Zinedine Zidane, el artista del balón
Hoy en día está muy de moda el querer establecer oficialmente quién es el mejor futbolista de la historia, como si fuera algo tangente, casi una ciencia. Pero mal que nos pese, es imposible saberlo, afortunadamente. No sólo por las diferentes épocas, rivales, escenarios o logros, sino porque, ¿qué define en realidad cómo ser el mejor jugador? ¿Acaso se puede decir cuál es la mejor película de la historia? ¿La mejor canción? Todo depende de los ojos del que mira, de los sentimientos que le provoca. Y en eso exactamente, en provocar sentimientos, Zinedine Zidane ha sido uno de los más grandes.
Zidane no tenía la capacidad goleadora de Ronaldo, o la regularidad de Messi. Sus números nunca serán comparables. Pero tenía una plasticidad, una elegancia en su juego, que nadie podrá superar nunca. Podía pasarse 89 minutos desaparecido sobre el terreno de juego, pero entonces le llegaría un balón que controlaría con un salto de pantera, lo mecería bajo sus pies, revolotearía entre los rivales, dejaría alguna de sus míticas ruletas y aunque el balón terminara en la grada, te irías a casa con una sonrisa siendo consciente de que el precio de la entrada había merecido la pena, que habías visto algo único. Viste jugar a Zinedine Zidane.
Daniel Iglesias es un joven estudiante asturiano, que como coordinador y editor de Notas de Fútbol conjuga dos de sus tres grandes aficiones: escribir y el deporte. La otra es el placer de viajar, con todo lo que conlleva. La vivencia de todo tipo de experiencias es su mayor motivación para llenar los años de vida, y no la vida de años.
La técnica más exquisita
Cuando tenía seis años, Zidane comenzó a practicar judo, y eso enriqueció su estilo de juego. La elasticidad y flexibilidad eran claves para deleitarnos con sus tan característicos movimientos, y por ello dedicaba un buen rato antes y después de cada entrenamiento y partido a estirar sus músculos.
Además supo fijarse en un buen maestro para perfeccionar su juego, ya que su ídolo fue Enzo Francescoli –de hecho, así llamó a uno de sus hijos– al que iba a ver siempre que podía jugar con el Olympique de Marsella. Años más tarde, cumplió un sueño enfrentándose a él en la Copa Intercontinental que enfrentó a River Plate y Juventus. El conjunto italiano venció y el pupilo se impuso al maestro, pero Zizou no perdió la oportunidad de pedirle su camiseta.
La calidad técnica siempre ha sido el factor clave en el fútbol para Zidane, y no duda en mostrar su preocupación hoy en día al ver que cada vez se da más importancia a la fuerza física en detrimento de la clase. Al fin y al cabo esto no es atletismo, sino fútbol, y se juega metiendo un balón en la portería, no siendo el que más corre o el que menos se cansa.
Su histórico fichaje por el Real Madrid
Se dice que durante la gala de la FIFA del año 2000, en Mónaco, Florentino Pérez hizo llegar a Zidane una servilleta con el siguiente mensaje: “¿Quieres jugar en el Real Madrid?” a lo que el francés respondió un escueto “Yes”. Poco después, Zidane se convertía en el traspaso más caro de la historia del fútbol por 73 millones de euros que más de diez años después sólo han sido superados por el traspaso de Cristiano Ronaldo desde el Manchester United al propio conjunto blanco, y el confuso acuerdo entre Inter de Milán y FC Barcelona por Ibrahimovic.
El objetivo de Zidane era claro: quería ganar la Liga de Campeones, el único título que se le resistía. Y lo logró en el 2002 ante el Bayern Leverkusen, logrando un gol de la victoria que permanece en la retina de todo aficionado a este deporte. Aquella volea fue el máximo exponente de lo que Zidane fue: un jugador que no sólo aparecía en las citas importantes, sino que lo hacía a lo grande. Zidane no quería perdurar en la historia a base de logros o títulos, sino por momentos, detalles, por hacer una obra de arte de cada acción. ¿Y qué mejor museo para exponerlas que los grandes partidos? ¿Que las grandes finales?
Zidane y los Mundiales
Porque aquella volea en Glasgow no fue el único momento cumbre en la trayectoria de Zidane. Años antes había convertido a Francia en Campeona del Mundo, venciendo ante su público a Brasil en la final con dos goles de nuestro protagonista. Y dos años más tardes, la Eurocopa.
Y llegó el año 2006 con un Zidane que ya había anunciado su retirada, criticado ya por muchos, su físico ya no le acompañaba y sus grandes acciones llegaban a cuentagotas. Pero azuzado por todas aquellas dudas y críticas a alguien que llevaba deleitando más de una década, Zizou se propuso retirarse a lo grande firmando un Mundial de Alemania para enmarcar.
Y casi lo consigue. Con una Francia repleta de veteranos, fue dejando en la cuneta a selecciones como España –¿os acordáis de aquel desafortunado “Vamos a jubilar a Zidane”?–, o a la gran favorita, Brasil. Hasta plantarse en la final, ante Italia, contra todo pronóstico. Y al poco de comenzar el partido, volvió a dar otro momento para la historia: en un escenario épico, en su último partido, en la final de un Mundial y ante el mejor portero del Mundo, Zidane adelanta a su equipo trasformando un penalti a lo Panenka. Sólo al alcance de un genio.
El cabezazo a Materazzi
Sin embargo, ese gol no fue lo último que nos dejó Zidane sobre un terreno de juego. Lo último fue el cabezazo a Materazzi, la agresión por la que fue expulsado para no estar presente posteriormente en la derrota de su equipo en la tanda de penaltis. Zidane le dijo al central italiano: “Si quieres te regalo la camiseta después del partido”, a lo que Materazzi respondió: “Prefiero a tu hermana”. Lo que vino después todos lo sabéis.
¿Una gran mancha en la carrera de Zizou? Para servidor, una mera anécota. Incluso diría que con el tiempo ha servido para mitificarlo aún más. De hecho, recientemente el artista argelino, Adel Abdessemed, ha esculpido dicha escena, que se encuentra expuesta en una galería de Nueva York.
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