Sucesores frustrados en el mundo del fútbol
Cada vez que en el mundo del fútbol se escucha aquello de “Menganito es el nuevo Fulanito” conviene echarse a temblar. Nos suele gustar (me incluyo, por supuesto) comparar a las jóvenes promesas con futbolistas consagrados, jugadores que son o han sido verdaderamente grandes. Cuesta resistir la tentación de ver a un chaval joven y no decir que recuerda a Iniesta, que tiene algo de Zidane o que sus movimientos evocan a los del primer Ronaldo. Es comprensible, y hasta lógico, buscar referencias para tratar de definir a un jugador en ciernes, pero hay veces en que la etiqueta se puede convertir en una losa demasiado pesada para el joven futbolista. Las comparaciones son odiosas, dice el refrán. Que se lo digan a estos futbolistas.
El nuevo Redondo: Fernando Gago
El rumor llegó a mediados de 2005. Había un joven futbolista argentino que estaba maravillando con la camiseta de Boca Juniors y que recordaba a Fernando Redondo. Situémonos: Redondo acababa de retirarse de los terrenos de juego, tras sufrir una lesión que lastró sus años en el Milan, los últimos de su carrera. Irrumpe entonces un mediocentro argentino con una clase que hacía tiempo no se veía. Lleva el 5 a la espalda, como el primer Redondo; luce media melena, como el primer Redondo; juega de mediocentro único, bastándose para repartir juego por delante de la defensa, como el mejor Redondo.
Quizás por la necesidad imperiosa de un mediocentro (los últimos que había visto el Bernabéu pasar por la posición eran Pablo García, Gravesen, Emerson y Diarrà), quizás por la melancolía del recuerdo del hombre que asombró con su tacón a Old Trafford, el Real Madrid fijó el punto de mira en Fernando Gago. Llegó en diciembre de 2006, junto a Higuaín, otro chaval argentino que procedía de River Plate. El primero era la estrella más o menos contrastada, el hombre sobre el que debía pivotar el juego madridista durante la siguiente década. El segundo, un delantero prometedor pero apenas maleado en la élite: una incógnita, en definitiva.
Lo que pasó después es conocido: Higuaín, con sus altibajos, se aferró al puesto de delantero y ha sido, durante seis años y medio, una pieza básica en el equipo. Gago, después de un inicio interesante, se fue hundiendo, víctima de su incapacidad y de las desmesuradas expectativas. Tras pasar con más pena que gloria por Roma y Valencia, el club che lo cedió a Vélez Sarsfield. En Argentina trata Gago de volver a ser el que fue, de recuperar ese estilo que lo convirtió en el mediocentro más prometedor del mundo, de volver a lucir ese halo que hizo que el mundo del fútbol hablara del nuevo Redondo.
El nuevo Figo: Simao Sabrosa (y Ricardo Quaresma)
Se dio a conocer en el Sporting de Lisboa, donde sus regates pegado a la cal de la banda derecha propiciaron que el Barcelona se fijara en él. Podría ser la historia de Luís Figo, pero es la de Simao Sabrosa, el futbolista llamado a suceder al mejor futbolista portugués entre el adiós de Eusebio y la irrupción de Ronaldo.
Simao fichó por el Barcelona en 1999 y coincidió un año con Figo. Con 19 años, se esperaba que creciera a su sombra, que madurara junto al hombre al que debía suceder. Sin embargo, la victoria de Florentino en las elecciones madridistas y 10.000 millones de pesetas precipitaron los acontecimientos en el verano de 2000. Con Figo de blanco, era el momento de Simao, que debía dar un paso al frente. La empresa le vino grande y volvió a Portugal un año después, para jugar en el Benfica.
El Barça perseveró en el intento y en 2003 fichó a Ricardo Quaresma, un futbolista del Sporting de Lisboa de regate eléctrico que jugaba pegado a la banda derecha; quizás les suene la historia. El nuevo nuevo Figo duró en Barcelona menos aún que el nuevo Figo: un año. Lo que son las cosas, ambos, Simao y Quaresma, terminaron coincidiendo un par de temporadas en el Besiktas.
El nuevo Zidane: Yoann Gourcuff (y Samir Nasri)
Desde que la cabeza de Zinedine Zidane impactara con la de Materazzi el 9 de julio de 2006 en Berlín y Horacio Elizondo lo mandara al vestuario para nunca volver, el mundo en general y los franceses en particular andan buscando al hombre que tome su testigo. El primer nombre que surgió fue el de Samir Nasri. Nombrado mejor jugador de la liga francesa en 2007, con sólo 20 años, la posición en la mediapunta del jugador del Olympique de Marsella, su visión de juego y su origen argelino hacían inevitable la comparación con el recién retirado astro, a pesar de poseer un físico bastante diferente, mucho más menudo. Nasri fichó por el Arsenal en 2008 y realizó buenas campañas, pero cada vez más lejos de su referente. Hoy, con 26 años, defiende la camiseta del Manchester City y a nadie se le ocurre sacar a colación la comparación.
No tenía veinte años Yoann Gourcuff cuando fichó por el Milan, tras destacar en el Stade Rennes. Gourcuff tenía lo que le faltaba a Nasri: el porte, la elegancia, el parecido físico, los movimientos. Todo él evocaba a Zidane. En Milán apenas jugó y en 2008 fue cedido al Girondins de Burdeos. Fue durante aquella fantástica temporada, en las filas del equipo en que emergió Zidane, cuando la comparación tomó forma. Después de marcar un gol maravilloso contra el Paris Saint Germain, recibiendo de espaldas a la puerta, en la frontal del área, y haciendo una especie de roulette made in Zidane antes de fusilar la puerta, los medios de todo el mundo amplificaron la semejanza: ya teníamos heredero al trono. Luego vino el traspaso al Olympique de Lyon y el estancamiento, la clase administrada cada vez en dosis más pequeñas. Hasta hoy. Poseer un gran talento y tener movimientos que recuerdan a uno de los más grandes no es suficiente.
El nuevo Laudrup: Sandro
Mientras el Madrid arrebataba al Barcelona a un descontento Michael Laudrup, Carlos Alejandro Sierra Fumero, más conocido como Sandro, despuntaba en el filial blanco. Valdano, recién llegado al banquillo de Chamartín y con ganas de tirar de cantera, como quedaría más tarde claro con Raúl, subió a Sandro al primer equipo y le adjudicó el papel de suplente de Laudrup, en el vértice superior del rombo con que formaba el centro del campo madridista.
Sandro disfrutó de minutos y las comparaciones no tardaron en surgir. Aunque más menudo que el danés, Sandro era un futbolista especial, dotado para el regate, la conducción de balón y con un talento singular para el último pase. Eran bastantes cosas las que recordaban a Laudrup, que ya estaba en la recta final de su carrera, a pesar de acabar de aterrizar en el Madrid. El futbolista canario parecía llamado a ocupar, tarde o temprano, el puesto del danés.
Al año siguiente todo se precipitó: Valdano fue destituido, el Madrid acabó contratando a Capello y Sandro se fue a foguearse a Las Palmas. Acabó recalando en el Málaga, donde se convirtió en pieza fundamental de aquel equipo de los Darío Silva, Dely Valdés, Movilla o Mussampa. Sandro nunca llegó a ser Laudrup, pero dejó buenos años en Málaga, donde se le recuerda con cariño, tanto que fue pregonero de la feria en 2008.
El nuevo Ronaldo: Karim Benzema
En la mayoría de los casos, la comparación aparece más por la nostalgia del jugador que ya no está que porque haya un parecido excesivo. A veces basta con que el joven jugador comparta posición y algunos de sus movimientos recuerden a los del crack añorado. Cuando Karim Benzema empezó a hacerse un nombre en Lyon no fueron pocas las bocas que se abrieron para pronunciar el nombre de Ronaldo Nazario.
La analogía, claro, tampoco estaba exenta de fundamento. Más allá del cráneo rapado y una constitución física similar, el juego del delantero francés poseía (posee) ciertos rasgos similares a los del primer Ronaldo, sobre todo la potencia, esa capacidad para arrancar y driblar en carrera tan propia del brasileño.
Hoy podemos afirmar rotundamente que la semejanza era exagerada. Son más las cosas que diferencian a Benzema y Ronaldo que las que los unen y, aunque al francés le queda mucho fútbol aún por delante, cuesta pensar que vaya a alcanzar las cotas del brasileño.
El nuevo Stoichkov: Martin Petrov
La generación búlgara de los noventa, semifinalista en el Mundial de Estados Unidos, es irrepetible. Pasarán más de mil años, como reza el bolero, para que vuelva a surgir en el país búlgaro una colección de futbolistas similar y pasarán otros tantos para volver a ver un nuevo Stoichkov, aunque en su día muchos quisieran ver en Martin Petrov a su sustituto.
Petrov se dio a conocer a finales de los noventa en el CSKA de Sofía, el mismo club que había visto nacer a Hristo. Siendo Petrov un extremo zurdo, rápido y hábil, la comparación brotó inmediatamente. Al Atlético de Madrid llegó procedente del Wolsfburgo alemán. “Es un orgullo que me comparen con Hristo Stoichkov porque es un gran jugador, pero yo quiero ser Martin Petrov”, dijo el jugador en su presentación de rojiblanco. Lo consiguió: Petrov se quedó en Petrov.
El nuevo Mijatovic: Dragan Ciric
Suele pasar que este tipo de etiquetas son asignadas por representantes y/o medios de comunicación, tratando cada uno de vender su producto. Así se dan casos tan surrealistas como el del serbio Dragan Ciric, que llegó al Camp Nou en 1997 con la vitola de nuevo Mijatovic.
Ciric llegó a nuestra liga en una época en que el fútbol español andaba enamorado de la fértil cantera balcánica, buscando a los sucesores de Suker y Mijatovic, o cuanto menos de Jarni, Jokanovic o Brnovic. Baste recordar que en aquellos días el Madrid fichó a “futuras estrellas” como Rambo Petkovic, el Átomo Ognjenovic o Elvir Baljic.
El mediapunta serbio, que había sido nombrado dos veces mejor jugador de la liga yugoslava, vistió dos años la camiseta azulgrana, dejando una trayectoria mediocre. Estuvo en el AEK de Atenas y volvió a España, para jugar en el Valladolid, donde tampoco dejó un gran poso. Para finalizar su carrera regresó al Partizan de Belgrado. En la capital serbia, su ciudad natal, abrió un restaurante de comida española tras su retiro.
El nuevo Romario: Keirrison de Souza
Hay futbolistas irrepetibles, a los que la especial naturaleza de su juego hace que resulte imposible encontrarles émulos. Romario es uno de ellos. Su fútbol de dibujos animados (Valdano dixit) era tan singular como inimitable. Por eso se levantó una gran expectación cuando hace unos años apareció un tal Keirrison de Souza al que todos etiquetaban como el nuevo Romario.
Keirrison (nombrado así por la afición de su padre al rock: su nombre resulta de la mezcla de Keith Richard y Jim Morrison) destacó en el modesto Coritiba y con 20 años fichó con el Palmeiras. Sólo estuvo seis meses en el club de Sao Paulo, antes de firmar en 2008 un contrato de cinco años por el Barça. Para entonces ya todo el mundo hablaba de su parecido con Romario.
El Barcelona lo cedió al Benfica para que se curtiera en el fútbol europeo, pero apenas tuvo minutos. Después vino otra fallida cesión a la Fiorentina y el regreso a Brasil en busca de las sensaciones perdidas: Santos, Cruzeiro y la vuelta al Coritiba, su club de origen, donde las lesiones no le han permitido la continuidad deseable. Aún le queda un año de contrato con el Barça, club que pagó 14 millones por él y con el que no ha disputado un solo minuto. El futuro del hombre antes conocido como el nuevo Romario es hoy una incógnita.
El nuevo Maradona: Lionel Messi
Ocurre, una de cada mil veces, que la comparación no es tan disparatada y acaba cuajando. Los argentinos estuvieron 15 años buscando al nuevo Maradona, esperando que apareciera un jugador al que adorar incondicionalmente. Por momentos pareció que Ariel Ortega podría ser ese hombre, pero el Burrito se perdió entre la melancolía y el alcohol. También Riquelme opositó al trono durante un tiempo; incluso Aimar. A todos les quedaba la corona grande, muy grande. Entonces surgió un pibe que hacía cosas extraordinarias, cosas que no se veían desde el Pelusa, pero no en la Bombonera de Boca o en la cancha de River, sino a miles de kilómetros, en Barcelona. Con 19 años, el pibe ya había emulado el gol del ídolo contra Inglaterra en Mexico. También el otro gol, el de pícaro, el que había empujado la mano de Dios, lo calcó el muchacho. A los argentinos, que llevaban tanto tiempo esperando al nuevo mesías, les costó reconocerlo, quizás por haber aparecido tan lejos de Tierra Santa, pero finalmente se rindieron ante la evidencia. Con sus evidentes diferencias y sus peculiaridades, se podía afirmar que Messi era el nuevo Maradona, y en este caso, sin que sirva de precedente, la analogía no era tan descabellada.
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