Descubriendo Colombia (I): El Nevado del Ruiz
La concepción que el español medio tiene de un país como Colombia en lo que respecta a parajes naturales es que todo el país está cubierto de selva amazónica a la cual no se puede entrar a menos que vayamos armados de un machete y unos bíceps como los de Rambo. Sin embargo, la realidad que el viajero puede encontrarse, en ocasiones, no puede estar más alejada de la que todos hemos podido observar en medios de comunicación o en el mundo del cine.
Mi viaje a Colombia ha tenido como destino Manizales, encantadora ciudad situada en plena cordillera central de los Andes colombianos, la cual por su situación geográfica posee unas características opuestas a lo que cualquiera podría imaginarse de una ciudad perteneciente a un país tropical. Sin embargo, de la ciudad manizaleña hablaremos en otra ocasión, ya que lo que me gustaría destacar en esta primera vez es el elemento más inesperado que el visitante puede encontrarse en la capital del departamento de Caldas, elemento que en los días en los que el cielo está abierto preside el horizonte de una forma majestuosa, y para un servidor, amenazadora.
Edén Félix es abogado especializado en Gestión de Proyectos Humanitarios. Manchego de nacimiento y colombiano de adopción ha trabajado en París y Düsseldorf. En la actualidad intenta inundar el Caribe de aceite de oliva y desarrolla un proyecto de introducción del B-Learning en la educación colombiana de la mano de la editorial digital de la que es socio. Podéis conocerle en twitter como @MaeseCronopio.
El Nevado del Ruiz y el horizonte
Desgraciadamente no es algo que ocurra con excesiva frecuencia debido al hiperhúmedo clima de Manizales (la ciudad es conocida como la “Capital Mundial del Agua” por sus inmensos recursos hídricos), pero cuando el cielo está abierto, si dirijo la mirada hacia el este, un gigante de blanca testuz siempre acaba por robar mi mirada, adueñándose de forma inevitable de mi tiempo. Este gigante mide la friolera de cinco mil cuatrocientos metros, extendiéndose alrededor de su cima un glaciar que a pesar del calentamiento global aún sobrevive, eso sí, sufriendo un retroceso en su tamaño que puede llevar a su desaparición en inicios de la próxima década.
Sin embargo, este mastodóntico anciano de plateada impronta no solo aporta a la ciudad de Manizales unas vistas a ojos de un europeo impropias para un paisaje colombiano, sino que, debido a su naturaleza volcánica (aún en activo) y sus especiales condiciones climáticas, aporta un atractivo turístico a la zona quizás muy difícil de igualar en todo el planeta debido a los impresionantes contrastes que pueden encontrarse.
¿Qué ofrece al viajero el Nevado del Ruiz?
Según me cuentan, si acabas de llegar a Manizales y preguntas a cualquier lugareño cuáles son las dos primeras actividades turísticas que se pueden realizar en la ciudad, siempre ambas sugerencias van a estar relacionadas con el Nevado del Ruiz y su entorno natural. La primera visita obligada es conocer y relajarse en los “Termales del Otoño”, balneario situado en las laderas del volcán a unos 20 minutos de Manizales, en el cual uno puede relajarse en sus cabañas para parejas enamoradas con jacuzzi propio, o en las piscinas situadas en zonas comunes mientras disfruta de un buen ron con hielo y hace hambre para proceder a devorar una picada de carne con el apetito pertinente.
La otra actividad turística recomendada será conocer en persona al señor Ruiz, ascendiendo por sus laderas y disfrutando de los efectos que la altura y el creciente frío provocan en el ecosistema conformado por el gigante. Me avisan que no olvide abrigarme con ropa cómoda, haga un importante acopio de dulces y comida hipercalórica y, por precaución, me abstenga de comenzar el paseo si voy acompañado de algún menor de 6 años o de un mayor de 60 o alguien con alguna enfermedad cardíaca o respiratoria. Preparo el equipaje para dos días de paseo, lleno el depósito del coche gasolina por lo que pueda pasar y en marcha, a conocer el Páramo de Letras y al Nevado del Ruiz.
La ascensión y el Parque Nacional de los Nevados
Comienzo la ascensión por una angosta carretera rodeada de vegetación cerrada y selvática, la cual se va transformándose paulatinamente en un bosque templado de coníferas y helechos gigantes que comparte espacio en el horizonte con extensas praderas destinadas al pasto del ganado vacuno, muy abundante en la zona. A unos 15 kilómetros de recorrido el bosque se va tornando más cerrado, generando un ambiente sobrecogedor e inquietantemente tranquilo debido a que me voy alejando de zonas habitadas para introducirme sin remedio en la naturaleza más salvaje. Cada vez me voy encontrando menos casitas de campesinos a ambos márgenes de la carretera y el ruido de los torrentes (o quebradas como las llaman en la zona) es mi única compañía junto a mi copiloto. A pesar de no tener grandes pendientes ni curvas excesivamente cerradas la carretera comienza a ser bastante peligrosa debido a que se encuentra en un alarmante mal estado debido al abandono estatal y los estragos de las continuas lluvias torrenciales que se dan en la zona.
A los 25 kilómetros de paseo la carretera comienza a empinarse de forma importante y volviéndose bastante más revirada que al comienzo sucediéndose las curvas de herradura. A partir de este punto entramos en una zona crítica para aquellos que se marean en coche. Afortunadamente soy quien va al volante y gracias a ello el viaje se está haciendo más llevadero que si estuviera sentado en el asiento de al lado. De pronto, y sin previo aviso, el bosque de pinos y helechos gigantes se abre permitiéndome ver el cielo y, por primera vez en todo el paseo, la cima del volcán, los valles cercanos y las inmensas praderas por las que surcará la carretera en los próximos kilómetros. Afortunadamente la niebla omnipresente ha decidido esconderse, permitiéndome conocer como es debido tan excitantes parajes. Dos kilómetros después de haber abandonado el bosque dejo la carretera Manizales-Bogotá para tomar el desvío hacia el Parque Nacional de los Nevados, zona protegida pues en la misma habitan múltiples especies en peligro de extinción como son el oso de anteojos, el tapir o el condor de andes y otras aves amenazadas. No los veré, pero la sensación de ir acercándome al habitat de animales desconocidos se va apoderando de mí.
Mientras la altitud continúa aumentando y me voy acercando a la barrera de los 4 mil metros, la vegetación comienza a hacerse más escasa y va decreciendo en tamaño, por culpa del descenso paulatino de oxígeno y de temperatura, hasta pasar a ser nada más que matorral cuando estoy ya muy cerca de mi destino. A partir de este punto, puedo las vistas más espectaculares de todo el trayecto, pues la carretera avanza abrazando la montaña evitando caerse por abismos impresionantes tan escarpados que en ocasiones no puedo ver el fondo de los mismos.
La entrada al parque la hago a través del Centro de Visitantes El Cisne, donde me registro y desde donde procedo a conocer este impresionante paraje en un par de jornadas, visitando los páramos poblados por esa planta propia de otro planeta llamada espeletia, caminando horas por un paisaje semidesértico hasta llegar a la Laguna Negra o a la Laguna del Otún donde según me dicen puedo pescar las mejores truchas de todo Colombia, y finalmente haciendo escalada en roca y yendo a conocer el inicio del glaciar para ¡¡tocar el hielo e incluso escalar por él!!, algo que jamás habría imaginado hacer cuando llegué a Colombia.
Si sois aficionados al ciclismo también podréis realizar parte de este recorrido hasta la zona del Páramo de las Letras, a unos 3.500 metros de altura, siendo un paseo que todo aquel que ha realizado recomienda por lo exótico del entorno y la escasa dureza en cuanto a pendientes a pesar del importante desnivel y lo prolongado de la subida. Sin embargo, si pretendéis realizar la ascensión en bicicleta debéis ser conscientes de que debéis tener un estado físico muy preparado, pues estamos hablando de una ascensión de unos 30 kilómetros llegando a una altura superior a los 3.500 metros y partiendo de los 2.200. Si lográis subirlo habréis superado uno de las 3 puertos más exigentes de los que habitualmente se coronan en la mítica Vuelta Ciclista a Colombia.
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