Harvey Weinstein, el hombre de los 77 Oscar
No es ni actor, ni director de culto ni un guionista capaz de crear un universo propio. Es feo, gordo y sus arranques de furia son de los que hacen temblar a los action-hero de los 80. Es uno de los hombres más temidos de Hollywood, uno de los tipos con más sobrenombres del show business: de dios a El castigador o Le Boss y la noche del domingo 26 de febrero, y de manera nada disimulada, su nombre fue el que más se repitió en los discursos de agradecimiento en la gala de los Oscar. Hablamos del Señor Lobo que descubrió a Quentin Tarantino, el tipo que casi llega a las manos con Martin Scorsese por el montaje de Gangs of New York, el responsable de que Penélope Cruz tenga una estatuilla, un tipo que ayer, indirectamente, se llevó 8 premios Oscar –5 gracias a ‘The Artist’, 2 por ‘La Dama de Hierro’ y otro al mejor documental por ‘Undefeated’– con los que llega a 77 galardones obtenidos en 303 nominaciones. Es Harvey Weinstein, la bestia parda de Hollywood.
Seguro que su nombre os suena y más en estos días de alfombras rojas, premios y cuchilladas por la espalda que son los Oscar, el hábitat natural de este depredador nato. Y ojo, lo digo desde el mayor de los respetos: es un cumplido. Harvey Weinstein es un killer de los Oscar, como lo son Lionel Messi o Cristiano Ronaldo en el fútbol. Pero vayamos por partes y dejadme que os ponga en antecedentes: Harvey Weinstein (Nueva York, 19 de marzo de 1952) es un distribuidor y productor estadounidense, cofundador junto a su hermano pequeño Bob de Miramax, una compañía nacida en un diminuto apartamento de Manhattan en 1979 bautizada a partir de los nombres de sus padres (Miriam y Max) que hizo fortuna distribuyendo cintas de arte y ensayo europeas en los Estados Unidos (a veces remontándolas para adaptarlas al gusto estadounidense). A finales de los 80 y primeros de los 90, aprovechando una racha de éxitos, saltaron a la producción y Miramax se convirtió en la punta de lanza de la revolución del indie USA. Además de un hacha para los negocios, Harvey es un cinéfilo con olfato: sin él ni Steven Soderbergh, Quentin Tarantino o Kevin Smith serían lo que son hoy. Bueno, puede que a Smith no le disguste tanto esa idea…
Es cierto: Harvey sabe distinguir el grano de la paja. Solo así pudo hacerse con los derechos de distribución en Estados Unidos de cintas pequeñas como ‘Mi pie izquierdo’ o ‘Cinema Paradiso’, films que le llevaron a conquistar sus primeros premios en esa sucursal de Babilonia que son los Oscar. Pero además Harvey sabe cómo hacer que el resto del público se dé cuenta que, sí, su grano vale más que la paja de sus vecinos. Y si para eso debe organizar las campañas de márketing más osadas, lo hace. Si tiene que desprestigiar a sus rivales en la terna, se hace. Si para convencer a los académicos de que sus películas son las que se merecen todos los premios debe reformarles la cocina o el baño, se reforman. Con Weinstein la guerra de guerrillas llegó a los Oscar y los estudios independientes encontraron la forma de luchar contra las Majors. Le fue mal con su primer intento, ‘Pulp Fiction’, que hincó la rodilla frente a ‘Forrest Gump’, pero al segundo, con ‘El Paciente Inglés’, consiguió el premio que tanto deseaba: el Oscar a la Mejor Película. De ahí al éxtasis, el éxito total y, como no podía ser de otra forma, al mayor de los infiernos.
Tal como él mismo dijo en una entrevista al New York Observer, Harvey Weinstein era el puto sheriff de una puta ciudad de mierda sin ley -The fucking sheriff of this fucking lawless piece-of-shit town- y le estaba permitido hacerlo casi todo. Como birlarle a Steven Spielberg el Oscar a la Mejor Película por ‘Salvar al Soldado Ryan’ con ‘Shakespeare in Love’ y conseguir que Roberto Benigni hiciera lo propio con el Oscar al Mejor Actor con Tom Hanks (sí: ‘La vida es bella’ también era de Harvey). O gritarle a la cara a la directora Julie Taymor que su película, ‘Frida’, la iba a vender su madre. Enfrentarse a Martin Scorsese para que remontara ‘Gangs of New York’ y cortara sus casi cuatro horas de duración y concentrara la trama en la historia de amor entre los roles de Leonardo DiCaprio y Cameron Diaz. O enfrentarse al mismísimo Don del Hollywood, Michael Eisner, el mandamás de Disney que pagó más de 60 millones de dólares en 1993 para comprar Miramax. No había enemigo suficientemente grande para Harvey Weinstein. Excepto él mismo, claro. La historia dirá que, tras unos años dubitativos, Harvey y Bob supieron capear su traumática salida de la empresa que ellos mismos fundaron, crear otro estudio -The Weinstein Co.- y superar unos primeros años aciagos para recuperarse después. Y muy bien: suyas son las dos últimas mejores películas, ‘El discurso del rey’ y ‘The Artist’, de la que Harvey se quedó prendado en una proyección privada en París dos días antes de su estreno en Cannes. Cuando el film de Michel Hazanavicius llegó a La Croisette ya era suyo. Harvey ha recuperado su mojo: ‘La dama de hierro’ también tenía su sello. Y ‘Mi semana con Marilyn’, forjada como un biopic de laboratorio modelado siguiendo el mismo patrón del film de Colin Firth.
Lo único que nos queda preguntar es cuánto tiempo aguanta las embestidas de sus enemigos. Y Weinstein los tiene y son poderosos y muy parecidos a él. Como Scott Rudin, por ejemplo. El año pasado estos dos pesos pesados libraron uno de los combates más entretenidos que se recuerdan en los bastidores de los Oscar. Los dos son las dos caras de una moneda. Dos (grandes) hombres de cine que se respetan y no se soportan.Weinstein era productor ejecutivo de ‘El discurso del Rey’, y Scott Rudin, productor de ‘La Red Social’ (y del Valor de ley de los hermanos Coen, ojo). Los dos estaban enfrentados desde que trabajaron juntos en ‘Las horas’ de Stephen Daldry. Discutieron por todo: guión, casting, metraje, la prótesis de la nariz de Nicole Kidman… Al finalizar el film, Rudin regaló a Weinstein un cartón de cigarrillos cuando este intentaba dejar de fumar por enésima vez para evitar castigar más a su maltrecho cuerpo. El divorcio se oficializó en ‘The Reader’, otra vez de Daldry, cuando Rudin solicitó que retiraran su nombre como productor de los créditos al entender que el film, por el que Kate Winslet ganó su -por ahora- único Oscar, no estaba a punto. Dos combates, dos victorias para Weinstein… al menos por ahora.
Porque este año Rudin ha vuelto a irse de vacío: ni ‘Tan fuerte, tan cerca’ –¡otro Daldry!– ni la que pintaba mejor para los premios, ‘Millennium: Los Hombres que no Amaban a las Mujeres’, han conseguido hacer sombra a las producciones de Harvey Weinstein, ya sabéis ese al que citan siempre en los agradecimientos…
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