My Bloody Valentine y el paso del tiempo: de mitos y leyendas
Kevin Shields es uno de esos talentos que surgen cada diez o quince años en el panorama musical mundial y que, harto de soportar la propia carga de su genio, extenuado tras la titánica tarea de publicar una obra maestra atemporal, decidió retirarse de la vida pública durante la dos décadas siguientes. Parecía que no llegaría nunca pero sí: este año hemos tenido un nuevo disco de My Bloody Valentine. Suponemos que Shields, tras marear la perdiz durante unos cuantos años y haber retomado su grupo con algún que otro concierto, afinó definitivamente el disco sucesor de Loveless y, contra todo pronóstico, lo publicó hace un par de meses en la página web del grupo. Veintidós años. ¿Hacía falta esperar tanto tiempo, Shields? ¿Es m v b tanto como esperábamos y como el tiempo nos ha hecho esperar?
La clave de toda esta historia reside en el tiempo. El paso de los años lo ha cambiado todo. Hay quien ha dicho, sabiamente, que si m b v se hubiera publicado dos años después de Loveless parecería mucho más de lo que es ahora, pero que su obra maestra, Loveless, no lo sería tanto. Puede que esté en lo cierto. Las dos décadas que My Bloody Valentine dejaron atrás fueron pasto de miles y millones de grupos que se alimentaron casi exclusivamente de Loveless. La desaparición abrupta del grupo, la influencia secular de su gran trabajo y la eterna expectación por un nuevo disco elevaron a Loveless a los altares. Es sólo nuestra percepción del disco lo que cambia, porque las canciones son las mismas. El paso de los años y las grandes esperas sólo pueden deparar decepciones. Lo que alza a Loveless a los cielos puede sepultar a m b v.
En el fondo, ni uno ni otro disco son tan diferentes. My Bloody Valentine han sido capaces de demostrar este año que su fórmula es única y, de momento, inagotable. Está bien: la dosifican en exceso. Pero su trabajo es por derecho propio candidato a colarse entre las listas de lo mejor del año, y no queda tan lejos de Loveless. Una vez Shields se ha puesto delante de un brazo de trémolo de nuevo, ha demostrado que su talento inntato para el género que él perfeccionó no se ha marchitado. Así que las dudas de todos los seguidores del grupo han sido más que legítimas: ¿por qué tanto tiempo, Shields, por qué esperar durante tantos años? Una defensa de Shields es más que obvia: que hayan pasado veintidós años desde Loveless no significa que él haya estado veintidós años trabajando en su nuevo trabajo. Pero esta explicación se difumina sepultada en el pasado. Nos cuesta desligar a m b v de su antecesor. De la figura de Shields.
Quizá Loveless no sea un disco tan genial y quizá m b v tampoco lo sea. Quizá lo que suceda sea al contrario: el segundo se beneficia del halo místico del primero. Personalmente creo que sí hay para tanto, que Loveless es seguramente uno de los dos discos musicalmente más perfectos jamás ideados y que m b v es un más que digno sucesor, con nuevas aventuras de Shields y sus amigos. Pero tampoco debemos ser ingenuos: My Bloody Valentine saben que su leyenda les granjea más y más atención por parte de los grandes medios. La explotan de manera ingeligente. Shields no es un atormentado ser víctima de las tribulaciones de su locura, como Van Gogh. Shields es sólo un hombre que no pudo o no quiso encontrar la tecla adecuada para volver a publicar nuevo material. Pero claro. Esto resulta mucho menos romántico que la imagen del Shields atormentado, incansable en su búsqueda del acorde perfecto, del delay adecuado, de la melodía soterrada en una maraña de ruidos indescifrables. Cuánto haya de cierto o no, eso da lo mismo. Nosotros ya tenemos nuestro mito. A morir con él.
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