George Lucas y J.J. Abrams: el relevo de la fuerza
El 16 de julio de 1976, el día que el rodaje de ‘La guerra de las galaxias’ finalizó en los estudios Elstree en las afueras de Londres, George Lucas tenía 32 años. La experiencia fue tan agotadora, tan frustrante, tan demencial, que no volvería a dirigir una película en 23 años. Muchos habrían deseado que ese lapso de tiempo hubiera sido aún mayor. Muchos habrían deseado que nunca se hubiera sentado de nuevo en la silla de director.
Meses antes, en marzo de ese 1976, el equipo de rodaje desembarcó en Túnez para rodar las secuencias que en la trama se desarrollan en el planeta Tatooine. La África desértica que esperaban les dio la bienvenida con las peores tormentas que se habían visto en 50 años. ¿Un mal augurio? Puede, pero nada comparado con lo Lucas venía soportando desde, al menos, un par de años. Y es que la preproducción de la primera entrega de la saga que cambiaría para siempre la forma de entender el negocio del cine había sido un completo viacrucis.
Lucas empezó a escribir el primer borrador del guión en febrero de 1972. En mayo de 1973 solo tenía 13 páginas. Y eran, según sus colegas Francis Ford Coppola y Brian De Palma “un auténtico galimatías”. Esa docena de folios acabaron creciendo hasta más de 200. Un baile de personajes crecientes o menguantes según la versión –literalmente: los Skywalker, en un momento dado, eran enanos–. Tramas demasiado complejas. O sencillas. Referentes meridianos –Han Solo es Coppola– otros aprovechados –¿Nixon es el emperador?–. Y, por fin, un guión: el 1 de agosto de 1975.
Después vino la venta. Universal pasó y 20th Century Fox se hizo con los derechos en lo que creyeron era una ganga de contrato. Lucas renunció a un sueldo decente y participación sobre las ganancias brutas pero consiguió que su productora gestionara el presupuesto y quedarse con los derechos de la música, de las posibles secuelas y el merchandising. Un chollo… visto a posteriori. Una jugada suicida, en su momento. Como el proceso de cásting, que Lucas y De Palma –enfrascado con ‘Carrie’ (1976)– decidieron hacer juntos.
Lucas era el encargado de dar el discurso de bienvenida a los aspirantes mientras que De Palma les soltaba las frases de despedida. Buscaban caras nuevas, actores y actrices poco conocidos, nada de estrellas. La selección fue gigantesca: más de 40 actores al día. Si no eran lo que buscaban, De Palma empezaba su discurso de despedida antes que Lucas hubiera terminado de dar el de bienvenida. Nick Nolte y Kurt Russell sonaron para Han Solo. William Katt (‘El gran héroe americano’) iba a ser Luke y Amy Irving, Leia, aunque al final los dos acabaron en manos de De Palma para ‘Carrie’. La Carrie de nuestra historia, Fisher, sólo quería interpretar un personaje: Han. Al no poder hacerlo se conformó con el rol de princesa, birlándole el papel a Jodie Foster.
Y llegó el rodaje. Y qué rodaje. El equipo técnico, muy inglés, no aguantaba a Lucas. Los actores no aguantaban el guión. “George, cuentan que dijo Harrison Ford en el set, tú puedes escribir esta mierda si quieres pero decirla es imposible. Alec Guiness creía que la película era un desastre, un sinsentido. Tanto que pidió a Lucas –que seguía reescribiendo el guión sobre la marcha– que su Obi Wan Kenobi muriera para ahorrarse líneas de diálogo, que aborrecía. Los ejecutivos no entendían que Chewbacca –’El Perro’, tal como lo llamaba el equipo– no llevara ropa e insistieron lo indecible para que se le diseñara algún tipo de pantalones. George Lucas terminó el rodaje deprimido, disgustado, amargado, hipertenso, exhausto, harto, sin fuerza.
‘La guerra de las galaxias’ se estrenó en Estados Unidos el 25 de mayo de 1977 y ya conocéis el resto de la historia. Ahora, 36 años después de su lanzamiento y tras una serie de acontecimientos diseñados por el Lado Oscuro –secuelas que no lo son, Jar Jar Binks, revampirizaciones varias…– la saga vuelve estar en boca de todos. Y la culpa, otra vez, es de George Lucas.
A finales de 2012 decidió colgar el sable láser y, a cambio de unos 4.200 millones de euros, pasarlo al Imperio Disney. Los fans no sabían qué pensar. Que Lucas dejara de dirigir los destinos de la franquicia era una buena notícia. La incógnita era otra ¿Qué haría Mickey Mouse con todo el poder de la galaxia en sus guantes de cuatro dedos? Pues cederlo al tipo que supo cómo resucitar a la franquicia ci-fi rival, J.J. Abrams.
Aunque con matices. No es Disney quién toma la decisión sino Kathleen Kennedy, productora ligada desde siempre al cine de Steven Spielberg, sí, pero también a Amblin y la encargada de, ésta vez sí, conducir con criterio la máquina de hacer dinero. Tener a Michael Ardnt escribiendo el guión es un buen principio. Saber ver que Abrams aprobó con nota devolver a ‘Star Trek’ a las grandes ligas, también. Y lo es más tener la paciencia y las tragaderas para desoír sus negativas e insistir e insistir, que es un reto sólo al alcance de los tíos guays que no se giran cuando oyen una explosión.
Porque esa es otra: J.J. Abrams es de esos tipos que caen bien y a los que se les desea que todo les salga como el sólo de sintetizador que se luce en el vídeo de antes, impecable. Y que esto es cine, chicos y chicas, y no hay rivalidades que valgan cuando las luces de la sala se apagan. Si el Capitán Kirk –William Shatner, el de verdad– puede felicitar la carrera de George Lucas, ¿Quiénes somos nosotros para aguarle la fiesta a Luke Skywalker y compañía? Lucas se quedó sin fuerza, ahora le toca el turno a J.J.
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