La agorafobia de Breaking Bad
No toques el plano, no toques el plano, ¡NO TE ATREVAS A TOCAR EL PLANO! Así me paso los 47 minutos de cada capítulo de ‘Breaking Bad‘. Pensando en el cámara y en las órdenes que tiene este de ir haciendo un travelling o una panorámica con la cual destrozarnos la vida. Me río yo de quienes van al cine a ver una película de terror y se cobijan tras la manta de Linus Van Pelt. Ojalá alguien le diese esa manta a los objetivos que graban ‘Breaking Bad’. La agorafobia desaparecería al instante. Pero no, no hay ninguna manta para evitar prestar la atención al fuera de campo.
‘Breaking Bad’ tiene el don que todo gran producto de suspense guarda para sus mejores momentos. La particularidad es que la serie creada por Vince Gilligan logra mantener la intriga como si estuviésemos observando un electrocardiógrafo ante la espera de un cambio de registro. Te sientas, pones la serie y ya entras en estado de agitación. Cada apertura de plano puede desembocar en una desgracia. Rechaza cualquier idea previa de felicidad, para eso mejor ponte ‘Anatomía de Grey‘.
La serie es el drama llevado al máximo. El propio Walter White, uno de los tíos más duros de la televisión actual, lo comentaba en un capítulo: “por cada paso en adelante que damos retrocedemos tres“. El otrora profesor de química en el instituto, un hombre tranquilo, sereno, paria de la vida, cumplidor hasta de la última norma, ninguneado por cualquiera y con una vida monótona y una familia asfixiante pero cariñosa y protectora, se convierte en uno de los mejores cocineros de metanfetamina de Estados Unidos (no le llames traficante, él solo cocina). Todo por la química, todo por la familia. Y si hace falta que la química mate, vuele edificios y luche contra moscas, se hace.
Walter White va variando su carácter y creciendo como personaje a medida que la serie va desarrollándose. Lo amas, lo odias, sientes pena por él, crees que es Robin Hood, crees que es un gran cabrón pero nunca hay una última conclusión. Al menos Vince Gilligan juega con ello. A medida que el guionista da a un maravilloso Bryan Cranston más y más minutos de protagonismo Heisenberg, como dice llamarse Mr. White cuando se pone su sombrero Pork Pie de los 40 y sus gafas como si fuesen unas Carrera chonis, puede activar el resorte de la locura en un segundo. La tensión va en aumento por lo que la serie no deja lugar al descanso y al relleno. El suspense está en cada minuto. Hasta la escena de comida familiar puede ser el desencadenante de una próxima crisis.
A Heisenberg le añadimos el estado aún más volátil de Jesse Pinkman, su querido y necesitado Sancho Panza. A medida que avanza la trama este tiende a dar la vuelta a su quijotización mientras que Walter White está en un proceso sin marcha atrás. ‘Breaking Bad’ tiene al frente de su historia a dos dementes que no van a soltar el suspense de su vida es drama. Lo más fácil puede ser difícil para ellos.
Una de las lecciones básicas en el cine es el control del plano detalle y sobre todo de los primeros planos, más aún de los primerísimos primeros planos. En la actualidad esto ha perdido sentido tras años de excesivo abuso de este recurso pero las lecciones básicas sitúan este plano solo en momentos determinados, su uso reiterado hace que pierda su valor. Por cada plano así que veo en ‘Breaking Bad’ yo respiro, la sensación de agorafobia disminuye y durante unos segundos, al menos, sé que no se producirá ningún impacto duro de recibir.
Lo peor en este caso es que el primer plano de ‘Breaking Bad’ recuerda a la táctica del punto de vista subjetivo que el maestro Hitchcock utilizaba a la perfección. Desde el primer capítulo piloto Vince Gilligan logra ese efecto al vincularte con Walter White aprovechando su dura historia y su enfermedad para luego situarlo como un antihéroe que aún más hay que adorar. El juego de los planos cambiando entre el protagonista, la escena que está ocurriendo, la información que nosotros conocemos como espectadores omniscientes y el bagaje hasta el punto exacto de ese minuto construyen esa tensión rota por un simple ojo rodando por debajo de la cama. Abre el plano y vuelta a la agorafobia no deseada.
A los directores que van pasando por la serie se les va contagiando el mantenimiento de la bomba aún por explotar, incluso jugando a hacerse un Ricky Martin durante varios episodios (sobre todo en la segunda temporada, que es al completo). Ese “un pasito pa’delante, Maria / Un, dos, tres / Un pasito pa’ atras” que hizo famoso al cantante de Puerto Rico se repite con pequeños adelantos troceados situados al comienzo del capítulo. Avanzan una pequeña secuencia que a medida que la trama llega hacia el final logras unir en forma de puzle y buscas las pistas de cuál será la siguiente desgracia.
Al final, ‘Breaking Bad’ es lo último recomendado para quienes sufran de agorafobia. La cámara mejor cuanto más cerrado tenga el plano, cuando no se abra de repente buscando nuevos puntos de fuga de la habitación en los que aparece una puerta, un fuera de campo fácil de ser llenado por algún matón contratado con un bonito hacha afilado o de mil pedazos rotos de un bol amable de porcelana que aún no descansan a gusto en la papelera. En cuanto se mueva el plano, huye.
En 1001 Experiencias | ¿Por qué deberías estar viendo Breaking Bad?
En 1001 Experiencias | Los mejores cold open de ‘The Office’
COMENTARIOS
2