De 159 kilos a 42 kilómetros. Empezando un reto
Siempre se dice que una persona es el resultado de sus actos y que somos los únicos que podemos controlar lo que sucede en nosotros. Una vez que has llegado al fondo del más profundo de los pozos, sólo quedan dos opciones ahogarse o empezar a subir. Yo decidí que ya era hora de empezar a subir y en eso estoy. Aunque parezca una de esas historias del antes y el después, ésto no es más que mi experiencia del antes y el ahora.
Si quieres hacerlo, empieza.
Cerrando una etapa
Una noche más tocaba el protocolo de irse a dormir: pijama, luz tenue y música relajante para no escuchar el ruido de esa máquina que evitaba que sufriese apneas durmiendo. Intentar dormir con una máscara en la cara y escuchar el ruido del aire que salía de la máquina no es fácil. Todo iba a peor, ya casi no podía atarme los cordones, subir escaleras era complicado, acababa de nacer mi sobrino y me planteaba si podría jugar con él sin hacerle daño. Aunque siempre he sido muy risueño, me sentía muy apagado y el estar en una lista de espera para una operación de reducción de estómago no hacía más que apagar mis ilusiones. Cerré los ojos y conseguí conciliar el sueño pensando que al día siguiente empezaba otra nueva dieta y mi vida podría empezar a cambiar. La báscula marcaba 159 kilos.
Mis primeros pasos
La mañana comenzó como las anteriores, después de abrir los ojos me dirigí al baño. Ya llevaba casi dos meses de dieta y la báscula marcaba otra cifra inferior al día anterior. En total tenía 15 kilos menos en la mochila de mi cuerpo.
Tras varios días dándole vueltas, por fin ese día iba a calzarme unas zapatillas para correr. Nunca había corrido y mi optimismo me empujaba a dar esos primeros pasos, seguro que era capaz de correr, 15 kilos menos tenía que notarse. Las zapatillas unas bonitas Nike con amortiguación trasera, que ya tenía por casa. Con tanta amortiguación lo de correr será muy fácil.
Una camiseta de algodón, unos pantalones cortos, calcetines blancos y las zapatillas. Para no aburrirme decido ponerme música en el Iphone y gracias al megaprograma Nike + seré el mejor de todos los corredores de la ribera del río que pasa al lado de casa.
Decidido y alegre, bajo las escaleras, llego a la calle, le doy al play y empiezo a correr …
Una derrota no siempre es el final
Tres minutos más tarde, completamente agotado, asfixiado, sudando cual gorrino y derrotado por completo me detengo y le doy al stop. Entrenamiento finalizado, anunciaba la vocecita del programa como burlándose de mi fracaso. Mis rodillas eran dos bolas ardiendo y no podía ni caminar.
Una semana después seguía tocado por mi fallido intento por correr, pero algo estaba dentro de mí con ganas de salir y entendí que me había equivocado al empezar. Busqué por internet información sobre como empezar a correr, pregunté a conocidos míos y saqué tres conclusiones: necesitas fortalecer las piernas antes de empezar, hay que ir poco a poco y tienes que mirarte la pisada para no hacerte daño en las piernas.
Los foros recomendaban hacer mucha bicicleta estática para que las rodillas ganasen fortaleza, en el gimnasio los monitores centraban todo su esfuerzo en que mis tobillos y mis rodillas volvieran a estar engrasadas y en una tienda especializada analizaron mi pisada y me recomendaron unas zapatillas nuevas.
Volver a empezar
Un planning descargado de internet, que había redactado un atleta muy experimentado, recomendaba empezar alternando correr y caminar. El primer día corrí minuto y caminé un minuto, después troté 40 segundos y caminé un minuto 20, …, pero hice los diez minutos del entrenamiento. La sensación era una mezcla entre victoria, incredulidad, dudas, pero sobre todo calma interior, un sentimiento que no esperaba encontrar después de hacer ese esfuerzo titánico para un obeso de 130 kilos y metro ochenta.
La semana siguiente comencé a correr dos minutos y a andar un minuto, y ya iba mejor, pero notaba que me asfixiaba y me costaba respirar. Pero, ¿si estoy más delgado por que me cuesta respirar? Alguien comentó algo de las pulsaciones y me compré un pulsómetro. En los foros decían que los entrenamientos tenían que ser por debajo del 70% de tu capacidad máxima y empecé a mirar como iba eso del pulso.
Me plante por debajo de 150 pulsaciones y noté que me costaba menos respirar.
Empezando a volar
Ya llevaba tres semanas intentando entrenar día sí y día no, y ya era capaz de correr más 15 minutos seguidos y en ese momento todo cambió. Conocí a un pequeño grupo de personas que harían de mí lo que soy hoy en día. Ése elenco de atletas populares y no tan populares me aclaró ciertas dudas y sobre todo me motivó a que, no sólo siguiera corriendo, sino a que sintiera el por qué quería correr.
Menos de un mes más tarde, corrí mis primeros 10km en entrenamiento en una hora y 20 minutos
Un muro ha caído
Por fin hice mi primera carrera de 10 km, ya había perdido más de 25 kilos de peso.
El 11 de septiembre, al igual que las Torres Gemelas cambiaron la visión del mundo, cayó el muro de los 10km y con ello cambió mi visión sobre mí mismo.
No es fácil darse cuenta que te has enganchado a algo, pero comprendí que me había enamorado de correr, llevar unas zapatillas y dejar que mi cuerpo fluyera sobre el asfalto, la tierra o un tartán, no hacía más que demostrarme que estaba vivo y por eso no puedo ni quiero dejar de correr.
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