Esta celda conoce cada parte de mí. Excepto una.

Cada vez que se habla de ‘V de Vendetta‘ se suele referenciar al personaje: a V, al misterioso “activista” cuya máscara de Guy Fawkes es usada en multitud de manifestaciones y demás eventos por parte de muchos de sus participantes. Incluso es una seña de identidad del grupo “Anonymous”. Está claro que V es el protagonista de la obra de Alan Moore y David Lloyd, con su compromiso y su todo. Pero gran parte de su plan no hubiera sido posible sin Evey Hammond. Y no porque fuera su mano derecha, su instrumento, sino porque realmente en Evey radica el alma de la vendetta.

Mientras que V es la acción, el espíritu, Evey es el alma, la fuerza, la energía que precisa toda rebelión. Pero evidentemente no fue una cosa de un día para otro, sino que fue todo un proceso. Puedes leer ‘V de Vendetta’ mil veces y hallar mil cosas en las que no te habías fijado… e incluso defectos en esta “guerra particular” que lleva V y la descripción de este futuro distópico. Pero muchas veces nos olvidamos de que, en realidad, ‘V de Vendetta’ es la historia de Evey Hammond.

Al comienzo de ‘V de Vendetta’ nos encontramos con una chiquilla rota, de dieciséis años (y huérfana desde hace cuatro). Una chica que un buen día decide hacer lo mismo que hacen algunas de las “mayores”, vender su cuerpo para ganar algo más de dinero y… ¿quién sabe? quizás alguno se encaprichara de ella y le “solucionaría” la vida. La mala suerte quiso que se ofreciera a un dedo, la fuerza de la autoridad… con carta blanca para hacer lo que quieran. ¿La violarían y después la matarían? ¿necesariamente por ese orden?

Afortunadamente fue rescatada por V. Evey conoció a su salvador, que era más que eso. Era un insurgente, alguien que se autoproclamaba un hombre libre y que estaba dispuesto a acabar con el gobierno fascista (bebedor del de Margaret Thatcher y, en general de la ola derechista de los ochenta tanto en EEUU como en Reino Unido) que se había alzado con el poder tras una guerra que había arrasado Eurasia y África. V la acogería y ella decidiría ayudarle. Pero llegó un punto en el que las cosas no podían seguir así y V decidió “liberarla”.

Primero llegó la liberación física. Evey abandonó la galería de las sombras, o más bien V le había abandonado. Ella retomó su vida, vivió, se enamoró… pero tan pronto como empezó a vislumbrar un ápice de felicidad, ésta se esfumó. Con esto llegó la liberación completa: un proceso bastante cruel y que llevó a Evey a descubrir quién era V y el por qué de su cruzada. Evey pensaba que era libre (lo libre que uno puede ser en un estado como ese Reino Unido), pero ahora lo era a un nivel transcendental. Había sido transfigurada.

O algo así. Porque el viaje de Evey por la vida de V, por la extensión de ‘V de Vendetta’, es un paseo por lo que la hace humana. Decía al principio de este artículo que V es el espíritu y Evey es el alma del cómic, de la historia, de la revolución. En realidad, mientras que V es un ser que podríamos incluso considerar posthumano (o un chalado con máscara y sombrero picudo), Evey es la humanidad en su pura esencia. Y como humana que es sirve de contrapunto a un V que no evoluciona a pesar de ser el protagonista. Claro, que el protagonista tampoco necesita evolucionar.

En realidad, y a pesar de que la figura que transciende desde las páginas de ‘V de Vendetta’ es V, podríamos considerar a éste como un mero macguffin, la excusa para observar a Evey en su evolución. Una mujer que, a pesar de ser la fragilidad en persona al principio se va haciendo fuerte a través de su propia bajada hacia los infiernos. La vida le hizo frágil. V usó esa fragilidad para hacerla fuerte. Con ella comienza y finaliza un ciclo en la insurrección de V. Evey es la auténtica obra maestra.

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