Warren Beatty, el esplendor del gran seductor
Woody Allen es el que mejor lo ha dicho: ‘Si creyera en la reencarnación, me gustaría reencarnarme en las yemas de los dedos de Warren Beatty’. Y eso, viniendo de quien viene –alguien quien, pese a las apariencias, ha ligado lo suyo– y de dónde viene –Hollywood, y no uno cualquiera: el de los 60 y 70, cuando el amor era libre y las películas indomables-, da una idea de quién estamos hablando: Henry Warren Beatty, hoy un venerable hombre con 75 años recién cumplidos, ayer el mejor amante del celuloide.
O, siendo justos a la verdad, fuera de él. Y eso Woody Allen lo vivió de primera mano, no en vano Beatty fue productor de su primer film, ‘¿Qué tal, Pussycat?’. Otro que da fe de ello es Peter Biskind, el cronista del Hollywood del cambio (su ‘Moteros tranquilos, toros salvajes’ se lee como si fuera una novela) y autor de la polémica biografía ‘Star: How Warren Beatty Seduced America’ (que se lee como si fuera una fría aspirante al premio La sonrisa vertical). Biskind se atreve a calibrar, en cifras, la leyenda de Beatty: 12.775 amantes, números que salen de “un simple cálculo matemático”, decía, “desde su primera vez a los 19 años hasta que, en 1991, conoció a la que iba a ser su esposa, Annette Benning. Un montante que no incluye ni aventuras casuales ni polvos rápidos.”
Dejemos las cifras y pasemos a los nombres: De Natalie Wood, con la que protagonizó su primer a Halle Berry, pasando por Raquel Welch, Brigitte Bardot, Jane Fonda, Vivien Leigh, Leslie Caron, Isabelle Adjani o Faye Dunaway, todas compañeras de créditos y lecho. Y más actrices, cantantes, modelos, divas o todo a la vez: Barbra Streisand, Diane Keaton, Jacqueline Kennedy, Madonna, Elle McPherson, Cher, María Callas, Britt Ekland, Margaux Hemingway, Daryl Hannah, Janice Dickinson o Joan Collins, toda una devora hombres que confesó haber tenido que cortar por lo sano porque Beatty era insaciable y acabó “exhausta. Shirley MacLaine, la hermana mayor de Beatty, bromeó sobre ello en una ocasión: “¡Gracias a Dios que somos familia! ¡Debo ser la única mujer en la sala con la que no se ha acostado”.
Mujeriego, ególatra, superficial y presumido, se cuenta que Elia Kazan tuvo que hacer quitar todos los espejos del set de ‘Esplendor en la hierba’ porque Beatty no dejaba de mirarse; que rodando ‘Lilith’ le pidió a su director, Robert Rossen, que discutiera con él un asunto de vital importancia para el personaje: ¿Llevaba el pelo demasiado largo?; y se rumorea que Carly Simon escribió su hit You’re so vain como dedicatoria envenenada.
Vaya tipo, ¿no? Pues la sorpresa llega cuando, conviviendo con este retrato robot del donjuán pluscuamperfecto, nos topamos con uno de los hombres clave para entender el cine de hoy, que no deja de ser un producto –la mayoría de las veces descafeinado- del que revolucionó Hollywood a finales de los años 60 y toda la década de los 70.
Un seductor alérgico a las afrodisíacas ostras; enamorado de la única mujer que no pudo conquistar, Julie Christie, hasta que llegó la que le hizo sentar la cabeza, Annette Benning, la madre de sus ¡4 hijos! Christie, con la que Beatty salió desde 1967 hasta 1974, precisamente sus años más fértiles profesionalmente, rompió, mediante una llamada de teléfono transoceánica, una relación que era la niña de los ojos del Hollywood rosa cuando descubrió que Warren, en la mansión que había comprado para que vivieran juntos, había hecho construir una ala addicional para sus futuros hijos. Un amante despechado que encontró el éxito encarnando a otro, con más problemas si cabe: Clyde Barrow.
Y para conseguirlo tuvo que hacer algo completamente impensable: lamerle los zapatos a Jack Warner. Un día le acorraló en su despacho, se tiró al suelo, se abrazó a sus rodillas y gritó “¡Coronel!”, así era como llamaban al viejo mandamás, “Tengo a Arthur Penn y un guión formidable, puedo hacer la película por un millón y medio de dólares; será una gran película… Y estoy dispuesto a lamerle los zapatos. Aquí mismo. ¡Ahora!” Warner, nervioso, avergonzado y enfadado intentó quitárselo de encima sin éxito. “No me levantaré hasta que me deje hacer la película”. El resto de la historia ya os lo podéis imaginar. Beatty sin disparar ni una sola bala, consiguió que el jefe del Viejo Hollywood diera luz verde al primer film de la nueva ola americana, un tsunami de tal fuerza que cambiaría para siempre el cine USA y que empezó con la amenaza de un lametón de un donjuán no correspondido.
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