Natalie Portman, de profesión Lolita
“Léon, creo que me estoy enamorando de ti“. Así comenzaba el flechazo de una niña llamada Natalie Portman de Jerusalem con la gran pantalla. En ese momento Jean Reno lo pasó muy mal. Por muchas gafas redondas tintadas que llevase, detrás de aquel asesino a sueldo solitario amante de las plantas se despertaba un Humbert Humbert en potencia. Le tocaba revivir la tortura que sufrió James Mason frente a Sue Lyon a las órdenes de Kubrick solo que esta niña quería ser “limpiadora” como él.
Léon ejerció del padre que ni él ni la joven Mathilda tuvieron. Mathilda se limitaba a decir “okay” a todo mientras Léon acababa preparaba la venganza como si fuese la suya propia. Todo se trata de rebelarse contra algo o alguien. Solo se necesita la excusa adecuada para tener un medio con el que perseguir el fin. Léon tenía la suya y Natalie Portman su encanto.
Años después aquella niña buena se rapó la cabeza, se puso ensaimadas a los lados, se pasó con el rímel de los ojos, con la peluca rubia y el tanga metalizado más ajustado junto a la barra de baile de un rincón privado para acabar en las manos de Thor. Otro Léon de la vida que esta vez ha cambiado su maletín de múltiples armas por un martillo de unos cuantos kilos, nada recomendado para montar muebles del IKEA.
Todos necesitamos un Léon a nuestro lado, aunque solo sea para que nos riegue las plantas durante las vacaciones.
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