Peregrino por la Vía Francígena: de Calais a Amettes entre la niebla
Tras llegar a Calais, de nuevo aprovecho la fantástica hospitalidad del couchsurfing y de un encantador viajero de unos 40 años quien me acoge en su casa a las afueras de la ciudad. La extravagancia de la noche es el fabuloso retrete eléctrico que destruye casi en el acto todo resto orgánico. Cosas de franceses. Tras un reparador sueño, la primera etapa es algo larga sin embargo bella. Ésta transcurre por los fabulosos acantilados de la costa de Calais hasta Wissant, localidad costera pequeña en la que diré adiós al mar hasta llegar a Italia. Porque no cuento como mar los fabulosos lagos suizos.
Raúl Santiago Goñi es periodista. Por el mundo se le conoce por sus aventuras laborales: diseñador de periódicos en el Caribe, redactor de proyectos de cooperación internacional, profesor de adolescentes y de universitarios en diferentes Universidades españolas y Latinoamericanas, creador de proyectos web y community manager… Por las redes se le conoce como MOVIMIENTO LÍQUIDO, el que es su último pero no definitivo proyecto viajero. Podéis encontrarle en twitter como @movliquido
Ciclistas, el TGV y dos italianos
Nadie en el trayecto. A penas unos turistas en el incipiente verano que ya pasó. Y por supuesto un elemento que no dejará de acompañarme durante todo el trayecto: los ciclistas. Y es que los fines de semana son como el sol para las lagartijas. Hacen salir a los ciclistas y motoristas como guiados por un flautista de Hamelín en las carreteras de Francia, Suiza e Italia. Empiezo a convertirme en un “randonneur” más que en un peregrino. Tomo la GR128 hacia el interior de la región, en dirección a Guînes. El paisaje, verde, con cereales y alguna flor que comienzan a convertirme en víctima de la alergia que llego a olvidar gracias a la maravilla del paisaje con ligeras colinas cuya paz es en ocasiones rota por la presencia de la vía del tren de alta velocidad que lleva a toda prisa al Eurotúnel. Contraste entre el movimiento lento que lleva el peregrino, y el desesperado de la locomotora.
En el Camping de Guînes, me espera un ejército de caravaneros holandeses e ingleses junto a una amable francesa que me da la primera bienvenida oficial como peregrino de la Vía Francígena. El lugar para dormir esta noche, una antigua granja habilitada para peregrinos a un módico precio previa presentación de la pertinente credencial. Y no duermo solo esta noche. Por primera vez, y la única en Francia, dos peregrinos me acompañan. Dos italianos, jóvenes de 60 y 62 años respectivamente y naturales del Veneto y que cuentan con el permiso de sus mujeres para llegar a Roma en dos meses. Cosa que se toman a pecho y a pies, para ser más exactos. Comparto con ellos cena, obviamente pasta aderezada con conversación e ilusiones comunes. Hasta que llega la aventura del dormir. Y es que forofos noreuropeos celebran la final de la Champions League en el bar de al lado.
Peregrinos entre la niebla socorridos por el Calvados
La lluvia y la niebla hacen su acto de presencia y no me abandonarán en una semana. Mientras los italianos siguen a pies juntillas su guía que les lleva haciendo eses por los campos de cereales, yo sigo la Chaussée Brunehaut, carretera provincial, toda recta, que aprovecha la antigua Vía Agrippa. Y es que los romanos de aquel entonces eran listos. Todo recto. Los de hoy van haciendo eses. El paisaje casi imperceptible excepto un bar de carretera que me socorre de la humedad durante un rato. En él los italianos y paisanos de la zona con los que charlamos hasta que nos invitan al famoso licor Calvados, prácticamente alcohol puro, que despierta el turbo que llevamos dentro para los próximos kilómetros. Hasta llegar a Wisques. En concreto a la Abadía de Santa María en la que somos acogidos por las escasas monjas que quedan en el lugar y quienes nos dan una fabulosa cena regada por más alcohol con presunto sabor a vino. Seguro que bendecido. Pero, tanto los italianos como yo, tras la copiosa cena, y en el momento de reposo, y descuido de las monjas, damos buena cuenta de dos fabulosas botellas de sidra dulce que hace que durmamos mejor entre efluvios de santidad.
Y lo necesitábamos porque la mañana siguiente se hace gris por la niebla baja que cubre lo campos de soja, remolacha azucarera y lino en la región de Pas de Calais dirección Sur, Sudeste. Se empiezan a ver cementerios de la Primera y Segunda Guerra Mundial, como si fueran graderías de almas jóvenes truncadas que animan ahora al paso de los peregrinos de la Vía Francígena. Que somos pocos. También nos acompañan camiones y más niebla. Sin embargo es bueno para andar.
Comiendo croissants entre recuerdos de la Guerra
Sobre todo porque cuando ves una boulangerie, una panadería, ésta se convierte en tu parque de atracciones entre caracoles de pasas y chocolate, croissants de almendras y crema y diferentes postres típicos franceses que por un módico precio me dan el azúcar necesario para seguir aburrido. Hasta que llego a Auchy au Bois, donde un señor me dice que él también fue peregrino, obligado, cuando tuvo que huir andando a Portugal desde el norte de Francia huyendo de los nazis. Es curioso ver cómo todavía permanece de algún modo la presencia de la última guerra.
El destino final de la etapa, Amettes. Llego pronto, lo suficiente como para buscar rápido la granja familiar que me va a alojar esta noche. Y en la que un señor de 90 años me acoge con una enorme taza de café, pan hecho en casa y mermelada de ruibarbo. Junto a una conversación en la que sobre la mesa bailan sus recuerdos de chaval. De nuevo en la Segunda Guerra Mundial. La cena de nuevo calórica: pasta con arroz y un par de huevos birlados a la familia sin que se enteren. Tenían muchos. Empiezo a adentrarme en la Francia profunda, la que no conocemos nosotros, sus vecinos.
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