Navegando por los fiordos de la Patagonia en un buque de mercancías
En el verano de 2005 mi mujer y yo decidimos hacernos con un billete de avión a Santiago de Chile y recorrer por nuestra cuenta los más de 4.000 kilómetros de longitud de aquel fascinante país lleno de contrastes. Desde el Desierto de Atacama (el más árido del Planeta) al norte a Punta Arenas, capital de la Patagonia Chilena, al sur. Los dos extremos en todos los sentidos.
Y uno de los principales motivos que nos hizo decantarnos por ese país fue descubrir que había un antiguo buque de mercancías que aceptaba tripulación y te permitía la experiencia inolvidable de navegar entre los glaciares y montañas nevadas de los fiordos de la Patagonia. Un paisaje indómito y un silencio absoluto únicamente interrumpido por aquel camión de vacas con el que durante cuatro días compartimos pasaje.
Jorge Díaz, es creativo publicitario y compagina su profesión escribiendo en varios blogs de Weblogs SL, siendo coordinador y editor de Compradicción y editor de Hipersónica y eBayers. Sus dos grandes pasiones son la música y los viajes, ha recorrido los cinco continentes buscando gentes, costumbres y culturas más que bonitas fotos de postal. Puedes seguirlo en Twitter en @koalalala
La experiencia arrancaba en Puerto Montt, capital de la Región de Los Lagos, sin comunicación terrestre con Puerto Natales, nuestro destino, a no ser que pases a Argentina. Les separa el Campo de Hielo Sur con una superficie de 13.000 km² que constituye la tercera mayor extensión de hielo del mundo tras la Antártida y Groenlandia y que nosotros íbamos a atravesar en un viaje de 1.600 kilómetros.
Con un tiempo infernal (allí era pleno invierno) embarcamos preguntándonos si aquel viejo barco oxidado sería capaz de flotar al tiempo que nos cuestionábamos que pintábamos en medio de tanto camionero, ganado y contenedores de mercancía.
Enseguida nos dimos cuenta que cualquier parecido con el lujoso transatlántico de ‘Vacaciones en el Mar’ era pura casualidad. Aquí compartíamos literas en un pequeño habitáculo que te impedía pasar más tiempo en él que el que necesitaras para dormir y la única instalación de ocio de todo el barco era un enorme ajedrez improvisado sobre el suelo de la cubierta. Divertido, ¿eh?
Teníamos por delante cuatro larguísimos días de total sosiego, de contemplación de la Naturaleza en estado puro, de paisajes en los que el hielo se convertía en el auténtico protagonista y cuando algún león marino, delfín o ballena jorobada aparecía se convertía sin duda en el mayor atractivo de toda la velada.
Una sensación de soledad y aislamiento que se incrementó con la visión de los restos del buque Capitán Leonidas varado desde los años setenta en un islote semi sumergido cuyo aspecto en mitad de la nada resulta de lo más fantasmal.
Aunque para aislamiento el de Puerto Edén el único atisbo de civilización que encontramos en todo nuestro viaje en forma de pequeño pueblo de 300 habitantes y en el que habitan las últimas 5 familias sobrevivientes de la etnia kaweskar a más de 400 kilómetros de distancia de cualquier otro núcleo de población. ¿Os imagináis vivir allí? Podéis haceros una idea del acontecimiento que supone la única parada semanal que este barco hace en sus costas cuando las condiciones climatológicas se lo permiten.
Más y más bloques de hielo flotando, noches contemplando las estrellas, mucho frío y horas y horas charlando con cada uno de los pasajeros de ese viaje tan especial hasta el punto que algunos de ellos se han convertido ya en amigos de los de toda la vida. ¿Acaso no son estos los verdaderos lujos? Una experiencia imposible de olvidar.
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