El libro de los autómatas, y el autómata escritor
A pesar de que los robots son creaciones que evocan historias de ciencia ficción futurista (exceptuando el género steampunk, que propone la existencia de artefactos retrofuturistas accionados con la fuerza del vapor), los autómatas eran moneda corriente siglos atrás. Incluso más de mil años atrás.
Basta con echar un vistazo al Libro de los artefactos ingeniosos, escrito por los hermanos Banu Musa, tres eruditos persas que vivían en Bagdad en el año 850. En él ya podemos leer ponderadas descripciones de decenas de autómatas y otros dispositivos mecánicos, algunos de los cuales se remontaban a los griegos, y otros de su propia invención.
Por ejemplo, un órgano accionado por agua que podía tocar automáticamente cilindros intercambiables. O un flautista automático, quizá la primera máquina programable de la historia.
Con todo, uno de los autómatas más fascinantes de la historia quizá sea ‘El escritor‘, un autómata capaz de escribir manuscritos de una forma tan realista que sin duda provocó pavor y fascinación a partes iguales entre sus contemporáneos.
Hoy día, ‘El Escritor‘ se conserva en junto a otros autómatas ideados y fabricados por Pierre Jaquet-Droz en el Museo de Arte e Historia de Neuchâtel, en Suiza. Fue hacia 1772, después de seis años de duro trabajo.
Compuesto por más de 6.000 piezas, el autómata podía escribir cualquier frase en cualquier idioma, gracias un mecanismo interior dotado de una rueda que permitía seleccionar los caracteres y el orden en que debía escribirlos. Al movimiento de la pluma le acompañaban algunos gestos humanos, como el hecho de que siguiera el texto con los ojos, mojara la pluma en el tintero o la sacudiera ligeramente para no manchar el papel.
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