Jack Nicholson, el camaleón inconfundible
Si a Rick e Ilsa siempre les quedará París, yo, como cinéfilo, siempre me quedé con las ganas de saber qué pasó en ‘Chinatown’. Y la culpa no es ni de Roman Polanski, su director, o de Robert Towne, su guionista, aunque su buena parte de responsabilidad tienen… La culpa es de una nariz cortada, la de Jake J.J. Gittes, el detective al que encarnó en 1974 el que hoy es otro venerable setentón de Hollywood, Jack Nicholson.
Así es. Jack Nicholson ya no es el énfant terrible de Hollywood. Y no lo es porque no puede. Por edad, no le toca: el pasado 22 de abril Jack cumplió 75 años, así que de infante, nada. En cualquier caso será el grand-père terrible, un papel en el que seguro que se siente cómodo porque, como bien apuntó uno de sus compañeros de quinta y juergas, Warren Beatty –al que por cierto ya felicitamos su reciente cumpleaños–, Jack es la única persona que se siente mejor cuando no es él mismo. Puede que esa sea la clave de su éxito, su capacidad para transformarse ya desde sus inicios, cuando aprendió de qué iba esto del cine junto a un rebelde con cámara como Roger Corman. ¿Qué tenemos dos días y una noche para rodar un clásico? Pues ahí tenemos ‘La pequeña tienda de los horrores’. ¿Que sería una lástima no aprovechar los decorados de ‘El cuervo’? Pues nos llevamos al set a Boris Karloff y en cuatro días nos sacamos de la manga otro título de culto, ‘El Terror’.
Es cierto Jack se transforma pero detrás de cada mueca, en cada subida de ceja o caída de hombros, se le reconoce. Sigue estando ahí. Está en ‘Easy Rider (Buscando mi destino)’, en ‘Alguien voló sobre el nido del Cuco’ o en la encendida ‘El cartero siempre llama dos veces’. Y lo está también cegado por la locura de ‘El resplandor’ o bajo las montañas de maquillaje del Joker del ‘Batman’ de Tim Burton. Hace unos días un buen amigo me hizo notar que Nicholson era el único actor que había encarnado al alias de Jack Napier y seguía vivo. Eso me recordó que, cuando Christopher Nolan escogió a Heath Ledger como última encarnación del mal en ‘El Caballero Oscuro’, Jack se postuló públicamente en contra de esa elección. Algo muy raro en cualquier ámbito… pero mucho más en el cine. La razón no la supimos hasta cuando ya pasó todo: Nicholson sabía de la personalidad de Ledger, de sus addicciones, de sus miedos. Se reconoció y fue consciente de los peligros que el rol acarreaba. Él también había pasado por esa fase y, como decía, le salió cara y sobrevivió. Jack supo vencer a sus personajes, Heath no tuvo la misma suerte.
Ledger murió el 22 de enero de 2008 y, desde entonces, Jack Nicholson no se deja ver tanto como en él era costumbre. Y eso, en alguien que disfrutaba siendo el centro de atención allá donde fuera, en la primera fila del Staples Center animando a los Lakers o, con sus gafas de sol en la gala de los Oscar, es para hacerse notar. Es verdad, James L.Brooks, puede que como pago aplazado a su segundo Oscar por ‘La fuerza del cariño’, le arrastró para que participara en su última comedia ‘¿Cómo sabes si…?’ Que cómo sabes si la has visto? Lo más probable es que no, aunque, de hacerlo, seguramente ya la habrás olvidado: fue un fracaso de taquilla titánico. Un descalabro que no puede ni debe poner punto final a la carrera de un actor como él. Sean Connery se retiró justo después de ‘La Liga de los Hombres Extraordinarios’. Jack no merece correr esa misma suerte.
Me gusta creer que todo en Jack es una huida hacia delante. Desde su transformismo reconocible, su accidentado origen (eso sí que daría para un par de Chinatowns: la mujer que creía que era su hermana era, en realidad, su madre) o su capacidad para reconocerse entre iguales. Como con Ledger o, antes, Marlon Brando. Los dos eran vecinos en el Bad Boy Drive, el mote con el que se conocía el Mulholland Drive de Beverly Hills gracias a las juegas sin fin que ahí se corrían Nicholson, Brando o Beatty, tres de sus más ilustres residentes.
Jack y Marlon solo compartieron pantalla una vez. Fue en ‘Missouri’, un western de Arthur Penn de 1976 que, solo por eso, ya merece ser visto. Ahí nació una amistad forjada gracias a una admiración mutua que venía de lejos. El maestro y el alumno. El rey y el heredero. Los dos compartían una gran pasión por el arte y colecciones que harían palidecer a museos nacionales, un ego del tamaño de San Francisco… y jardín. Nicholson y Brando eran vecinos pero casi vivían bajo el mismo techo, una relación que puso no poca pimienta en el Hollywood rosa de los 70. Cuando Brando falleció, sus cenizas se dividieron en dos. Una parte fue llevada a Tetiaroa, su isla, en la Polinesia francesa. La otra se esparció en el Valle de la Muerte y Jack Nicholson, además de oficiar la ceremonia, fue el único invitado que no era parte de la familia. Días después, Nicholson compró la casa de su vecino y la echó abajo. En su lugar, plantó un jardín de plumerias, las flores favoritas de Brando y con cuyo nombre bautizó la casa en la que vivió. A veces, el mejor homenaje es desaparecer.
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