Una oferta que no podrá rechazar
Debo reconocer que el sabor de las magdalenas nunca me han recordado a mi infancia. A mí me funcionan las naranjas. Y no para evocarme involuntariamente ese tiempo pasado perdido de mi niñez. Mi resorte sensorial memorístico funciona a 24 fotogramas por segundo: es ver una naranja y pensar en la mafía. Y la culpa es de Francis F. Coppola y El Padrino. Desde que hace ya (muchos, demasiados) años vi la primera entrega, las naranjas me ponen a la defensiva. ¿Por qué? Por esto:
Para mi, desde entonces, la naranja es una fruta de mal augurio. Y la excusa perfecta para hablar hoy, aquí, de la intensa relación entre el crimen organizado y la fábrica de sueños. Un maridaje tan elemental como el del alcohol y la gasolina, la ambición y la falta de escrúpulos o la sangre y el dinero. Detrás de cada gran fortuna se esconde un crimen. Con esta cita de Honoré de Balzac empezaba Mario Puzo el prólogo de El Padrino. La novela daba inicio con una boda. Y en ella un cantante venido a menos, Johnny Fontane, le pedía a su Padrino que le ayudara a conseguir un papel en el cine. Puzo y Coppola llevaron a la ficción un episodio que, años antes, había sucedido en realidad. El escenario, también New Jersey. El cantante, Frank Sinatra. El padrino, Guarino ‘Willie’ Moretti. Pero aquí terminan los parecidos razonables. En realidad fue Jimmy Alo, un colaborador al servicio de Lucky Luciano, el que llamó al productor Harry Cohn para que recapacitara y le diera al amigo Frank el papel que este quería en su nueva película, De Aquí a la Eternidad (1953). Esta vez, que se sepa, no fue necesario cortarle la cabeza a ningún caballo. Sinatra se hizo con el rol y con el Oscar al Mejor Actor Secundario.
Los lazos de Sinatra con la Cosa Nostra eran de sobra conocidos (el FBI guarda un amplio expediente sobre sus actividades que desclasificó hace un par de años). También lo era su amistad con Lucky Luciano –los dos eran paisanos originarios del mismo pueblecito de Sicilia, Lercara Friddi–, y que ambos sacaron un buen rendimiento de su relación.
Pero tampoco nos quedamos aquí. Viajamos hasta poco antes de la mejor noche (cinematográficamente hablando) de Frank Sinatra para recalar en otra no tan afortunada, aquella en la que La Voz puso el grito en el cielo al cazar en su cama a Ava Gardner con Lana Turner, protagonista a su vez de una tórrida aventura con Sinatra a mediados de los años 40. No hay testigos ni nadie dijo nunca nada. Lo que sí sabemos es que Sinatra y Gardner siguieron con un idilio incendiario y que Turner, la mortífera Cora de El Cartero siempre llama dos veces (1946), la pérfida Milady de Los Tres Mosqueteros (1948) o la idealista Georgia de Cautivos del Mal (1952), unos años después se agenció su propio Oscar. Y no hablamos del que ganó por Imitación a la vida (1959) sino de Johnny Stompanato, alias Johnny Valentine, Johnny El Guapo y… Oscar.
Este último apodo aludia a los 30cm de la estatuilla de la Academia y si dos y dos son cuatro ya os imagináis el resto. Stompanato era un ex-marine reconvertido en matón de armas tomar, gigoló a ratos libres y guardaespaldas de uno de los capos mafiosos de mayor influencia en la meca del cine, Mickey Cohen. Lana y Johnny empezaron salir en la primavera de 1957 y pronto se vio que la cosa no iba a terminar bien. Golpes, discusiones, amenazas en público, reconciliaciones nada pacíficas… En la foto aparecen junto a Cheryl Crane, hija de Lara y Sephen Crane, su segundo marido y con el que se casó dos de las ocho veces que Turner pasó por el altar. Entonces con 15 años, Cheryl era una adolescente problemática proclive a los escándalos que pasó a competir con su madre por los favores de Oscar. Y es que de tal palo tal astilla. Solo necesitamos recordar una de las máximas de Lana Turner: Los hombres son terriblemente excitantes y cualquier muchacha que opine lo contrario es una solterona anémica, una prostituta o una santa.
El idilio terminó el 4 de abril de 1958, con un cuchillo en la espalda de Stompanato… Clavado por Cheryl, que interrumpió una de las nada inusuales discusiones a grito y puño de la pareja para salvar a su madre. O así quedó reflejado en el informe policial que sustentó toda la defensa. En el juicio a Cheryl, su compungida madre copó todo el protagonismo con un testimonio desgarrado: Todo sucedió tan rápido que ni siquiera vi que mi hija tenía un cuchillo en sus manos. Pensé que le había golpeado en el estómago con los puños. El señor Stompanato se separó y cayó de espaldas. Se llevó las manos a la garganta, se ahogaba. Corrí hasta él y le levanté el jersey. Vi la sangre… De su garganta escapaba un sonido terrible... Toda la prensa de Hollywood estuvo de acuerdo: Lana Turner dio la mejor actuación de su vida en el estrado. El jurado solo necesitó 20 minutos de deliberación. ¿El veredicto? Homicidio justificado. Cheryl se libraba de la acusación de asesinato y era condenada a ser tutelada por el estado de California e ingresar en un internado solo para chicas.
No sabremos si, como en El cartero llama dos veces, Lana Turner convenció a Cheryl para que asesinase a Stompanato. ¿O lo apuñaló Lana y su hija se declaró culpable porque, al ser menor de edad, era un escenario más favorable de cara a la defensa? Hay quién argumenta que fue un ataque de celos de Cheryl, de Lana o de ambas. Incluso encontramos a quién sostiene que lo que sucedió realmente fue lo que nos contaron. Las teorías más marcianas señalan a Sean Connery como instigador del homicidio después que éste tuviera un terrible enfrentamiento con Stompanato en el rodaje de Brumas de inquietud en Londres. Stompanato entró en el set arma en mano para amenazar a Turner. Connery le quitó el arma, le zurró e hizo que lo detuvieran. Al llevar encima una pistola sin permiso de armas inglés, Stompanato fue deportado. La mafia creyó durante algún tiempo que Connery fue más allá y ordenó asesinar a Stompanato. De hecho, estaban tan convencidos que se habló de un complot para aniquilar a Bond. Y eso si es algo que habría querido ver: la cara de 007 cuando el Luca Brasi de turno le hiciese una oferta que no podría rechazar.
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