The Clash antes de Margaret Thatcher
El pasado lunes moría Margaret Thatcher y a mí no me salía otra cosa más que escuchar el primer disco de The Clash. No es del todo justo: Thatcher gana por primera vez las elecciones generales británicas en 1979, el mismo año en que el grupo publicaba su tercer y justamente aclamado disco, London Calling. Para entonces, The Clash llevaban varios años en la cresta de la ola del punk, hablando de la Inglaterra que conocían y que era decadente, desigual y descorazonadora. Así que Thatcher y The Clash no van exactamente de la mano. Pero hay algo en lo que The Clash representan que les conecta con lo que, más tarde, supondría Thatcher. Y ese algo me empuja, hoy, a su primer disco.
Tiene que ver con el carácter contestatario del primer punk, el que aún estaba vivo. En realidad, el punk fue un movimiento que murió poco después. Algunos dicen que nació muerto. Yo no lo creo. Tuvo su apoteosis en algún momento indeterminado de 1977 y, a partir de ahí, el punk clásico, o al menos eso podéis leer por ahí, se fue al garete. Lo que vino después fueron los grandes sellos, el éxito comercial y, una vez superada la fase natural de decadencia, el hardcore punk. Pero eso ya sería en los ochenta y al otro lado del Atlántico, así que estaríamos hablando de otra cosa. Aquí hablamos de punk. Del primer disco de The Clash, publicado en 1977 y clásico instantáneo no sólo del punk, sino de toda la música pop.
Tanto este disco como su continuación, Give ‘Em Enough Rope, condensan parte de la esencia del punk. Especialmente el primero y homónimo: catorce canciones que son una gozada, que aún siguen joven y frescas, que son agresivas pero que son pop, que hablan de rebeliones de muchachos blancos de las barriadas de Londres, de la falta de oportunidades, del no future, de una ciudad en llamas, del odio y de la guerra. Un trabajo sensacional, adictivo y reivindicativo, aún hoy himno y bandera de la música contestataria. The Clash y otros grupos del ramo llegaron antes de Thatcher, pero su mensaje era premonitorio: no hay futuro. Y, ciertamente, tal y como entendían ellos el mundo no había futuro. No con Thatcher.
Los ochenta, claro, fueron otra cosa. Probablemente todos los grupos de la hornada 76-77 que bramaban contra el establishment y los pilares de la sociedad británica lo hubieran hecho igualmente durante los años de Thatcher, porque, no es difícil de prever, hubieran creído tener más motivos que nunca. Para muchos obreros y trabajadores de la Inglaterra aún en recesión, los ochenta no fueron mejores que los setenta. Lo que pasa es que fueron diferentes, y que los vientos ya giraban hacia el pop protesta y los sintetizadores hedonistas. El tiempo de The Clash había pasado, pero sus canciones, entonces y hoy, siguen vigentes. Y, difuminadas en nuestra memoria colectiva, en realidad no parecen tan alejadas del esplendor thatcheriano. No importa, en realidad. Tras 2008, el mensaje de The Clash parece no haber pasado de moda jamás.
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