Experiencias míticas

El miedo en el cine

Hace poco se estrenó en nuestras salas ‘Expediente Warren. The Conjuring’ (‘The Conjuring’, James Wan, 2013), la cual se está convirtiendo en un éxito de taquilla tal vez no demasiado esperado. La razón podría estar en lo que tanto nos gusta pasar miedo en el cine, miedo de verdad, no que nos peguen un par de sustos mientras nos dejan sordos subiendo el volumen de la banda sonora. El film dirigido por Wan es lo suficientemente inteligente para no someterse a dicho truco, al menos desde una perspectiva moderna. El milagro —por así llamarlo, dado lo mucho que hace que no nos asustan de verdad en una sala de cine— está en saber controlar los golpes de efecto y crear una atmósfera malsana que se mete en el cuerpo, alargando así el efecto de los momentos de impacto más allá del instante en sí.

El miedo es algo tan subjetivo que lo que a una persona aterroriza a lo mejor a otra le deja indiferente o le produce risa. Algo que nos haya impactado siendo pequeños puede hacer estallar un resorte que asocie aquel momento con la actualidad y hacernos sentir miedo. En el cine la tan difícil tarea de atemorizar al espectador —tan difícil como hacerlos reír o llorar— ha reunido a lo largo y ancho de su historia un par de denominadores comunes. Por ejemplo, la soledad y la oscuridad, elementos que unen a muchos espectadores en sus particulares miedos. Así pues todo lo que la película de Wan ofrece al respecto puede encontrarse en otros contextos que le han podido, o no, servir de inspiración, ‘Poltergeist’ (id, Tobe Hooper, 1982) a parte.

El miedo puede retratarse apoyándose en tres pilares fundamentales que el espectador elegirá, o sufrirá, dependiendo de sus experiencias. El miedo puede venir de una imagen sin más, algo concreto que despierte nuestros más profundos temores —Ejemplo: ‘Vampyr’ (id, Carl Theodor Dreyer, 1932), la narración en imágenes por excelencia, como debe ser—; el cuento de terror que tiene que ver con la muerte —tema universal y a lo que todos tenemos miedo— y al que no le falta la explicación con coherencia —Ejemplo: ‘La leyenda de la casa del infierno’ (‘The Legend of Hell House’, John Hough, 1973), en la que la impecable pluma de Richard Matheson no deja cabos sueltos—; y por último la ambigüedad, y en algunos casos ambivalencia, surgida a raíz de una atmósfera opresora —Ejemplo: ‘Suspense’ (‘The Innocents’, 1961), para el que esto firma el miedo filmado—.

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