Experiencias por vivir

Un humor sangrante

“Para entender una sociedad, mira con atención las drogas que usa. Quitando el veneno farmacéutico, hay en esencia dos tipos de drogas que la civilización occidental tolera. El café de lunes a viernes, que te da la energía suficiente para ser un miembro productivo de la sociedad. Y alcohol de viernes a lunes, para mantenerte lo suficientemente estúpido como para que no te des cuenta de la prisión en que vives.”
(Bill Hicks)

Muchos españoles habrán conocido a Bill Hicks –incluso sin saberlo- a través de la versión mínima que de él mostraron en Los Simpson a través de Krusty en el episodio La última tentación de Krusty. En él, el antiguo patrocinador de cualquier cosa se deja coleta y se enfunda una chupa de cuero para volverse contestatario y antisistema. Por supuesto, con un Krusty así acaba un Cañonero cualquiera. Pero con Hicks acabó el cáncer a los 32 años, y hasta el último día usó su don para el humor como herramienta para intentar despertar al público; a veces, incluso para darle un puñetazo en el estómago. Por imbéciles.

Aunque tal vez sea el más especial de todos, Hicks no es ni mucho menos único en su especie. En Estados Unidos existe desde finales de la Segunda Guerra Mundial una sana tradición de cómicos de stand-up que han sabido entender el humor como lo que realmente es: un arma poderosísima para dinamitar el establishment desde dentro. Desde Lenny Bruce hasta Louis CK, que actualmente tiene su propio show en la televisión americana, gente como Hicks o George Carlin andan en la delgada y fructífera línea que va desde el comedian hasta el social commentator. Entendieron (y entienden) que la mejor manera de sacar una idea idiota de tu cabeza no es la propaganda ni el bombardeo a través de los medios, sino intentar hacer que el público comprenda por qué, al menos para ellos, es una idea estúpida. Puede que no funcione, claro. Pero al menos ellos confían en la inteligencia del oyente. Bien por intentarlo.

En España, por otra parte, especialmente por el sur, solemos jactarnos de ser graciosos; pero, a la vez, no tenemos ni puta gracia. El humor español bordea una y otra vez los lugares comunes, los tópicos y los estereotipos, cuando no los pisotea y salta por encima de ellos directamente. Sentarse a ver un programa español de comedia y que a uno se le hinche la vena del cuello es todo uno. Oiremos una y otra vez los mismos juegos de palabras propios de niños de parvularios, los mismos chistes sobre pollas y coños, sobre relaciones de pareja e infidelidades, sobre “divertidas” costumbres comunes de la vida cotidiana. En España nos jactamos de ser graciosos pero el chiste que triunfa es el que vuelve a recordarnos el hecho de que aparentemente es muy gracioso que los suplementos del periódico dominical sean más gordos que el propio periódico.

Hay algunos casos aislados de apuestas arriesgadas, por supuesto, pero no dejan de ser una minoría que en raras ocasiones alcanzan al gran público. En un clima social como el actual, donde la población cada vez se siente más ahogada por el establishment, por los mercados y la prima de riesgo y la clase política y la deuda externa, el humor es el arma más poderosa para despertar (o al menos, intentarlo) muchas cabezas del letargo. No para conseguir un efecto concreto, ni una línea de pensamiento definida: sólo para que adquiramos la buena costumbre de cuestionar, al menos, lo que nos cuenten los medios. Pero aquí somos más especiales. Aquí nos gustan más los chistes de pollas. No saben el montón de anécdotas divertidas sobre mi cepillo de dientes que tengo para contarles.

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Comentarios

  1. Comentario by Andrea FerDS - enero 14, 2014 05:47 pm

    Nombrar a Bill Hicks es algo muuuuuuuuuuuy oscuro!

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