Road to Farnsworth, persiguiendo a Mies de Nueva York a Chicago
A veces, es tan bonito tu destino como el camino recorrido hasta él. La meta que me propuse al comienzo de mi peregrinaje arquitectónico no era otra que la casa Farsnworth, diseñada por Mies van der Rohe en 1951. Una de las viviendas más bellas jamás construidas, al menos desde de mi punto de vista, pues es también una de las más polémicas y criticadas.
La fortuna quiso que mi Ítaca particular estuviera situada en Plano, una pequeña población en el estado de Illinois, en el medio oeste norteamericano. Una excusa perfecta para cruzarme medio mundo y perseguir las obras de Mies de Nueva York a Chicago.
Primera parada: Nueva York
Es curioso que la ciudad menos americana de todas, tanto por su urbanismo como por su modo de vida, sea una referencia clara de su país en el extranjero. Ir a Estados Unidos y no pisar Nueva York es casi una herejía, así que mi viaje debía comenzar por allí. Por eso, y porque casi todos los vuelos desde España tienen como destino la Gran Manzana.
La idea era pasar unos días visitando la ciudad, antes de alquilar un coche y partir rumbo a La Meca Chicago, donde encontraría al más auténtico de los Mies. Sin embargo, en Nueva York me esperaba un aperitivo delicioso: el Edificio Seagram. La única obra del arquitecto alemán en Manhattan, y probablemente el rascacielos más bello de toda la isla, aunque no el más famoso.
El edificio está situado en la parte central de Park Avenue (en los números 52 y 53). Como tenía el hotel en la parte alta de Central Park, decidí bajar paseando por la avenida, para aprovechar el buen tiempo del verano neoyorquino y, de paso, disfrutar de la emoción de saber que cada paso que das te acerca a aquello que quieres ver.
Mientras camino por las calles de Manhattan, especialmente a medida que voy bajando hacia Midtown y Downtown, me doy cuenta de lo que vale allí el metro cuadrado de suelo. A pesar de que la avenida es ancha, los altos edificios se agolpan a ambos lados, aprovechando cada centímetro que la ley les permite; es casi caminar por un túnel o un laberinto.
De repente, la avenida se ensancha gracias a una plaza que se abre a un lado. Instintivamente, levanto la mirada hacia el cielo, en busca de un trozo de azul, de un punto en el que mis ojos puedan mirar en la lejanía, y allí me encuentro, majestuoso, solemne, el edificio Seagram. Es casi como un templo, un altar situado en medio de Nueva York.
Aunque el edificio, 38 pisos de hormigón y acero negro, es espectacular por si mismo, es este retranqueo de la línea de la calle lo que lo hace único. Cediendo a la ciudad una plaza que vale millones, pero a la vez ganando la distancia necesaria para poder ser admirado en todo su esplendor, atrayendo las miradas ávidas de espacios abiertos de los viandantes. Perder para ganar. Menos es más.
Podría hablaros de que, a pesar de su modernidad, está compuesto como una columna clásica –con su base, su fuste y su capitel– o que lo que nos parece su estructura, no lo es, aunque esa era la intención del arquitecto. Pero lo mejor va a ser dejaros con una foto de 1963, 6 años después de que se construyera. Porque si hoy en día sigue resultando transgresor, cuando lo ves rodeado de los edificios de su época, te das cuenta de la auténtica revolución que supuso la arquitectura de Mies van der Rohe y el Estilo Internacional.
En 1001 Experiencias | Peregrinaje arquitectónico, cuando La Meca es una casa
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