Egipto Revolucionario, el regalo de una vida nueva
La suerte y la angustia de presenciar aquel momento histórico…
Luego de un largo viaje a través del continente africano, nos encontrábamos en El Cairo, Egipto, la última capital que teníamos planeado recorrer en aquella travesía, aun intentando descubrir las variables que enmarcan la conducta del mundo árabe. Hacía poco más de dos meses que investigábamos todos los rincones posibles de cada ciudad que visitábamos, forzando el contacto directo con sus habitantes y compartiendo la vida con ellos en toda su extensión. Infinitas charlas sobre religión, costumbres y pensamientos, como así también, fiestas de casamientos, cumpleaños y todo el cambalache diario de pirámides y tumbas ancestrales, fueron las variables que nos pusieron en profunda sintonía con una de las culturas más amables que hasta aquel momento habíamos conocido.
Viaje por África es un proyecto ideado y puesto en marcha por dos argentinos, Pablo Zapata (32) y Julián Árenzon (28) en octubre del 2009. El objetivo propuesto fue el de atravesar el continente africano de sur a norte, de manera totalmente independiente, en transporte público, a dedo, o como fuera, para intentar realizar registros audiovisuales que sirvieran de complemento y apoyo a los relatos de las impresiones y vivencias que iríamos obteniendo durante la travesía, para luego ser reflejadas en un blog que ayude a ampliar los conocimientos de este enigmático continente. Viaje por África es un viaje independiente, que intenta ayudar a quien lo necesite, a saltar al vacío y lanzarse a rutear… un estilo de vida y la firme convicción de lo que uno se proponga, se puede lograr. Estamos en Facebook y Twitter.
Un buen día, nos encontrábamos en el hotel más barato, pero más ameno de la famosa plaza de Tahir, el económico y distendido Gresham, un lugar con cero turistas, que te deja respirar sin distorsiones el contenido del mundo árabe. Desde la ventana de la habitación nos asombramos al ver cómo una pequeña manifestación de no más de setenta personas, atravesaba un cordón policial en una esquina de una forma violenta y absolutamente combativa. Fue el momento que mi memoria declara como el comienzo de una de las experiencias más fuertes, siniestras, y a la vez, exquisitas de mi vida.
Lo primero que nos pasó fue no lograr encajar en la ecuación al pueblo egipcio con esos ases de violencia. Hasta el momento nos parecía imposible que un árabe musulmán actúe de esa manera. La única violencia posible la había registrado en la forma de comerciar, pero una violencia que proviene de la insistencia y no de la intimidación física. Bajamos corriendo hacia las calles y surcamos las dos manzanas que nos separaban del corazón de la plaza, y allí, logramos visualizar los primeros grupos de personas con carteles, tibios cantos y formas de protestas que se iban mixturando. Hasta el momento no parecía un asunto alarmante, por lo que nos quedamos sacando algunas fotos y tratando de entender qué era lo que realmente estaba sucediendo.
Pasaron un par de días, y lo que estaba tibio, empezó a levantar temperatura, y las cien personas, se transformaron en dos mil, tres mil, diez mil, hasta que en un momento determinado, cuando uno se paraba en algún punto panorámico de la plaza, se veían todas las arterias principales que confluyen en la misma, llenas de egipcios que no paraban de llegar con cara de odio, cansados y a la vez combativos. Los negocios del corazón de El Cairo empezaron a bajar sus persianas, los puestos de comida se fueron retirando, la policía empezó a formar cordones alrededor de la plaza, y para el cuarto o quinto día, la guerra estaba casi declarada.
Mientras recogíamos nuestras mochilas para huír hacia la casa de nuestro amigo Mohammed en el barrio periférico de Abbasiya (lugar donde hace algunos días atrás se produjeron nuevos enfrentamientos a raíz del proceso electivo de gobierno), tuvieron lugar las primeras intimidaciones por parte del gobierno, cuando aviones de guerra empezaron a sobrevolar la plaza a muy baja altura, haciendo temblar con sus turbinas los edificios y las calles de la capital en inequívoca señal de confrontamiento.
A partir de aquí, todas las variables de una guerra civil se pusieron al descubierto en escasas horas. Se declaró el estado de sitio, la policía sobrepasada en número se retiró para dar lugar a las fuerzas armadas, se cortó el servicio de internet y de telefonía, el aeropuerto colapsó y los medios de transporte dejaron de funcionar durante gran parte del día. Además, salieron tanques de guerra a la calle, gases lacrimógenos, balas de goma y también de plomo. Los cajeros automáticos no se reabastecían, y la población, muy lejos de dar un paso atrás, envistió con más fuerzas las calles, transformando cada barrio, y en especial la plaza de Tahir, en escenarios abiertos de combate contra el gobierno y entre grupos de civiles.
Empezó a decantar a su vez una veta antiamericanista, por la cual todo extranjero empezó a ser sospechoso de participar en la desestabilización del régimen o de ser parte activa en las protestas. La amabilidad egipcia se transformó en hostilidad y hostigamiento hacia nuestras personas, hecho que sin dudas marcaría nuestras vidas para siempre. Uno de los tantos días que duró la revuelta, y mientras volvíamos de recoger una visa pendiente en el consulado de Irán, sucedió lo inimaginable: nos capturaron en la calle un grupo de personas de forma muy violenta, nos metieron a la fuerza en una camioneta, y nos llevaron directamente y sin dejarnos respirar, hasta el edificio principal de inteligencia de El Cairo.
Allí pasamos las peores horas de nuestras vidas entre militares y gente desquiciada que nos prometían lo peor sin pestañear. Dentro de un tanque de guerra, mientras nos golpearon dura y largamente, y en donde una ametralladora AK-47 nos apuntó en la nuca durante nueve horas diciéndonos que nos quedaban diez minutos de vida, dejamos gran parte de la inocencia y de la pureza de nuestros pensamientos y de vida. Nos ultrajaron, nos ataron de pies y de manos, nos pusieron bolsas negras en la cabeza y nos pasearon por los peores estados de desesperación y de violencia psicológica que se puedan imaginar. Finalizaron diciéndonos que había sido un error, que pensaron que éramos espías israelitas, y un militar al que le hubiera vaciado dos cartuchos de balas sin dudarlo, nos pidió perdón, nos liberó y nos llevó hasta nuestra casa en Abassiya.
Luego del episodio huimos hacia la casa de otras amigas en Hurgada, a orillas del Mar Rojo, y mientras todavía temblábamos y no podíamos dormir porque los sueños seguían siendo demasiado feos, Mubarak decidió renunciar de una vez por todas. Una renuncia que llegó luego de que la plaza de Tahir declaraba la cifra de un millón de personas en sus alrededores, luego de la quema del canal público y de infinitos autos y negocios, luego de destruir el turismo, luego de muchos más muertos que los declarados, y luego de que una de las ciudades más místicas y hermosas que había visto en mi vida, se había transformado en un literal infierno.
Hoy desde alguna computadora en Sudáfrica quiero decir que más allá de no ser una experiencia del todo recomendable, haber vivido esta revolución desde adentro, nos regaló una vida nueva, porque cuando uno está al borde de una muerte sin sentido e inexplicable, algo pasa dentro del cuerpo que revoluciona los sentimientos, que vacía de contenido innecesario el día a día y que invita a vivir lo importante en cada respiro. La revolución egipcia fue un evento de inestimable valor psicológico, que revolucionó no sólo la política de un país, sino también, nuestros corazones y nuestra perspectiva para contemplar la vida. Nos consideramos afortunados de haberla presenciado y nos sentimos muy felices de haber sobrevivido. Hasta la próxima y muchísimas gracias por leer.
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