Lobezno te raja, pero de forma honorable
Por alguna extraña razón que nunca llegué a comprender, a alguien se le ocurrió que era una buena idea que Lobezno (Wolverine, literalmente “glotón/carcayú”, pero claro, en España nadie le tomaría en serio si lo tradujeran así) tuviera lazos con Japón. Lo justificarían contando que luchó en la Segunda Guerra Mundial y pasó parte de la contienda en el frente del Pacífico y pasó buena parte de su “juventud” en el país del Sol Naciente. Pero donde de verdad le crearon un trasfondo al respecto fue a raíz de la primera miniserie de Marvel: ‘Wolverine‘ (conocida como ‘Lobezno: Honor’), de Frank Miller y Chris Claremont.
Como tantas y tantas historias, esta surgió de casualidad… en una de esas conversaciones triviales que tendrías con alguien en el ascensor. Solo que en este caso era un coche atascado a medio camino entre San Diego y Los Ángeles. Un coche de alquiler ocupado por dos de los autores más de moda en ese momento: Chris Claremont (el guionista de ‘Uncanny X-Men’) y Frank Miller (que en aquel momento era el autor completo de ‘Daredevil’). De la conversación concluyeron que a ambos les flipaba Japón, el manga y los samurais y empezaron a esbozar una historia en la que Lobezno resolvía unos asuntillos por Lejano Oriente.
Cuando Len Wein y John Romita crearon a Lobezno (sí FOX, no estaría de más un reconocimiento en los créditos) lo hicieron por, entre otras cosas, puras razones de marketing. Los cómics estadounidenses estaban empezando a pegar fuerte en Canadá y la directiva de la época era que tenían que abrir un poco sus fronteras. Así que crearon a un personaje canadiense que sirviera, ya de paso, de antagonista para rellenar un número de Hulk en el que este arrasaba el país vecino con el Wendigo pululando por ahí.
Formaba parte, también, de una nueva ola de personajes “antihéroes” surgidos en los setenta que podríamos llamar Violentos y Molones (PVM de ahora en adelante) junto con el Castigador (creado por Gerry Conway y Romita) y Deathlock (Rich Buckler). La popularidad de Lobezno llegó indirectamente por culpa de Al Landau (jefazo de Marvel en aquella época) que ordenó crear un grupo de superhéroes internacional para llamar la atención en los mercados europeos y asiáticos.
Roy Thomas (Editor Jefe en la época) decidió que en vez de crear algo nuevo relanzaría una serie cancelada unos años antes y por la que nadie dio ni un duro en su momento: Esta serie se llamaba ‘The X-Men‘. Y el resto fue historia. Enseguida este PVM se hizo popular gracias a las historias de Claremont, Byrne, Cockrum (se comenta que había peleas entre los autores por darle más o menos protagonismo al de las patillas) y compañía.
Por lo tanto nos encontramos a mediados de los ochenta a: un personaje Violento y Molón al alza y dos autores que serían lo más parecido a superestrella de Hollywood a nivel cómic que podía haber en ese momento. Así ‘Lobezno. Honor’ es un cúmulo de TODO LO QUE MOLA: hostias como panes, garrazos, samurais, ninjas, Lobezno desatado (y enamorado)… y encima estaba bien escrito, no como los festivales de toñas sin sentido que nos encontramos tanto en cómics actuales como en sus adaptaciones (y sí, ‘Hombre de Acero’, te miro A TI).
En el fondo ‘Lobezno Honor’ no deja de ser un cómic con un sabor a cine clásico de samurais… pero sin duda lo más interesante es ver a Lobezno en un lugar que le da paz. Sí, porque los que conocemos al personaje sabemos que lo ha pasado muy mal a lo largo de su historia… y su lado feroz tiene que ser compensado de algún modo. Lobezno es salvaje, es inmortal (o bueno, todo lo inmortal que puede ser alguien con un factor de curación que hace que apenas envejezca) pero cuando se acuerda también es un ser honorable, o eso nos quieren hacer creer.
La verdad como en otras muchas cosas esta honorabilidad se demuestra más con las obras que con las palabras. Pero hay que reconocer que Logan hace el esfuerzo. Puede que a veces sea más bestia que hombre, pero sigue siendo (super)humano o mutante, como prefiráis. Sí, te raja… pero porque te lo mereces.
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