Experiencias inolvidables

Dubái, el emirato más abierto del cerrado mundo árabe

Rascacielos de Dubái

Rascacielos de Dubái

Cuando me subí en aquel Boeing 777 con destino Dubái, no me hacía a la idea de a dónde iba. Un ejército de azafatas de los grupos étnicos principales, cada una sabía hablar varios idiomas, una clase turista comparable a la clase negocios de los vuelos regionales europeos, televisión individual con cientos de canales y películas…

Javier Costas

Javier Costas estudió informática, pero vive, trabaja y respira por los coches. Desde que era un niño era un tema que le apasionaba, y ahora trabaja en Motorpasión y Motorpasión Futuro. Adicto confeso a las cuatro ruedas, acerca el automóvil a los que saben, no saben y creen que saben, de la misma forma que se lo diría a un amigo.

Uno de los suyos

El viaje duró varias horas desde Roma, y consulté en la pantalla de mi asiento información sobre Dubái. Ya había leído previamente lo imprescindible sobre sus costumbres, era la primera vez que viajaba a Oriente, la primera vez que abandonaba Europa, iba hacia un mundo parcialmente desconocido. ¿Qué podemos esperar de un emirato que monta una línea aérea solo para traer extranjeros?

Al bajarme del avión, me dirigí a la zona de control de pasaportes. Me había dejado una barba de pocos días y arreglada para pasar desapercibido, y como soy un poco morenillo, el dubaití del control se creyó que era de los suyos. Minipunto para mí. Cuando me preguntó a qué hotel iba, le enseñé una hoja con los datos, y su gesto cambió por completo.

Una orgía de acero, hormigón y cristal

Rascacielos de Dubái

Una vez en el país, con mi pasaporte sellado, me dirigí a la zona de recepción de los hoteles. Unas señoritas me acompañaron hacia un BMW Serie 7 que me esperaba en el aparcamiento junto a un chófer y a un periodista español que iba al mismo lugar que yo. Íbamos invitados por una marca de coches, difícilmente pediría un servicio así de mi bolsillo.

Ya en la carretera, me llamó la atención la cantidad de carriles por sentido de la autopista que va a la ciudad, flanqueada por concesionarios de coches de casi todas las marcas que conozco y de todos los presupuestos. Detrás de esos edificios solo había desierto. La temperatura era de unos 25 ºC, porque viajé en ¡enero! En estos días no os recomiendo mucho ir, ahora hace el doble de calor.

Los edificios fueron apareciendo uno tras otro. Una auténtica orgía de acero, hormigón y cristal, si en ese momento me hubiese despertado, pensaría que estoy en Nueva York o cualquier megalópolis occidental. Pues no, es Dubái, un emirato que no se ha forrado precisamente con el petróleo, sino con una burbuja inmobiliaria que deja la española a la altura de una partida de Monopoly.

El mundo artificial

Burj Khalifa

Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo

No entendía por qué había tantísimo edificio en un “cacho de desierto”. Resulta que en este país todo se ha hecho a lo bestia: la construcción de hoteles de 5 estrellas, el puerto más grande del mundo, uno de los aeropuertos más grandes del mundo (la T3 de Dubái Internacional es más grande ella solita que Barajas entero), un circuito de carreras, una pista de esquí interior…

Uno de los edificios estrella es el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, que tiene a sus pies el Dubai Mall, el centro comercial más grande del mundo, con el acuario más grande del mundo y la fuente más grande del mundo. Haceos una idea de lo que os estoy contando. Para ver el techo del Burj había que troncharse el cuello.

Mi hotel está en la Palma Jumeirah, una serie de islas artificiales que se ven desde el espacio en las que todo es 5 estrellas, desde la carretera de acceso con túneles (deja la M-30 la altura de una maqueta), las residencias, los hoteles, los coches aparcados en la calle… Cuando llegué a mi hotel, aluciné en Technicolor.

El lujo en cada detalle

Palm Jumeirah

Recepción del Palm Jumeirah Zabeel Saray

El nivel de lujo era absurdo: un hotel con tiendas, varios restaurantes (tailandés, chino, musulmán, británico…), playa privada, chalets, baños termales, joyerías, piscina, gimnasio… pero
lejos de la ciudad. Para ir allí, era necesario un taxi, pero son realmente baratos, ¡una carrera de 30 kilómetros de noche no llegó a 12 euros!, y sin salir de la ciudad.

En Dubái el medio de transporte más popular es el taxi. Me subí en un Hyundai Sonata con 400.000 km y un Toyota Camry con más de 500.000, y no tenían ni tres años. Los coches ruedan 24 horas al día con tres conductores que se van turnando. También tienen autobuses (pocos para su población) y un sistema de monoraíl y metro impresionante.

Dentro del Dubai Mall uno puede perderse si no mira los mapas, solo eligiendo restaurante puedes tirarte media hora pensando. Se puede comprar ahí cualquier cosa que se nos ocurra, e incluso subir a lo más alto del Burj Khalifa. Más vale tener cita previa, por que si no, hay que pagar un buen picotazo para subir sin esperar. Cualquier persona te puede atender en inglés y en árabe.

Detrás de lo llamativo…

Burbuja inmobiliaria en Dubái

La burbuja inmobiliaria en Dubái provoca enormes constrastes

Pero no es oro todo lo que reluce, el 80% de la población son trabajadores de la India, Pakistán, África… que si bien viven mucho mejor que en sus países, no nadan en la abundancia como los dubaitíes y están muy explotados. A los locales se les reconoce por sus turbantes blancos, y las mujeres, siempre de negro, caminando tras ellos.

El resto de las mujeres visten como en Occidente si quieren, sin pañuelo (hiyab), siempre y cuando no enseñen las rodillas ni vayan muy provocativas. Los hombres tampoco podemos llevar nada que enseñe las rodillas, y lo de quitarse la camiseta es un tabú total. Se puede beber alcohol, pero solo en zonas específicas y en los hoteles. Parece Occidente, pero no lo es. La ley islámica rige su destino, aunque su interpretación no es muy dura.

Además, encontraremos enormes contrastes, como cientos y cientos de edificios a medio construir, urbanizaciones gigantescas sin gente, un parque de atracciones sin abrir, pero sin aparentes signos de miseria o que haya gente malviviendo. Parece en cierto modo como vivir en un cuento, hay mucho de apariencia. Como es ilegal tener deudas y se pagan en la cárcel, los morosos se van dejando tras de sí todo. Y no vuelven. Tampoco se puede uno jubilar allí, no renuevan visado. Siempre serás un extranjero.

Carreteras en Dubái

Las enormes carreteras del emirato nunca descansan

Las carreteras suelen tener tráfico sin aparente descanso, incluso de madrugada, es una ciudad-estado que nunca duerme. Veremos muy pocos utilitarios o coches de bajo presupuesto, lo que se ven a patadas son berlinas y todoterrenos (parece que los regalan), y es muy fácil ver coches exóticos y de altos consumos.

Eso no importa en Dubái, porque la gasolina es tan barata que asusta. Imaginemos llenar casi 60 litros por unos 20 euros, y el gasóleo triplica en precio a la gasolina. Aunque ellos no tienen mucho petróleo, a Abu Dhabi le sobra, es otro de los emiratos de los EAU. Sin sus petrodólares, Dubái entero estaría en la mayor de las ruinas.

Al tercer día y medio, me volví a mi querida España, a través de tres aviones, pero con una idea muy diferente de su cultura. Aunque Dubái, Egipto, Marruecos o Siria son países árabes, no tienen casi nada que ver. Y no hace falta ser rico para ir, la ida y vuelta desde Madrid cuesta menos de 600 euros en oferta. Es mejor visitarlo que vivir allí.

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Comentarios

  1. Comentario by Carlos Domínguez - julio 31, 2012 11:43 am

    Javier, ¿esto fue cuando fuisteis por el Nissan? Muy bien descrita la experiencia!

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  2. Comentario by Michael Nyman en el Centro Niemeyer de Avilés, minimalismo de lujo - agosto 07, 2012 10:00 am

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  3. Comentario by Maribel - septiembre 17, 2012 10:10 am

    Me gusto que escrubieras tú experiencia , Yo tengo planes de ir, gastaria lo doble ya que soy de Mexico y del Noroeste,, tengo dos horas menos de diferencia con el centro de mi Pais.. Pero no descarto visitarlo..

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