Con los Diola en la Casamance, Senegal: un paraíso para perderse
En la costa occidental de África, bañado por las aguas del Atlántico y “partido en dos” por un diminuto país llamado Gambia, nos encontramos con Senegal. Cuna de artistas como Yossou N’Dour o Ismaël Lô, con una cultura enriquecida por sus numerosas etnias y una infinidad de parques nacionales y reservas naturales muy marcadas por la afluencia de grandes ríos, cualquier destino de su variada geografía presenta unos atractivos dignos de mención.
Pero existe un lugar muy especial, alejado de los grandes circuitos turísticos no sólo por estar incluido en el listado de regiones a las que el Ministerio de Exteriores desaconseja viajar, sino también por su emplazamiento geográfico, que obliga a atravesar Gambia para facilitar su acceso. Hablamos de la Casamance.
Jorge Díaz, es creativo publicitario y compagina su profesión escribiendo en varios blogs de Weblogs SL, siendo coordinador y editor de Compradicción y editor de Hipersónica y eBayers. Sus dos grandes pasiones son la música y los viajes, ha recorrido los cinco continentes buscando gentes, costumbres y culturas más que bonitas fotos de postal. Puedes seguirlo en Twitter en @koalalala
En el año 2000 y después de informarnos sobre la situación de la región en ese momento, mi ahora mujer y yo nos unimos a un grupo que tenía previsto pasar unos días en la Casamance. Tras recorrer otros destinos de interés y visitar poblados de las etnias más representativas del país como los wólofs, peuls o sereres, nos dirigimos a nuestro destino principal, el hogar de los Diola, una etnia que solo representa el 3,7% de la población total de Senegal, pero que habita en el lugar más fértil y espectacular del país, la región de la Casamance.
Una etnia muy especial en un entorno espectacular
El hecho de estar separada del resto del país por Gambia, le ha proporcionado a esta región una identidad muy diferenciada, lo que ha motivado unos conflictos con el gobierno central que es lo que provoca que la Casamance sea considerada una zona insegura.
Nuestra aventura comienza en el preciso instante en el que subimos a un ferry que atraviesa Gambia por río y que nos proporciona una idea de la riqueza de la región. Atestado de gente, resulta un poco claustrofóbico pero enseguida olvidas los riesgos, sobre todo cuando empiezas a divisar lo que más tarde se presenta como una gran porción del paraíso.
Bienvenidos al paraiso
Nos dirigimos a Ziguinchor, punto neurálgico de la Casamance y donde se encuentran algunos destinos turísticos que no reportan ningún riesgo si vas en viaje organizado como Cap Skirring, ideales para descansar junto al mar y rodeado de palmeras y aunque es tentador, no es nuestro principal objetivo en este viaje.
Enseguida nos encaminamos hacia Edioungou, donde haremos noche en una antigua misión acondicionada. Es en esta zona donde percibimos cierto riesgo, sobre todo en los numerosos controles militares en un recorrido tan pequeño, pero el hecho de ir con un acompañante Diola nos abre paso sin demasiados problemas. Luego nos encontraremos con unos españoles que viajaban por su cuenta y que tardaron un día entero en recorrer lo que nosotros en unos minutos por las retenciones en los controles.
La misión se emplaza en un entorno inigualable. Sin excesivos lujos, pero con todas las comodidades necesarias, pasamos la noche entre manglares a los pies de un caudaloso río. Ya no se divisa la carretera, solo una especie de canoas estrechas que serán las que nos aproximen a nuestro ansiado objetivo: un diminuto poblado Diola asentado en una pequeña isla, a la que sólo se puede acceder en canoa atravesando los manglares. Es gracias a Abraham, nuestro acompañante Diola, quien nos ha brindado esta oportunidad de pasar una jornada entera en este lugar, alejado de los principales circuitos turísticos y del que desconocemos su ubicación exacta.
Sentirse en casa a miles e kilómetros
El recibimiento es acogedor, numerosos niños y adultos nos reciben en la orilla y nos ayudan a salir, no sin dificultad por nuestra torpeza, de estas pequeñas canoas. Los niños están eufóricos y no tenemos suficientes manos y brazos para abarcar tanto abrazo. A los más pequeños les invade una mezcla de emoción y curiosidad que al final logra vencer su temor a estos seres pálidos y “peludos”; porque eso es lo que parece llamarles más la atención. No paran de estirarnos del bello de los brazos y piernas y se miran constantemente las manos para ver si están teñidas de pintura blanca.
Con varios niños de la mano, los adultos nos muestran orgullosos sus hogares entre los que destacan las cabañas impluvium, cuya construcción tiene su origen en esta zona del país. Unas pocas cabañas más, una especie de dispensario médico atendido por la comunidad, en la que se recogen donaciones de medicamentos y agua por todos los lados. Como no hay nada más que mostrar nos sentamos en unos troncos a modo de asientos y nos pasamos el resto del día jugando con los niños.
La vuelta se hace en completo silencio, solo se escucha el sonido de la canoa abriéndose paso entre los manglares; de vez en cuando agachamos la cabeza para no ser golpeados por las ramas y regresamos a nuestro campamento justo cuando el sol se marcha, llevándose consigo para siempre un pedacito de nuestros corazones.
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