Experiencias míticas

Mourinho y Guardiola: la historia de un amor como no hay otro igual

“Es la historia de un amor como no hay otro igual, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal”.

Así reza la letra del mítico bolero Historia de un amor, compuesto por Carlos Eleta Almarán y famoso en las voces de Luis Mariano, Los Panchos, Cesaria Evora, Diego el Cigala o Raphael. Así es la historia de amor / desamor entre Guardiola y Mourinho, desde que se sonrieran por primera vez a finales de los noventa, cuando uno era ya algo más que un futbolista y el otro bastante más que un traductor. La vida los ha vuelto a cruzar desde entonces en bastantes ocasiones, y ellos no han rehuido el contacto. Son dos enemigos íntimos, que se quieren y se odian, que se buscan y se necesitan, que se encuentran y se retroalimentan. Es la historia de un amor como no hay otro igual. Una historia en cinco actos.

Uno: el flechazo

“Contigo aprendí que existen nuevas y mejores emociones, contigo aprendí a conocer un mundo nuevo de ilusiones”
Contigo aprendí (Armando Manzanero)

Todo comenzó hace ya casi dos décadas. En el verano de 1996 (qué propicios han sido siempre los veranos para la aparición de nuevas pasiones) llegó Mourinho a Barcelona, de la mano del inglés Bobby Robson. Desconocemos si el flechazo fue inmediato o si se trató de un proceso lento, pero la historia de amor tuvo su momento álgido tras la victoria en la Recopa de 1997 contra el Paris Saint Germain. Acababa de finalizar el partido, con victoria azulgrana por 1-0, cuando, sobre el mismo césped del Estadio Feyenoord de Rotterdam, Guardiola se dirigió a Mourinho, señalándolo con el dedo índice, y se fundieron en un abrazo jubiloso y emocionado.

El idilio duró hasta 2000. Fueron cuatro años de alegrías y éxitos (dos Ligas, dos Copas del Rey y una Recopa, la del 97, la del abrazo). Aunque Robson se marchó en 1997, Mourinho se quedó como ayudante de Van Gaal. Después llegó Serra Ferrer y el portugués emprendió un nuevo camino. Pep apenas aguantaría en el club unos pocos meses más.

Dos: la separación

“Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón”
La barca (Roberto Cantoral)

Con el nuevo siglo, cada uno tomó un camino diferente. José Mourinho regresó a Portugal, donde entrenó al Benfica y al Uniao de Leiria, para terminar haciendo campeón de Europa al Oporto. Guardiola, por su parte, se marchó a Italia y terminó sus días de futbolista en Catar, mientras cristalizaba su idea de convertirse en entrenador. Cabe pensar que, poco a poco, se fueron olvidando el uno del otro, aunque quién sabe, quizás una carta de vez de en cuando, una llamada, un sms. En cualquier caso, no faltaba mucho para que el destino los volviera a reunir.

Tres: el desamor

“Se nos rompió el amor de tanto usarlo, de tanto abrazo loco sin medida”
Se nos rompió el amor (Rocío Jurado)

El reencuentro tuvo lugar en el otoño de 2009, con José asentado en el banquillo del Inter, tras ganar la Serie A, y Pep aún disfrutando su triunfal año de debut al frente del Barça. Ambos equipos coincidieron el la liguilla de grupos de la Champions. Allí Pep y Mou se mostraron amables y simpáticos, cariñosos el uno con el otro. Ni rastro de hostilidad o resentimiento. El equipo culé dominó ambos partidos, ida y vuelta (empate en Milan, victoria en el Camp Nou), pero los dos se clasificaron para octavos de final. No tardarían en volverse a ver las caras.

Fue unos meses después, en la recta final de la competición, en semifinales de Champions. Eran los equipos de moda. El Barça dominaba en España y el Inter en Italia. Los italianos ganaron en Milan por 3-1 y en Barcelona pasó de todo: la expulsión de Thiago Motta y el ataque continuo pero infructuoso del Barça, ante la defensa numantina ordenada por Mourinho. El Inter pasó a la final. Aquella noche, definitivamente, se les rompió el amor de tanto usarlos. De tanto usar los aspersores.

Cuatro: el rencor

“Bravo, permíteme aplaudir por tu forma de herir mis sentimientos”
Bravo (Bambino)

Con la herida del Camp Nou reciente y el césped aún húmedo, Mourinho llegó a Madrid, a la Liga española, como ese ex que se muda al mismo barrio y te lo tienes que cruzar más de lo deseable. El primer encuentro (encontronazo) tuvo lugar en el Camp Nou, en noviembre de 2010. Ese 5-0 fue un golpe duro para Mourinho. Sus labios hablaban de una derrota muy fácil de digerir, pero sus ojos mostraban pesar y despecho.

Lo siguiente fue lo que se dio en llamar el maratón de clásicos, jugados en primavera. Cuatro partidos en 18 días: la vuelta de la Liga, la final de Copa y el doble enfrentamiento en semifinales de Champions. De aquellos días se ha escrito demasiado, para qué abundar en ello. Sólo señalar que aquello supuso la ruptura definitiva. Lo que Mourinho le susurró a Guardiola sólo ellos lo saben, pero a partir de entonces vinieron los reproches, el por qué, por qué, por qué; la ironía y el desprecio (“José es el puto amo”). Empezó a salir a la superficie lo que durante tiempo se había callado. La frialdad dio paso a la tormenta. El desamor al rencor, acaso camino inevitable.

El resto es conocido: uno ganó la Liga y el otro la Copa. Al año siguiente cambiaron los papeles, pero Pep no pudo más y renunció. Decidió poner kilómetros de por medio; cuantos más, mejor. 5.700 kilómetros separan Madrid de Nueva York.

Cinco: la distancia

“En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse, imborrables momentos que siempre guarda el corazón”
Inolvidable (Tito Rodríguez)

Como un boxeador cuyo contrincante hubiera escapado del ring, Mourinho se quedó solo, soltando puñetazos al aire, y ocurrió lo inevitable: cayó trastabillado. El año que Guardiola se fue, el Madrid de Mou se quedó sin ningún título. Al terminar el año, un melancólico José abandonó Madrid en busca de Londres, allá donde había sido feliz antes de que Pep volviera a irrumpir en su vida.

Ahora se vigilarán de lejos, estudiando al otro como quien mira compulsivamente el muro de Facebook de su ex, analizando cada movimiento. Este viernes se vuelven a cruzar en Praga, con la Supercopa de Europa en juego. Simularán indiferencia al saludarse, fingirán para no delatar los nervios, el temblor de piernas por volverse a encontrar. Dirán que si una vez hubo algo ya está olvidado. Pero quizás, de vez en cuando, rebusquen entre sus fotos añejas y sucumban a la nostalgia contemplando aquel abrazo de 1997 con los ojos empañados. Y es que, como bien cantaba Tito Rodríguez, en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse.

Fotos | El Mundo Deportivo
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Comentarios

  1. Comentario by Natxo Sobrado - agosto 30, 2013 10:05 am

    La nueva entrega de El Diario de Noa va a ser protagonizada por Mou y Pep.

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