Cristo en el confesionario
The man from Earth (2007), la obra de Richard Shenkman basada en un relato de Jerome Bixby, ha sido una de las películas de ciencia ficción más comentadas de los últimos años. Probablemente, parte del motivo que ha generado este debate es que la obra queda muy lejos de lo que podríamos considerar los estándares formales del género.
No hay en esta obra rastro de los escenarios contrastados y tintados en verde de otras obras de cifi contemporánea como Dark City (Alex Proyas, 1998) o su remake (já) The Matrix (Wachowski, 1999). No hay extraterrestres, ni fenómenos paranormales, ni conspiraciones secretas ni bioterrorismo, así que adiós a The X Files (Carter, 1993) y a Fringe (Abrams, 2008). De hecho, The man from Earth tiene un tono mucho más teatral que casi cualquier obra de ciencia ficción desde que el género se reinventara un poco en términos audiovisuales con The Twilight Zone (Serling, 1959). Las razones para que esto sea así son muy diferentes, y en realidad no podemos estar seguros de cuáles de ellas tienen que ver con el relato del fallecido Bixby que da origen a la película y cuáles a la pericia (o ausencia de la misma) que muestra Schenkman tras la cámara.
La obra tiene, como ya hemos dicho, un marcado carácter de puesta en escena. A través de un tiempo articulado prácticamente en sucesión real, donde el montaje adquiere un papel secundario, el viaje temporal del protagonista –un señor viaje, todo sea dicho-, John Oldman, es evocado sólo a través de su voz; se suceden largos planos estáticos en los que el espectador es invitado a dejarse llevar por el discurso y a rellenar los huecos en la imagen con cosas de su propia cosecha; en esto, la película recuerda mucho a otras obras contemporáneas donde la voz juega un papel protagonista, como Um filme falado (Manoel de Oliveira, 2003).
Si a esto le sumamos el trabajo de cámara y la fotografía de Afshin Shahidi, de luces y contrastes cambiantes pero manteniendo el tono naturalista, podemos observar que, en lo concerniente a su estética, The man from Earth mezcla elementos del Modelo de Representación Institucional con usos de cámara más propios de la serie B, del cinéma verité e incluso del modelo televisivo de los noventa en adelante. Más específicamente, podemos encontrar algunas formas de planificación y de composición del relato que remiten directamente a las fórmulas del reality show que representa de manera canónica Gran Hermano.
A excepción del personaje de John Oldman, interpretado por John Billingsley, todos los demás personajes parecen reaccionar a su relato de una manera absolutamente estereotipada y de un maniqueísmo desagradable, actuando de manera funcional: el personaje crédulo, el entusiasta, el religioso, el agnóstico… todos los compañeros de salón del protagonista adquieren un rol desde que abren la boca por primera vez, y no lo abandonan ni lo matizan durante todo el metraje. Desde luego, éste es un error de bulto de Schenkman: es imposible querer adaptar a cine –al menos de manera decente- un relato donde los personajes funcionen de manera tan simple como aquí; mientras que en el papel adquieren un nivel racional simbólico, donde cada uno de ellos podría ser una especie de “representación de un sistema de ideas”, al adquirir cuerpo y ponerse delante de la cámara es mucho más patente su irrealidad; que se desinflen es sólo cuestión de tiempo. De muy poco tiempo.
También en esto se puede hacer una analogía con respecto al sistema de creación de realidad que ejercen los realities. Cualquiera que haya sido espectador de este tipo de programas, aunque sea por un espacio corto de tiempo, puede comprobar cómo, a través del sistema de multicámara y sobre todo del montaje, se consigue crear una “realidad televisiva” que poco tiene que ver con lo que ha ocurrido realmente: planos de diferentes momentos de conversaciones, por ejemplo, se articulan para parecer unitarios, todo con la intención de provocar una respuesta emocional en el espectador, pero también de convertir la caótica serie de eventos que es la vida en un relato articulado e inteligible para un público medio de baja capacidad intelectual. De ahí también, pues, la simplificación de ideas y posturas: no hay lugar para el detalle, para el matiz y la complejidad, en un discurso de este tipo. Sin embargo, en el caso de The man from Earth esto ocurre probablemente por motivos distintos: la intención de Bixby es la de hacer al espectador reflexionar sobre la propia naturaleza del relato ficcional, y en este sentido el propio autor habla por la boca de John Oldman para exponer sus teorías de una manera racional y combatir a las posturas opuestas, encarnadas en sus amigos; en esto se parece a obras como Paying for it (Brown, 2011), que articula el mismo proceso aunque en este caso a través del formato cómic, con un resultado, en opinión de un servidor, bastante más intrigante.
En todo caso, lo que Schenkman consigue con esta manera de construir el guión es, sobre todo, dar más impresión de verosimilitud a su relato; de hecho, por momentos podríamos tener la impresión de estar contemplando una película divulgativa más que una obra de ciencia ficción. Una vez que el maniqueísmo de las relaciones que mantienen los personajes sale al descubierto, el espectador se ve forzado a pensar en un nivel más abstracto sobre aquello que está viendo –y sobre todo, oyendo- más allá de la superficie de la imagen o del relato, que es prácticamente inexistente. Si a esto le sumamos que el propio personaje de Oldman –guiño, guiño- reconoce llevar mucho tiempo guardándose su propia historia, uno acaba por pensar a veces que está viendo a Jesucristo en el confesionario de la casa de Guadalix de la Sierra. Con el perdón de ustedes.
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