René Carmille, Santo Hacker
El 12 de abril de 1933 el gobierno alemán anunció su intención de llevar a cabo un censo que según ellos hacía tiempo que debía haberse hecho. La mayor de sus preocupaciones parecía ser identificar a los judíos, gitanos y otras minorías étnicas que ponían en peligro la pureza de la sangre alemana. Para realizar este censo se usarían las máquinas Hollerith de la filial alemana de IBM, que mediante tarjetas perforadas asignaban a cada individuo una serie de características de entre las cuales la religión y la raza eran de capital importancia para los nazis.
Computando sangre
Muchos judíos pensaban ingenuamente que podrían esconderse de la cláusula aria que les negaba la ciudadanía y los derechos de los que gozaban el resto de sus compatriotas, pero no sospechaban que esconderse de los millones de tarjetas que la moderna tecnología de IBM comparaba diariamente en búsqueda de cambios de domicilio, matrimonios y árboles genealógicos iba a resultar infinitamente más complicado. Durante sucesivos censos el número de judíos en Alemania quedó establecido en dos millones casi cuadruplicando el tamaño del objetivo que en un principio Hitler tenía en mente y reportando a los fabricantes de la maquinaria delatora un beneficio de 1.8 millones de marcos.
A medida que el Reich aumentaba sus territorios los eficientes funcionarios expandían las malditas tarjetas por Europa y cuando esa expansión se tornó violenta, también lo hicieron las consecuencias de cada perforación: cuando la Wehrmacht invade Polonia la meticulosidad se une a la brutal sangre fría estableciendo que aquel que no lleve consigo la copia de la tarjeta censal podrá ser deportado… o fusilado.
Con la caída de Francia entra en escena nuestro protagonista, René Carmille, un gris funcionario experto en operar las máquinas perforadoras que paralelamente a su trabajo como jefe del Servicio de Estadística para el colaboracionista gobierno de Vichy, dirige la sección de la Red Marco Polo de la Resistance, encargada de usar el futuro censo para preparar una movilización ilegal e identificar al más de un millón de prisioneros franceses que los alemanes se han llevado a su país como mano de obra esclava.
Hackeando vida
Cuando René viaja a Alemania para recibir las instrucciones en la fábrica de Deutsche Hollerith-Maschinen Gesellschaft mbH sobre como trabajar con las nuevas máquinas ya sospecha que los nuevos amos pretenden usar el censo para algo muy distinto.
Las presiones continúan hasta que el ministro de justicia de Vichy, que tras la guerra sería condenado a muerte, Raphael Alibert, le ordena incluir la pregunta que Carmille había estado intentando evitar desde el principio. La temida pregunta número 11 de las tarjetas queda establecida: “¿Religión?”.
La política antisemita del gobierno de Pétain está dando sus primeros pasos y mientras la gente de Carmille se afana en que ‘casualmente’ la undécima perforación sea omitida o sufra unos ‘inexplicables’ retrasos, la policía realiza sus redadas y la identificación de los judíos prácticamente a ciegas.
Los altos jerarcas de Vichy no comprenden la vulnerabilidad de la nueva tecnología y las máquinas están siendo sistemáticamente saboteadas por los resistentes. En noviembre del 42 se acaba la quimera de la soberanía francesa en la parte sur del país y las tropas de Hitler se hacen de facto con toda Francia. La actividad de René queda mucho más expuesta ante la inspección directa de los técnicos nazis. Aun así no cede en su empeño y durante todo el año 43 no sólo continua torpedeando el esfuerzo por estabular a los judíos, sino que siendo consciente de que su tiempo se acaba, redobla sus esfuerzos intentando hacer llegar a De Gaulle sus datos para promover un levantamiento en Argelia.
El cerco se va cerrando y los alemanes sospechan cada vez más de la supuesta inoperancia del departamento estadístico francés para presentarles con claridad el nombre y la dirección de los judíos que todavía se esconden en su territorio. El tristemente célebre carnicero de Lyon, Klaus Barbie, ha centrado su mira sobre él y no es necesario que exista algo más consistente que una suposición para que un mediodía de febrero de 1944 unos gabanes de cuero aparezcan en la puerta de la oficina de René.
La Gestapo ha acertado el tiro y se lo lleva al Hotel Terminus, su cuartel general, en el que el propio Barbie tortura durante dos días a Carmille y sus colaboradores sin poder arrancarles ni una confesión ni la más mínima información sobre el resto de la red. Pero ya está todo perdido, los nazis no necesitan las sutilezas de un juicio ni nada parecido para desmantelar la trama y poner a su gente con el censo, aunque ya no tendrían mucho tiempo para continuar su macabra tarea. Lamentablemente René tampoco dispone de mucho tiempo ya que es deportado a Dachau con el cuerpo destrozado. Nunca se recuperaría. Tres meses antes de que la 20ª División Blindada del US Army liberase el campo moría de tifus.
Pasado y ¿futuro?
Para darnos cuenta de la importancia del ‘hackeo’ llevado a cabo por René Carmille baste comparar las cifras de judíos deportados desde otro territorio ocupado por los nazis. Mientras que la resistencia y la solidaridad de los holandeses con sus judíos fue similar a la de los franceses, el hecho de que no existiese un protopirata informático boicoteando el censo en aquel país supuso que el 75 % de los hebreos holandeses diese con sus huesos en los campos de exterminio, mientras en Francia el porcentaje rondó el 25 %.
No tengo la menor idea de informática y lo primero que imagino cuando oigo la palabra hacker es en un tipo feo y asocial que se dedica a reventar webs por deporte, pero conocer la historia de este pionero no sólo me hace replantearme esa imagen si no también preguntarme con cierto toque conspiranóico para qué querrán tantos datos nuestros… De momento, estoy mirando mi pasaporte con cierto rencor y me pregunto si entre todos esos freaks de la informática que la mayor parte de veces nos complican la vida no habrá que buscar un René en el futuro que lo estropee todo. Para bien.
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