En 4×4 y contra la marea en la playa de Mauritania, emulando el antiguo París Dakar
El día 3 de enero de 2013 nos levantamos junto a una de las grandes dunas del desierto del norte de Mauritania. Nada más cruzar la frontera, a los pocos kilómetros, la única carretera de norte a sur del país (creada en el año 2005) se bifurca en dos. Hacia la derecha finaliza, al poco, en Nouadhibou, la segunda ciudad del país. Y hacia la izquierda nos lleva directos a Nouakchott, siendo la única vía de conexión entre la frontera del Sahara Occidental y la capital de Mauritania. Bueno, la única vía de conexión asfaltada, porque existe otra vía de conexión menos convencional: la playa.
Ignasi Calvo es agente de viajes, músico y diseñador web a partes iguales. Nacido en Barcelona el 1982, es titulado en técnico de sonido y compagina su trabajo como freelance desarrollando proyectos web con la agencia de viajes en moto y aventura GR11 Viajes. Cuenta con numerosos kilómetros en sus espaldas, fruto de sus muchos viajes por carretera.
El desierto del norte de Mauritania
Así es. La playa de Mauritania se ha usado tradicionalmente para viajar debido a las escasas infraestructuras viarias del país y a la dificultad del desierto. Y eso es precisamente lo que vamos a hacer en la ruta prevista para el día de hoy en el Dakar Desert Challenge, la aventura en la que participamos, un raid no competitivo desde Coruche (Portugal) hasta Dakar que emula el recorrido del antiguo París Dakar.
Desde la carretera nacional nos desviamos hacia el oeste, rumbo al Atlántico, a través del desierto. Siempre hacia el oeste, circulamos durante casi una hora hasta que viramos rumbo al sur, siguiendo siempre las indicaciones de la ruta marcadas por la organización. El paisaje es, simplemente, espectacular. El desierto de Mauritania es duro, pero bello. Y flota en el aire: una nube de polvo y arena dificulta la visibilidad a más de un par de kilómetros. No vemos el sol, sino su difuminada forma a través del polvo en suspensión. En el camino no vemos a absolutamente nadie: desolación completa. Al margen del paisaje y los camellos, un camión abandonado es la única atracción digamos “turística” para los escasos visitantes de la zona. Desierto en estado puro.
Surfeando por las dunas
Llegamos a pocos metros de la playa y seguimos, aún sin pisarla, cruzando las dunas de arena que la rodean. Son unas dunas bajas, repletas de matorrales, que obligan a exprimirse a fondo en la conducción. Nuestro convoy consta de tres coches. Nosotros somos cinco amigos en dos coches, un Opel Frontera 2.8 y un Suzuki Santana SJ410, y nos acompañan tres colegas portugueses en su Toyota 4Runner. El Suzuki es un coche pequeño, de apenas 50 CV, y la conducción por estos terrenos se vuelve un gran reto, a la vez que una gran diversión. Así pasamos la tarde, entre dunas, camellos, derrapes y la más absoluta soledad del desierto.
Las cosas cambian con la llegada al parque nacional de Banc d’Arguin, cerca de la localidad de Nouamghar. Una pequeña y extremadamente humilde localidad de pescadores al lado de un enorme vertedero de pescado podrido nos da la bienvenida a esta remota zona. Seguimos nuestra marcha a través del pueblo, rodeados de niños corriendo y saludando, y con el sol empezando a caer.
A los pocos kilómetros, tras cruzar otra aldea de pescadores senegaleses (también repleta de niños y aún más humilde), y ya con la luz del día en claro descenso, nos encontramos varios equipos. Tenemos que cruzar una duna de arena que bloquea el camino para acceder a la playa. Debemos hacerlo antes de que suba la marea para poder terminar la etapa por la playa sin incidencias. Todo parece indicar que el día acabará sin problemas hasta que, de repente, nos quedamos varados en la duna como ballenas agonizantes.
Varados en la arena
Los aldeanos se acercan a echarnos una mano. El Suzuki se queda varado, le falta potencia para poder superar esta pequeña duna onduladísima y repleta de vegetación. Gracias a su poco peso conseguimos sacarlo de la arena y retroceder hasta el camino, para volver a probar suerte. Los demás coches observan desde la lejanía: algunos esperan a que pasemos todos, otros están varados, y otros detenidos a media duna. Los niños nos observan desde lejos.
En el coche viajamos mi amigo Marc y yo, de copiloto. Me pregunta si estoy listo y respondo afirmativamente. Aceleramos a fondo. Primera, segunda, tercera y cuarta (no tenemos quinta). A ochenta kilómetros por hora, lo máximo que da el coche, nos metemos de lleno en la duna de arena y empezamos a botar como condenados, saltando entre los baches y matorrales, golpeándonos contra el techo del coche, para acabar varados a escasos veinte metros más lejos del primer intento.
Mientras intentamos sacar el coche, los locales nos informan que no podemos cruzar la duna hacia la playa porque la marea ha subido. Efectivamente, tras echar un vistazo observamos que la duna finaliza en el mar. Tenemos que cruzarla girando hacia la izquierda, para volver al camino que la misma duna obstaculiza, camino por el que veníamos y que sirve de ruta alternativa durante unos kilómetros más.
De nuevo, entre los locales y demás participantes del rally conseguimos sacar el Suzuki. Mientras, el Opel ha conseguido pasar. El tiempo transcurre y el sol va cayendo. Tenemos que salir rápido de aquí para evitar que la marea suba más, porque más adelante sí que tendremos que conducir por la playa.
Esta vez Marc, sólo en el coche, decide atacar de nuevo la duna desde otro ángulo y a más velocidad. Botando como un loco, consigue superarla. Sin parar de dar gas consigue llegar al otro lado y detenerse en el camino. El Opel, aparcado junto a otros coches al lado del mar, no corre la misma suerte al volver hacia el camino: se queda varado a media duna. Empieza en este momento una sucesión de embarrancadas de varios coches en las que el coche que remolca se queda varado tras sacar al embarrancado, y el coche que va a socorrer al nuevo embarrancado sucumbe en la misión. Así sucesivamente hasta que, gracias a la colaboración de todos con todos y de los locales, conseguimos sacar a todos los coches de la arena y situarlos en el camino.
Hemos perdido media hora en el proceso y el sol hace tiempo que se ha ocultado en el horizonte atlántico. En este momento no sabemos si la marea nos impedirá el paso por la playa, unos kilómetros más adelante. Por radio la organización nos indica que tenemos tiempo pero debemos darnos prisa. Subimos todos a los coches, gas a fondo y a los pocos kilómetros, tomamos el camino hacia la playa.
Luchando con las olas a contrarreloj
Llegamos a la playa ya de noche y en convoy. Vamos unos nueve coches en fila india separados por unos cincuenta metros cada uno. Nos quedan 90 kilómetros de playa. 90 kilómetros son muchos kilómetros, y debemos darnos prisa para no quedarnos atrapados. A nuestra derecha, el océano Atlántico rompe contra la arena con fuerza; a nuestra izquierda, las imponentes dunas impiden la salida de la playa. No tenemos más escapatoria: ¡gas a fondo y a llegar!
La playa de esta parte del país presentaba unas ondulaciones transversales que impedían correr mucho. Cada cincuenta metros aproximadamente aparecía una, y si la cogías a demasiada velocidad, saltabas por los aires y el golpe al caer era duro. El Suzuki, además, necesitaba la zona más dura de arena (donde rompen las olas) para poder traccionar mejor, debido a su poca potencia, así que tuvimos que arrimarnos a la orilla e ir dibujando las olas para no perder el ritmo. A veces un mal cálculo hacía que embistiéramos una ola recién llegada, hundiéndonos en una bola de agua que prácticamente frenaba el coche por completo.
A medida que la noche avanzaba, las olas cada vez llegaban más lejos y nos dejaban el espacio justo para pasar entre ellas y las dunas del desierto. Así transcurrieron los últimos diez kilómetros, luchando contra la marea ya bastante alta, hasta que por fin las dunas desaparecieron y tomamos el camino hacia el interior y llegamos al campamento de esa noche, a escasos dos kilómetros de la playa. ¡Por los pelos!
¡Etapa superada!
Al llegar al campamento todo fueron felicitaciones y abrazos. Habíamos superado la etapa estrella del Dakar Desert Challenge. Habíamos sido los últimos en llegar al campamento, ya que el grupo detrás nuestro se había tenido que detener a dormir en la localidad de pescadores, porque la marea había subido demasiado y era imposible seguir. Nosotros, por los pelos, lo habíamos conseguido. Esta jornada de conducción pasaría a ser quizás uno de los recuerdos más intensos y emocionantes ya no del rally, sino de toda una vida. Conducir de noche contra las olas por la playa de Mauritania es, sencillamente, una experiencia inolvidable.
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