Robert Prosinecki, siempre perdiendo
Uno repasa la carrera de Robert Prosinecki y piensa que el croata casi siempre estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. Llegó al Real Madrid en plena cuesta abajo de la Quinta del Buitre con la misión de ser el líder que derrocara al Dream Team de Johan Cruyff. Tras un breve paso por el Oviedo, cruzó las trincheras en 1995 para enrolarse en el decadente Barça del tardocruyffismo, el de Cuéllar, Kodro, Busquets padre y el también exmadridista Gica Hagi. A partir de ahí, una carrera errática y descendente (Sevilla, Dinamo Zagreb, Standard Lieja, Portsmouth, Olimpija Ljubljana, KK Zagreb), siempre en busca de la magia juvenil pérdida, con la permanente sensación de estar fuera de foco. Siempre perdiendo, como aquel show de Faemino y Cansado, pero sin la gracia de éstos.
Mundial Juvenil: grandes esperanzas
¿Siempre perdiendo? Lo cierto es que la presentación de Prosinecki a nivel internacional no pudo ser más estimulante. El mundo futbolero lo conoció siendo un imberbe y desgarbado chaval de 18 años, en la selección yugoslava que ganó el Mundial juvenil de Chile en 1987. En ese equipo estaban Suker, Mijatovic, Boban, Stimac, Brnovic y Jarni. Un plantel espectacular. Todos ellos, en mayor o menor medida, se convertirían en estrellas en los años siguientes, pero la joya de la corona de aquel grupo, ganador del trofeo como mejor jugador del torneo, era el flacucho centrocampista pelirrojo que lucía el 9 a la espalda, poseedor de una exquisita técnica individual y un apellido tan extraño como sonoro: Prosinecki.
El crack que necesitaba Mendoza
En el verano de 1991, el Real Madrid necesitaba un revulsivo. Tercero en la última Liga, lejos del incipiente Dream Team de Cruyff, derrotado en cuartos de la Copa de Europa por el Spartak Moscú, el equipo necesitaba una transfusión urgente de fútbol joven que compensara el declive de la Quinta, las lesiones de Hugo Sánchez y los fichajes fallidos de Villarroya, Spasic y Hagi. Ramón Mendoza miró hacia el este y descubrió a su hombre.
Para entonces, Prosinecki ya era algo más que aquella futura promesa del Mundial Juvenil de Chile. El centrocampista croata de 22 años se acababa de proclamar campeón de Europa con el Estrella Roja, venciendo en la final al Olympique de Marsella. En 1990 ya había sido una de las revelaciones del Mundial de Italia con la selección yugoslava, antes de que la guerra destrozara a aquel prometedor equipo. Prosinecki parecía el jugador ideal para dirigir al equipo madridista y recuperar la hegemonía perdida. Fue el siempre clarividente Arrigo Sacchi el que mejor definió su juego: “Juega al fútbol con la misma facilidad con que Mozart componía”.
Las cosas, sin embargo, no salieron como estaban previstas. Padeció un infierno de lesiones musculares, de origen poco claro, que le impidieron rendir con regularidad. Probablemente la guerra que estaba estallando en esos momentos en su tierra no ayudó a que su mente estuviera centrada. Tampoco aquel Madrid inestable era el mejor equipo posible para mostrar su calidad. Tuvo cuatro entrenadores (Antic, Beenhakker, Floro y Del Bosque), vivió las tardes aciagas de Tenerife (la primera desde la grada, lesionado, y la segunda saltando al campo en el segundo tiempo) y nunca logró ser el líder que la grada demandaba. Se hablaba más de su afición al tabaco, que él no se preocupaba en esconder, que de sus goles y sus pases.
El crack que necesitaba Cruyff
Prosinecki salió del Madrid en el verano de 1994, dejando una trayectoria con pocas luces y bastantes sombras. Una Copa del Rey y una Supercopa fueron todo el equipaje con el que abandonó Madrid después de tres años. Fichó por el Oviedo de Antic, el entrenador que ya lo había dirigido en su primer año blanco, su principal valedor. Mientras el Madrid, sin el croata, ganaba la Liga que se le había negado en las últimas cuatro temporadas, Prosinecki recuperaba en Asturias parte de la confianza perdida y volvía a mostrar destellos del futbolista que maravilló al mundo en 1991. Suficiente para que en 1995 Cruyff lo reclutara para su Dream Team en horas bajas.
Como le había sucedido con el Madrid, Prosinecki no llegó al Barcelona en el mejor momento posible. Para colmo, el equipo estaba plagado de extranjeros (Hagi, Kodro, Popescu y Figo, además del croata), aunque sólo podían coincidir tres en el césped, por lo que cada elección semanal de Cruyff era un drama. Aquella temporada resultó un desastre y al final de la misma Bobby Robson sustituyó en el banquillo a Cruyff. El Barça de Robson, guiado por el gran Ronaldo, ganaría la Copa del Rey y la Recopa. Prosinecki había salido del equipo en diciembre, traspasado al Sevilla.
El Mundial del desquite
En 1998 Prosinecki tenía 29 años y un montón de sueños incumplidos. Mientras sus antiguos compañeros Boban, Savicevic, Mijatovic y Suker habían triunfado en grandes equipos europeos, él, que había sido el mejor de todos, el más prometedor y codiciado en su día, se tenía que conformar con una carrera mediocre que languidecía en las filas del Croatia Zagreb. Había estado en dos de los equipos más grandes del mundo, pero apenas había dejado poso ni logrado títulos. Parecía como si su carrera se hubiera detenido a los 21 años, el día que ganó la Copa de Europa con el Estrella Roja.
El Mundial de Francia de 1998 le sirvió al futbolista croata para resarcirse. Era la primera gran cita internacional de la selección croata y allí se reencontró Prosinecki con viejos amigos. Hasta seis de los jugadores que jugaron el Mundial habían participado en la victoria del Mundial Juvenil de Chile. En esa selección plagada de antiguos compañeros, Prosinecki volvió a jugar liberado de la presión que le había atenazado durante su periplo en España. Croacia fue tercera, tras poner contra las cuerdas a Francia en semifinales y vencer a Holanda en la lucha por el tercer puesto. Prosinecki marcó dos goles en el torneo.
Tras el desquite, Posinecki siguió su vagabundeo por equipos menores (Standard Lieja, Portsmouth, Olimpija Ljubljana, KK Zagreb) hasta su retirada en 2004. Es triste que a uno de los futbolistas más prometedores del fútbol europeo de finales del siglo XX se le recuerde más por su afición al tabaco que por su técnica y su indiscutible clase. En el imaginario futbolero popular su imagen ha quedado asociada a bromas y chascarrillos, que el propio interesado se encargó de alimentar con el ya célebre anuncio de Prosikito.
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