Santa Cruz del Islote, viviendo en una lata de anchoas
Colombia es un país que pasa de lo interesante a lo peculiar en un abrir y cerrar de ojos, con la misma facilidad que uno encuentra la mayor opulencia y la pobreza más deprimida solo con girar la cabeza. El espíritu caribeño del ‘me estás estresando‘ compite con la ‘berraquera‘ de la zona andina y paisa dando lugar a contrastes de lo más variopinto que no son más que una nueva manifestación del que es uno de los países más desiguales del mundo.
Fruto de esta desigualdad que en las zonas costeras es más palpable que en el resto del país es la historia de Santa Cruz del Islote, paraje cuya realidad roza lo surrealista y para el que el ingenio y el ‘rebuscarse la vida‘ colombiano es la razón de ser. ‘El colombiano no se vara nunca, y si se vara, se desvara‘ dice mi suegra, y la verdad es que, si nos atenemos a lo que un simple acercamiento nos muestra, en Santa Cruz del Islote hay 1.250 personas a las que, ni el hambre ni el mosquito Gegen, volverán a ‘fregarles la vida‘.
Un entorno idílico y una isla atiborrada
Una señora rayando coco, dos niños correteando a un perro, a lo lejos ritmos de champeta y una fuerte brisa que golpea en la cara constituyen el primer contacto que puede tener el turista con la isla.
Ubicada en el Golfo de Morrosquillo y aproximadamente a 2 horas en lancha de Cartagena se encuentra Santa Cruz del Islote, minúscula porción de tierra que pertenece al Archipiélado de San Bernardo, considerado Parque Nacional por su valor natural y con el fin de presevar sus recursos ecológicos. Se cuenta que la población llegó al islote hace alrededor de 150 años huyendo del mosquito Gegen, el cual se consideraba portador de enfermedades y que hacía estragos en la población más desfavorecida de la zona.
Lo idílico del lugar y la abundancia de pesca permitió a los primeros ‘colonizadores’ el asentarse en un islote que además les daba la oportunidad de vivir ajenos a la cruda realidad de una sociedad tan convulsa como la colombiana, constituyendo, paraje y pobladores, una combinación que convierten a Santa Cruz de Islote en un lugar único en el mundo, y no solamente por que se trate de la isla con mayor densidad de población en todo el planeta.
Y es que la limitación de espacio ha llevado a los habitantes del islote a desarrollar esa habilidad tan típicamente colombiana, a pesar de su aislamiento, como es el ser ‘recursivo‘. Solamente hay que pensar en una sola hectárea de terreno habitada por más de mil doscientas personas, una hectárea en la que hay sitio para una escuela y comercios que abastecen de alimentos básicos a sus habitantes.
Problemas de espacio que modulan la forma de ser y vivir
“Yo digo que mi casa es como la Terminal”
Más curioso se torna el asunto cuando entramos a hablar del ‘hacinamiento voluntario’ en el que vive el más de un millar de habitantes habida cuenta de que en la isla hay solamente 97 casas, lo cual nos lleva, por un lado, a un cálculo de casi trece personas por casa (todas de reducidas proporciones) y a que las haciendas son compartidas, como es lógico y casi inevitable, por varias familias, situación que, como imaginaréis, convierte a Santa Cruz del Islote en una especie de casa de Gran Hermano donde la haciación es mucho mayor y donde no hay posibilidad de respiro o de desconexión.
Tal es el problema de espacio y la posibilidad de entrar en conflicto con los vecinos que tuvieron que acabar renunciando a la única mesa de billar de toda la isla porque literalmente ‘no cabía’ y porque los problemas al respecto de la gestión y respeto de los turnos para jugar en ella estaban muy cerca de convertirse en un problema grave.
Como os podéis imaginar, actividades tan cotidianas como pasear, divertirse o tener acercamientos carnales en Santa Cruz del Islote pasan de aventura a quimera pues es virtualmente imposible lograr que momento y lugar coincidan para propiciar determinadas actividades sin ojos curiosos y risas picaronas de fondo. Supongo se trata de acostumbrarse a ello, pues la población del islote no para de crecer y crecer tal y como atestiguan los 600 niños que viven en la isla.
Idiosincracia colombiana
Nosotros tomamos agua de la lluvia y una o dos veces al año la Armada nos trae en un buque cisterna algo para llenar el tanque, porque aquí no llueve ni en invierno
Cuestiones igual de mundanas que las anteriores como jugar al fútbol, asistir a misa o enterrar a los muertos deben ser realizadas en alguna de las otras islas del archipiélago por la evidente ausencia de espacio, lo cual acaba modulando el carácter de las gentes del islote y les acaba adaptando a unas condiciones de incomodidad y carencia bastante patentes.
Otro de los factores que convierten a la convivencia en la isla en algo cercano a un milagro es la ausencia de autoridad en la misma por la inexistencia de cuerpo de policía y la negativa a obedecer al administrador designado por la alcaldía de Cartagena (básicamente le ignoran). En la práctica la organización social de la comunidad se basa en un modelo mucho más tradicional o ancestral que los rigores administrativos del presente, configurándose el grupo de forma jerárquica por edad y con el respeto, la cooperación y la igualdad entre géneros como factores fundamentales, metodología que, a pesar de todo, parece que funciona. Y el mérito pertenece a ‘Tío Pepe’, hectagenario que es el más anciano del lugar y que cuenta con más nietos que años, cuestión que deja a las claras cuál es el deporte más practicado en el islote.
Y para comer, abundante pescado y marisco extraído de las aguas del Mar Caribe y plátano, yuca y otros tubérculos y arroz traídos de tierra firme. Menú poco variado pero suficiente para garantizar que, a pesar de lo precario en cuanto a servicios públicos del paraje, ningún habitante de Santa Cruz del Islote viva peor de lo que viviría en el continente.
El colombiano medio se vanagloria de pertenecer a uno de los países más felices del mundo, afirmación que tiene su fundamento en el estoicismo y positividad con las que afronta las dificultades que le plantea la vida provengan de donde provengan. Probablemente cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo desecharía vivir en las condiciones que proporciona Santa Cruz del Islote a sus habitantes. Sin embargo, el sentimiento de pertenencia basado en la supervivencia de sus antepasados, la paz, el aislamiento y la intensa vida en comunidad convierten a los moradores de esta hectárea de terreno en orgullosos habitantes de una mínima pero hacinada porción de tierra. Y pensándolo un poco, es hasta sencillo llegar a entenderles.
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