Los fans lascivos (y sus palmadas)
Delante de ti una de las divas del pop actual. Ese pop de R&B vacío, sonido a lata y prefabricado pero con una coreografía y una base hipnotizante. Horas y horas de cola para lograr ese primer sitio ante el escenario. De repente llega Beyoncé Knowles delante tuyo, se marca un baile, tú crees que es exclusivo para ti, que el resto del estadio ha desaparecido, que Jay-Z no existe, le quieres imitar y de repente se va, adiós a la ilusión, adiós a la fantasía, te quedas roto. Y de repente sacas la mano, la mano de la palmada, la mano que por instinto y deseo acaba golpeando su culo, de nuevo deseando que el estadio estuviese vacío. La lascivia como fan te pudo (las dos hostias que te mereces también).
Esto pasó hace unos días en Copenhague, Dinamarca. En uno de los conciertos de la gira mundial de Beyoncé Knowles. La artista se quedó de piedra, se giró, le miró, si hubiese podido le habría arrancado la cabeza al listo de turno al que se le limitó a espetarle que se pirase (“I will have you escorted out right now, alright?“). Como profesional, Beyoncé volvió a recorrer la plataforma del escenario, saltó y siguió cantando como si tal cosa. La lascivia de su fan no pudo con ella.
El momento de máximo erotismo que he vivido en un concierto fue con Rihanna. Madrid, diciembre de 2011, Palacio de los Deportes. Eso era el sexo convertido en espectáculo pop. En un momento dado Rihanna subió a un anónimo y afortunado hombre sobre el escenario, lo tumbó y sobre él comenzó a practicar los placeres reservados a la intimidad. La provocación era eso. Rihanna estaba creando su imagen a partir de un contexto de sexo en el cual los dos rombos o las restricciones de edad impuestas por un colectivo mojigato se quedaban cortas ––solo hay que comprobar su Instagram––. Flipé. Claro que la música era lo de menos. En ese momento era deseo, lascivia, lujuria y todo aquel placer pensado. Una cantante lograba excitar a 15.500 personas al mismo tiempo ––sí, a todos. Cualquier palmada, cualquier instinto automático habría surgido en ese momento.
Hay muchos días en los que acabo recordando a aquel hombre, qué habrá sido de él, ¿cómo se recupera uno de estar tumbado ante Rihanna y descubrir el placer puro? Seguro que no ha podido volver a la vida normal, todo se le queda pequeño. Lascivia, lascivia. Mientras, ahora Rihanna se dedica a hacer que se toca durante cada concierto. Del sexo que James Brown sugería en aquellos bajos de los 60 a una cantante de Barbados que se ríe de cualquiera (teorías antropológicas incluidas) sin careta alguna. Pobres de nosotros que tenemos que criticar tal actitud porque para algunos el placer es negativo ––ahora, al fan de Beyoncé, dos guantazos. Oh, pobres.
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