástica con las ideas destructoras, propias de la vanguardia artística y filosófica, que alentaron otros movimientos revolucionarios a lo largo de la Historia del Siglo XX.

El joven medio español que se sumó a las protestas del 15-M desde fuera de los colectivos sociales tradicionalizados (sindicatos, agrupaciones, etc.) no quería dar el paso definitivo en la lucha de clases, ni tampoco quería destruir las bases de un sistema económico concreto para poder redistribuir y controlar los productos derivados de la plusvalía. No señor. En muchos casos, no nos engañemos, no lo quería porque nadie se molestó (¡gracias, mediocres y obsoletas leyes educativas españolas!) en enseñarle que hubo personas en este mundo que pensaron —y mucho— acerca de las implicaciones de estos conceptos. Pero no lo quería. Quería unas condiciones de vida dignas, una ley electoral más representativa y un reparto social un poco menos injusto. Un acuerdo de mínimos. Muy mínimos. Y se encontró con una guerra abierta por parte de (casi) todos.

Guy Débord fue uno de los que vio más claro que el verdadero colectivo alienado en las sociedades occidentales iba a ser la juventud, y que cualquier tipo de cambio social tenía que pasar por ellos. Y, en efecto, el Siglo XX demuestra una y otra vez (Chicago, París, Ámsterdam, Londres) que así ha sido. Pero, como todos recordamos, el 15-M no es ni mucho menos la primera vez que un movimiento joven de este tipo fracasa. Las razones son múltiples, algunas más evidentes, otras menos.

Curiosamente, han sido la sociología y la demografía las que han ofrecido una de las más interesantes. El mayo del 68 francés es consecuencia directa del «baby boom» producido por el final de la Segunda Guerra Mundial y la “vuelta a la normalidad”. Eso creó una masa joven escolarizada que, aunque era suficientemente numerosa para liarla, no fue suficiente para enfrentarse a un sistema establecido cuya figura simbólica era el general De Gaulle: Malraux, Moriac y los demás lo pararon. El 15-M no murió, sino que salió del ojo público y se reorganizó, pero no cambió demasiado a corto plazo y es una expresión de un espíritu que ya llevaba un tiempo latente. Del mismo modo, Mayo del 68 cambió el panorama cultural europeo para siempre, sin duda, pero no cambió Francia mucho más allá de lo que ya había cambiado por sí misma. 

Venga, primero unos cuantos disturbios y luego un poco de amor libre.

España no anda muy lejos de estar en una situación similar, quizá incluso más desfavorable para los jóvenes alienados que sienten, como poco, que predican en el desierto ante sordos y ciegos (o, aún peor, ante gente que se tapa voluntariamente los ojos, las orejas y la boca). Asumámoslo: la masa joven de España no es suficiente para alcanzar un cambio pacífico de hondo alcance, menos aún cuando buena parte de la juventud huye despavorida del país, y por lo que parece aquí nadie va a sacar las antorchas y proclamar la justicia de la turba furiosa. Y no digo que me parezca mal. El  cambio pacífico requiere, pues, de (muchas) más personas de distintas características socioeconómicas y culturales. Requiere del esfuerzo de debatir con la generación que ahora ronda la cuarentena o la cincuentena, engañados en su mayor parte por el cuento de flautista de una Transición que fue —poco a poco lo vamos constatando— no mucho más que un juego de trileros.

Así pues, es quizá el momento de plantearse una nueva posibilidad: que sean elementos discordantes del sistema, y no aquellos que más o menos viven fuera de él, quienes lo hagan tambalearse. Buena parte de la generación de «nuestros padres» no ha sido plenamente consciente del drama de la vivienda en España hasta que la ola de suicidios se ha vuelto imposible de tapar para los medios y quienes se oponían a la ley hipotecaria han llegado a los estamentos oficiales (casi les han dejado entrar con un poco de asco) en la figura de Ada Colau, de la PAH.

Es una prueba más de que España necesita sus instituciones, sus medios de comunicación previsibles, y su tranquilidad y normalidad fingidas. Bienvenidas sean. Quizá es el momento de que nuestra generación le explique a la de nuestros padres que España no sólo no va bien, sino que además no ha ido bien en al menos dos siglos. Y quizá las once demagógicas e inútiles per se pegatinas que regala la revista Pronto sirvan para algo en este sentido. ¿Son una esperanza vacía? Puede. Pero qué sabe un niño de la vida.

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