Los videojuegos de segunda mano nos plantean muchas preguntas, pero sobre todo una: ¿por qué los fabricantes de consolas se han empeñado en ponerle las cosas difíciles a los compradores de juegos usados? Tanto Microsoft como Sony llevan días, semanas, ¡meses! mareando la perdiz con el tema. ¿Acaso quieren que los odiemos con todas nuestras fuerzas?

Ah, pero la culpa la tenemos los jugadores. Y las tiendas que venden juegos usados. De hecho estas tiendas son el mal. Las compañías encargadas de poner los videojuegos en el mercado lo saben. Saben que una misma copia de uno de sus juegos puede tener varios propietarios, pero sólo una parte del dinero aflojado por el comprador original irá a parar a sus arcas. Lo que paguen los siguientes se quedará en los bolsillos de las Tiendas del Mal. Y eso, queridos amigos, no puede ser.

Las compañías quieren su parte. Si una misma copia es vendida y revendida cuatro, cinco, o veinte veces, quieren sacar tajada de todas y cada una de ellas. Ah, pero el Comercio Infernal de la Segunda Mano de Satán no se lo permite. ¿Solución? Machacar a los fabricantes de consolas para que tomen medidas e impidan que siga esta barbarie. Que sean ellos los malos, Microsoft y Sony.

Decía que la culpa la tenemos los jugadores. Pero cómo no. Somos nosotros los que decidimos ir a una Tienda del Mal a vender un juego que ya no queremos —por malo, por feo, por viejo, qué más da. Deberíamos conservarlo hasta la muerte—, somos nosotros los que compramos juegos usados sabiendo que la tienda de turno le ha pagado poco y mal al vendedor del juego usado para poder meterle su margen y colarnos unos euros de más. Y debemos pagar por ello. Debemos pagarlo caro. Nos merecemos unas nuevas consolas repletas de restricciones para que no podamos usar más que juegos originales. O usados pero al mismo precio que los nuevos. O casi. O más.

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