Experiencias míticas

Todo puede comprarse: excentricidades de los millonarios a lo largo de la historia (I)

El brillo fenicio del vil metal resulta tan tentador como los cantos de sirena que decían hipnotizar a los marineros hasta la perdición. Todos anhelamos tener más, y si no es más dinero, sin duda es más de cualquier cosa que, no nos engañemos, puede obtenerse con determinada suma de dinero. O mejor dicho: todos queremos tener más que el vecino.

Con todo, la gente con mucho parné nos produce entre fascinación y rechazo. Hoy en día, la prima de riesgo y las subidas y bajadas de los mercados nos recuerdan a tiburones disputándose la pitanza pública. Identificamos a Gordon Gekko con un antihéroe (y con un cabrón desalmado). Y Tío Gilito zambulléndose en su habitación de monedas de oro y no nos resulta tan encantadoramente fatuo.

Sergio Parra es periodista y escritor. Divulga ciencia en Xataka Ciencia, Quo, Conec y Mètode, hace crítica cultural en Papel en Blanco. También colabora con Editorial Planeta y asesora científicamente a RBA coleccionables. Es autor de varias novelas y relatos y próximamente publicará su primer libro de viajes en Editorial Martínez Roca, así como una biografía de Michael Faraday para RBA. Podéis seguirlo en twitter en @SergioParra_

Sin embargo, siempre hemos sido unos Homo economicus, siempre ha habido una Carrie Bradshaw oculta en nuestro interior, siempre hemos querido más. Y la mejor forma de comprobarlo, es echar la vista atrás.

Despilfarradores del pasado

Las transacciones económicas forman parte de nuestra más intima naturaleza, y consumimos desbocadamente no tanto por necesidad como para tener más que el vecino, en una suerte de escalada armamentísica de la que nadie puede desmarcarse: si eres consumista activo, obligas a otros consumistas activos a consumir más para superarte; si reniegas del consumismo (consumista pasivo), entonces acabarás, sin advertirlo, consumiendo más que antes porque el consumo generalizado te ha hecho creer que los mínimos saludables o dignos para vivir son los que tú has escogido, así que también acabarás consumiendo más y contribuyendo a la batalla de egos.

En el libro Vacas, cerdos, guerras y brujas, del antropólogo Marvin Harris, podemos profundizar en el estilo de vida de los amerindios que habitaban en las regiones costeras del sur de Alaska, la Columbia Británica y el estado de Washington en tiempos pretéritos.

Pero lo más llamativo de estas tribus eran sus costumbres relativas al consumo, llevando  a cabo lo que se denomina potlatch, un ritual en el que el buscador de estatus obtenía, donaba o destruía más riqueza que los rivales:

Podía intentar avergonzar a sus rivales y alcanzar admiración eterna entre sus seguidores destruyendo alimentos, ropas y dinero. A veces llegaba incluso a buscar prestigio quemando su propia casa.

Las sociedades primitivas de Melanesia y Nueva Guinea también se dejaban llevar por esta clase de consumo conspicuo y ostentoso. Allí, los llamados Grandes Hombres, poseen un estatus vinculado al número de festines que han patrocinado a lo largo de su vida. Por ejemplo, los individuos que ambicionen estatus en el pueblo de habla kaoka de las Islas Salomón, inician su carrera ordenando a su esposa e hijos que cultiven huertos de ñame más grandes.

Caprichos de emperadores y reyes

Si nos centramos en comidas pantagruélicas y de alto copete hay que centrarse, inevitablemente, en el imperio romano.

El mayor banquete del que se tiene constancia es probablemente el que ofreció Julio César a su regreso victorioso de Oriente. En él invitó en varias jornadas a 260.000 personas que se sentaron en 22.000 mesas.

Otro banquete celebrado en Barcelona, en 1520, por parte de la Orden de Caballería del Toisón de Oro, estuvo compuesto por 72 platos, que fueron servidos a lo largo de dos días ininterrumpidos de festejos.

El divulgador de historia Gregorio Doval añade un despilfarro más a la lista:

Según los cronistas de la época, el Gran Mongol de la India Basher (1505-1530) solía viajar con tres palacios desmontables de madera, las piezas de cada uno de los cuales eran transportadas por 200 camellos y 50 elefantes. Además, la caravana real se componía de otros 300 camellos (100 que transportaban rupias de oro y 200 rupias de plata) y 30 elefantes cargados de joyas y armas decorativas. En total, se calcula que la comitiva real se componía de unas 100.000 personas, 40.000 de las cuales eran soldados.

Sin duda, una exageración. O como concluye el psicólogo y científico cognitivo Steven Pinker:

La lógica podría resumirse así: “No puedes ver toda mi riqueza y poder adquisitivo (mi cuenta bancaria, mis tierras, todos mis aliados y lacayos), pero puedes ver los acabados en oro del baño. Nadie podría permitírselos si no dispusiera de riqueza; por tanto, ahora ya sabes que soy rico”.

Comentarios

  1. Comentario by Moda para hombres: la tentación de los clubs de venta online - Lanzamientos, Eventos y Campañas - julio 24, 2012 03:07 am

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  2. Comentario by Todo puede comprarse: excentricidades de los millonarios a lo largo de la historia (II) - julio 30, 2012 10:01 am

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  3. Comentario by Todo puede comprarse: excentricidades de los millonarios a lo largo de la historia (y III) - agosto 05, 2012 10:02 am

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