Fascinación por el mal: Anthony Hopkins en ‘El silencio de los corderos’
No hay duda de que Hannibal Lecter, personificado por Anthony Hopkins —para quien suscribe excelente actor a raíz de interpretar este personaje— es uno de los psicópatas más admirados de la historia del Cine. Cuando Jonathan Demme nos mostró la adaptación del mega hit de Thomas Harris, el personaje de Lecter ya había tenido los rasgos de Brian Cox —excelente secundario visto en films como ‘Braveheart’ (id, mel Gibson, 1995) o ‘El caso Bourne’ (‘The Bourne Identity’, Doug Liman, 2002)— en un film del hoy prestigioso Michael Mann, ‘Hunter’ (id, 1986) compartiendo cartel con el futuro Grissom de ‘C.S.I.’, William Petersen. Muy pocos se fijaron en ello —ahora la película casi es de culto— hasta mucho tiempo después del film de Demme, quien sorprendía por su puesta en escena, elegante, narrando hechos terroríficos y que conmocionaron a más de una generación de cinéfilos.
Para quien suscribe no nos encontramos ante un film perfecto —en realidad no creo que exista la obra de arte perfecta, ya que el ser humano no es perfecto—, pues considero que juega con el espectador a veces de forma muy digna y utilizando bien las trampas que el séptimo arte posee —la fuga de Lecter de su celda es una lección de suspense, gracias a un conciso montaje y planificación—, y otras cayendo en la manipulación más desvergonzada —el bochornoso montaje que alterna el descubrimiento del FBI por un lado y el de Clarice (sensacional Jodie Foster) por otro—, pero de lo que no hay duda es del gran magnetismo que desprende el personaje de Lecter, guste o no personaje secundario de la función, pues el film se centra sobre todo en la figura de Clarice Starling, a quien Lecter admirará y respetará profundamente —¿podemos llamarlo amor?— por considerarla una luchadora nata a pesar de su juventud.
Lecter es culto, refinado, amante de la buena comida y con una excelsa educación. Odia sobre todo la vulgaridad, los malos modales y la mediocridad que abundan en este mundo. En cierto modo es como cualquiera de nosotros, capaces de simpatizar con el desprecio de Lecter hacia la sociedad y el sistema, queriendo librar de mediocres este mundo, aunque jamás comulguemos —al menos yo— con la política de matar. Pero es precisamente eso lo que nos fascina de Lecter, su aparente libertad y falta de prejuicios, que le permiten hacer todo lo que le venga en gana. El temible doctor no se corta en estampar la verdad en la cara de su interlocutor, sea quien sea. Quiere conocer el interior de la mente humana, pues para Lecter todos tenemos secretos, a veces son dolorosos, otras terribles.
Anthony Hopkins, eternamente ligado a este persaonaje que repetiría a las órdenes de Ridley Scott en la injustamente infravalorada ‘Hannibal’ (id, 2001) y de Brett Ratner en la convencional ‘El dragón rojo’ (‘Red Dragon’, 2002), realiza una soberbia interpretación llena de matices, logrando que sintamos admiración y al mismo tiempo temamos a Lecter. Pero uno de los grandes logros de la película corresponde a una decisión de puesta en escena por parte de Demme. En todas las conversaciones el director opta por un plano contraplano de lo más curioso y efectivo. Los actores miran fijamente a la cámara como si esta fuera el punto de vista subjetivo del interlocutor, y lo repite cada vez que cambia de plano. El resultado es brillante, no solo asistimos a las más que interesantes conversaciones entre Lecter y Starling, sino que en ellas ambos parecen hablar al espectador. El bien y el mal que se esconde en cada ser humano, cualquiera de nosotros podría ser un asesino, o todo lo contrario.
Como hemos dicho Lecter tuvo continuidad en una película —el film de Ratner es una precuela que termina justo cuando Clarice va a visitar al doctor—, pero el final de ‘El silencio de los corderos’ es antológico, y juega de forma magistral con nuestra imaginación, la cual jamás tiene límites y Demme lo sabe perfectamente. Lecter ha lograco escapar y tras felicitar por teléfono a Clarice debido a que esta ha atrapado al asesino apodado Buffalo Bill —otro psicópata peligroso, aunque al lado de Lecter se quede en poca cosa—, le confiesa que nunca irá a por ella por dos razones, el mundo es más interesante con Clarice en él, y ha quedado con un viejo amigo para cenar. El plano de Lecter caminando hacia el fondo del plano y perdiéndose entre el gentío produce una intranquila sensación de peligro y tensión. Un verdadero monstruo está libre, pululando por el mundo, y su compasión es limitada.
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