Baños termales al aíre libre en Japón, un placer de otro mundo
Japón es un país lleno de contrastes, seguro que ya lo habéis escuchado en más de una ocasión. Para mí, el momento en que tomé mayor consciencia de ello fue tras bajarme del tren que había tomado en Tokio, apenas un par de horas antes, y descubrir la magia de un lugar que parece haber permanecido imperturbable al contacto de oriente con occidente. Ante mí se encontraba el onsen Takaragawa, uno de los mayores konyoku rotenburo (baños termales al aire libre mixtos) del archipiélago japonés y también, una engrasada máquina del tiempo en mitad de un paraje natural que te deja sin aliento.
Miguel Michán es un diseñador especializado en interacción y experiencia de usuario de servicios web y aplicaciones móviles que no pierde ocasión para dar rienda suelta a su pasión por la fotografía de viajes. Coordinador de Zona Fandom, editor de Applesfera y creador del blog de fotografía digital Backfocus, podéis ver más fotos de sus viajes en Flickr.
Los onsen son a los japoneses lo que el fútbol es a los españoles; sencillamente les apasiona, y no es difícil adivinar el porqué. Dejamos nuestro equipaje en la habitación y recorremos los pasillos de madera del edificio principal hasta llegar a la puerta de acceso a los baños exteriores. Vestimos el yukata de algodón que nos han entregado al llegar junto al calzado tradicional que intercambiamos por unas sandalias de madera. Será con estas con las que nos adentramos en el sendero que bordea el caudaloso y gélido río de montaña flanqueado por los diferentes baños.
La tradición manda que nos lavemos a conciencia antes de entrar en cualquiera de ellos y a partir de aquí, si tenéis algún reparo en mostrar vuestro cuerpo desnudo ante un puñado de desconocidos que ni tan siquiera entienden tu lengua, es cuando comprendes que estáis en el país equivocado. Afortunadamente no era el caso así que, asumiendo la prohibición de utilizar bañador y provisto únicamente de la ridículamente diminuta toalla con la que se espera que alcances a cubrirte, me dirigí hacia el primero de muchos momentos de relajación indescriptible.
La toalla no debe tocar el agua y aunque es frecuente colocarla sobre la cabeza, también es aceptable dejarla simplemente sobre una roca hasta que la necesitemos más tarde al salir. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos que el pudor. Sumergirte en aguas con temperaturas de hasta 40 grados te hace ver de otro modo la cocción de los mariscos, especialmente cuando fuera la glacial brisa de la montaña eleva al cuadrado esa maldita cosa conocida como sensación térmica.
¡Ya estamos dentro! ¡Lo hemos conseguido! ¿Y ahora? Ahora es cuando descubres lo sencillo que es olvidar cualquier preocupación, evadirte del mundo entero y relajar hasta el último músculo de tu cuerpo mientras disfrutas del mejor baño del mundo rodeado de naturaleza y sin más techo que el cielo. Las horas pasan, la noche cae y los visitantes regresan a la gran ciudad.
Pero no yo. La ventaja de dormir en el ryokan (alojamiento tradicional japonés) es que para ti, el onsen no tiene horarios. Saboreas una deliciosa cena mientras te preparan el futón en el que descansarás más tarde y al terminar, reúnes el valor suficiente como para retar a la fría noche virtualmente desnudo mientras aceleras el paso para el último baño. Esta vez no habrá ningún desconocido. Tan solo tú, tu pareja, y la luna que ilumina el vapor que se eleva hacia el bosque.
Imágenes | Miguel Michán
Sitio oficial | Takaragawa Onsen
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